Educación

Pereza no; dislexia

Los padres de alumnos con este trastorno del aprendizaje creen que el sistema educativo no lo aborda de forma correcta | Piden más empatía hacia estos niños, tachados injustamente de vagos, y medidas que les ayuden en el aula

Sonia Méndez, con sus hijas Antía, de 17 años, y Carolina, de 12, las tres con dislexia.

Sonia Méndez, con sus hijas Antía, de 17 años, y Carolina, de 12, las tres con dislexia. / Ricardo Grobas

Ágatha de Santos

Antía tiene 17 años y estudia un ciclo de auxiliar de enfermería. Su intención es, una vez finalizadas las prácticas, hacer el ciclo superior de Anatomía Patológica. Llegar hasta aquí le ha costado a esta joven viguesa muchas más horas de estudio que a sus compañeros. Siempre ha sido así, desde que comenzó el aprendizaje de la lectoescritura en el colegio. Y no es porque, como ha tenido que escuchar en demasiadas ocasiones sea una alumna vaga, no tenga interés, no le guste estudiar o, lo que es peor aún, no sirva para estudiar. Antía tiene dislexia, como aproximadamente otros 800.000 niños y adolescentes en España –se calcula que afecta a un 10% de la población, por lo que en cada aula habría entre 3 o 4 casos–, un trastorno específico y persistente del lenguaje escrito, caracterizado por dificultades de exactitud y automatización lectora y escritora, y que puede ir acompañado de dificultades para seguir instrucciones, confusión con el vocabulario que tiene que ver con la orientación espacial y temporal, problemas para realizar operaciones matemáticas y, en general, lentitud en el procesamiento de la información. Antía, por ejemplo, tiene dificultades para enumerar en su orden los meses del año, debido a la dificultad de estos niños a retener series.

Pero, a pesar de todo ello, está dispuesta a continuar con sus estudios. Otras personas con su mismo trastorno han logrado grandes metas. Con 16 años, la navegante australiana Jessica Watson se convirtió en la persona más joven en completar una circunnavegación en solitario. Como Antía, Jessica tiene dislexia. La película de Netflix 'Espíritu libre' muestra cómo tuvo que enfrentarse a su trastorno para lograr esta proeza.

La dislexia es una dificultad congénita y hereditaria que puede manifestarse en distintos grados y que ocasiona una incapacidad total o parcial para leer y escribir a lo largo de la vida. No es difícil imaginar el reto que supone para estos chavales superar los cursos en un sistema educativo basado en la lectoescritura. “Hacer los deberes y estudiar es siempre a costa de su ocio. Hay días que solo tienen media hora para jugar o ver la tele”, afirma su madre, Sonia Méndez, que también tiene dislexia, al igual que su otra hija, Carolina, de 12 años.

El 90% de los padres de niños disléxicos cree