Crítica

Cuarteto Casals y el esplendor camerista

El Cuarteto Casals.

El Cuarteto Casals. / LA PROVINCIA/DLP

Guillermo García-Alcalde

Guillermo García-Alcalde

De un concierto como éste se sale con especial satisfacción. Que un cuarteto de cuerdas español, como es el Casals, ratifique su altísimo nivel en una velada del FIMC, fervorosamente braveado por el público, no es corriente en la oferta camerística. El éxito incuestionable en las seis islas que han gozado de su arte, confirma una vez más el buen criterio programador.

De Franz Joseph Haydn tocaron uno de sus mejores cuartetos, que ya es decir en el medio centenar largo que escribió. También nacieron de su ingenio 106 sinfonías, además de otras muchas obras de gran formato.

Estas cifras insólitas sugieren sospechas de autoplagio sin malicia. Pero nunca se copia a sí mismo a pesar de las exigencias cortesanas que forzaban la escritura de los músicos músicos en nómina.

Pero uno de los muchos talentos de Haydn era el de diferenciar lo similar en las obras de salón y crear ex-novo un movimiento, un ritmo o un juego tonal que sugiriese la novedad. En las tres primeras partes del cuarteto número 24, subtitulado El Sol, exhiben los del Casals todo el refinamiento, la elegancia y la sabiduría que son menester, pero la formidable fuga del tiempo final individualiza la obra con fuerza y belleza memorables. La interpretación transparente, con todos los giros del contrapunto presentes y audibles mereció la primera ovación.

El Cuarteto op.118 de Shostakovich, el único artista que burlaba a Stalin haciendo caso omiso de sus consignas con muestras de genialidad trascendidas al mundo entero e inhibidoras de la venganza del déspota, fue interpretado con una expresividad insuperable. Es mi predilecto en el catálogo del autor para cuatro cuerdas (también fueron 15 sus sinfonías) porque, aún escrito años después de la muerte del monstruo, absorbe y expresa el dolor, la duda y la trágica disolución de los ideales humanistas provocada por el soviet en un país como Rusia, que de la tiranía de los zares pasó a la del bolchevismo y de éste a Putin.

De un clima de duda, pasa la obra a la protesta y vuelve después a la resonancia interior depresiva y como premonitoria. Los intérpretes marcaron esta bellísima desolación en un ejecución de admirable expresividad, emocionante en muchos instantes y exigente siempre de la intensidad que Shostakovich derrama.

Finalmente, una obra maestra del joven Schubert, el cuarteto La muerte y la doncella, nacido de un lied y desplegado en una arquitectura de cuatro movimientos, enormemente expansiva.

La belleza de los desarrollos, la fuerza emocional y la gestualidad acústica del universo sonoro de Schubert tuvo en el Cuarteto Casals servidores de talento, dotados de la idoneidad técnica. Una obra maestra, una ejecución magistral y el Teatro Pérez Galdós celebrándolo en un braveo de los grandes.