Entrevista | Marino Pérez Álvarez Psicólogo

Marino Pérez Álvarez, psicólogo: "Los niños de hoy no toleran aburrirse, están centrifugados por el uso de pantallas"

"En el momento que los padres ponen a su bebé en la mesa con el móvil están perdidos, conceden el control de sus vidas a las redes sociales"

Marino Pérez, ayer, en la sede de LA NUEVA ESPAÑA, con su nuevo libro.

Marino Pérez, ayer, en la sede de LA NUEVA ESPAÑA, con su nuevo libro. / Miki López

Mónica G. Salas

–¿Vivimos una paradoja? ¿Estamos más solos que nunca en la era de las redes sociales?

–Así es. Las redes sociales, como su propio nombre sugiere, nos ponen en contacto con más gente. Sin embargo, eso ha traído un efecto indeseado de más soledad, malestar, ansiedad, depresión... Esa es una paradoja y la otra está relacionada con el teléfono móvil. Es una herramienta para hablar y, en cambio, cada vez se habla menos; se ha perdido la conversación en favor de mensajes abstractos, prefabricados, no naturales, no espontáneos...

Sobre todo esto reflexiona el psicólogo Marino Pérez Álvarez (Calleras, Tineo, 1952) en su último libro: "El individuo flotante" (Ediciones Deusto), que sale a la venta hoy y que será presentado este viernes, a las 19.30 horas, en el Club Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA. Con este volumen, el catedrático jubilado de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la Universidad de Oviedo, suma más de una veintena de publicaciones. Asegura Pérez que desde que dejó las aulas en 2021, no ha tenido ni siquiera tiempo para pararse a pensar lo mucho o poco que echa de menos la universidad. "El individuo flotante" lleva "cuatro o tres años" cociéndose, aunque entró en el horno hace seis meses. El resultado es un libro que, incluso antes de salir a la luz, "está suscitando mucho interés", como asegura el autor.

–¿El móvil y las redes sociales nos hacen daño?

–En principio no tendría por qué ser así. Esta tecnología ofrece cantidad de prestaciones que no podemos pasar por alto. Pero también es verdad que un determinado uso de las redes sociales las convierte en perniciosas. Me refiero a usuarios enganchados, que dedican muchas horas al día a estas plataformas. Eso genera un perjuicio doble. Por un lado, va en detrimento de las relaciones reales, del contacto cara a cara. Y por otro, las redes sociales, como decía antes, generan relaciones prefabricadas. Los usuarios seleccionan aspectos de su vida que quieren mostrar a los demás y los demás presentan, a su vez, una imagen filtrada de sí mismos. Como consecuencia de ello, cada uno saca como conclusión de que los demás son más felices que uno mismo. Y eso genera tristeza, pero sobre todo soledad. Cuando desconectas, te das cuenta de que te has quedado solo. Puedes estar conectado con miles de personas y, en cambio, no tener ni un solo amigo; quedarte hospitalizado, por ejemplo, y nadie fue a verte. Las redes sociales están construidas de la misma forma que las máquinas tragaperras y, por eso, nos absorben tanto. Luego está ese sistema tan perverso de los "likes", que refuerzan la conducta del mirar, de pasar a lo siguiente, de observar si esos "likes" van a más, de forma que nunca estás conforme, porque hay una contabilidad que mide tu aceptación y tu propia estima.

–¿Quienes están enganchados a las redes sociales son una mayoría?

–Sí, y los que más lo están son los niños y los adolescentes, que nacieron ya en el mundo de las pantallas y las tabletas, que no conocieron el teléfono fijo ni las cabinas telefónicas ni tampoco han jugado a la comba o al escondite. Son jóvenes que dedican a las redes sociales seis o más horas al día. Pero no solo ellos están en esta situación; también muchos adultos. Por eso, hablamos de la muchedumbre online: todos conectados y a la vez todos solos. Solos juntos. Cuántas veces hemos visto a grupos de amigos o parejas que cada uno está con el móvil. Están juntos, pero con conexiones que ya no se están dando entre ellos, sino con otras comunidades, que seguramente estén haciendo algo parecido.

–¿Qué consecuencias tiene a largo plazo para un niño haberle expuesto a las pantallas desde que era un bebé?

–Tiene la consecuencia de que el niño va a necesitar continuamente una pantalla en la que se mueva algo delante de él. Es decir, se acostumbran a estar distraídos, centrifugados, y no toleran el aburrimiento, cuando este favorece la creatividad. Eso genera un efecto directo en la educación, que obliga a los profesores a estar continuamente entreteniendo a los niños. Sin embargo, el conocimiento no necesariamente tienen que ser divertido. Eso se ve con la lectura, que tiene un determinado ritmo y para saber lo que ocurre hay que esperar al final, no te lo cuentan al principio. Todo esto tiene mucho que ver con el aumento de los trastornos de la hiperactividad, que no son una enfermedad, sino una forma de vida en la que los niños no saben esperar.

–Entre los adolescentes hay cada vez más depresiones, intentos de suicidio, autolesiones, violencia sexual... ¿Estamos ante la mayor crisis de salud mental?

–Seguramente sí. Por lo que muestran los estudios y las consultas de salud mental, estaríamos en la época en la que los jóvenes tienen más malestar que nunca. Y eso ocurre en un momento de tanta disponibilidad tecnológica y formas de vida más cómodas que en el pasado. Las redes sociales no son las causantes, pero sí que exacerban estas problemáticas. En Estados Unidos, por ejemplo, ya están estudiando la manera de prohibir Tik Tok. La experiencia nos dice que un uso abusivo de las redes sociales provoca soledad y eso se traduce a menudo en ansiedad, depresión...

–¿Qué consejos daría a los padres para evitar que sus hijos caigan en estos peligros?

–No es fácil, porque los padres están inmersos en la misma sociedad que sus hijos. Los adultos están sometidos a cantidad de tareas que tienen que realizar a la vez y también utilizan las redes sociales como ocio. Entonces, les viene bien tener a sus hijos distraídos. Mi consejo es que racionalicen el tiempo de uso de las redes sociales. Hay que poner limitaciones de tiempo y de espacio, al igual que no permitimos que se coma en cualquier sitio de la casa. Y a la vez, hay que incrementar las oportunidades de establecer contactos reales. Es tópico, pero es fundamental apuntarlos a deportes colectivos o a juegos que impliquen más relación con los demás.

–¿A qué edad debe tener un niño un móvil? ¿Pueden los padres luchar contra la presión social?

–Yo creo que frente a la presión social están perdidos. No es cuestión tampoco de que los padres se resistan a comprarle un móvil a su hijo y que lo retrasen dos o tres años cuando el resto de la clase ya lo tiene. Porque con ello generaríamos otro problema. La clave está en la regulación tanto a nivel familiar como en el contexto escolar. Es importante no hacer tan dependiente la enseñanza del uso del móvil. No obstante, en el ámbito familiar debemos tener presente que los padres ya están perdidos en el momento que llevan a sus bebés en el carricoche con un móvil en la mano. Todo empieza ahí, en el momento que se le está dando el pecho y la madre está con una pantalla. O al sentar al bebé en la mesa con un móvil, ya estamos concediendo a las redes sociales el control de su vida. En este sentido, creo que los padres deberían asumir más responsabilidad.

–Explíquese.

–Hay un fenómeno relacionado con esto y es que los padres de hoy en día tienen miedo de sus hijos, a decirles que no a cosas y que ello les genere traumas o les reprochen que nos les quieren. Esto está impidiendo que ejerzan la autoridad racional de aquel que tiene la misión de educar y que sabe más que un niño. Si no ponemos límites en edades tempranas, pronto todo el espacio de la educación estará ocupado por el juego en el que están inmersos los jóvenes hoy. Y las redes sociales tienen mucho de juego. De hecho, quienes las construyeron fueron ingenieros que pasaron su vida en los videojuegos. Estamos, por tanto, inundando nuestra vida de juego cuando seguimos funcionando en el mundo real, en el de siempre.

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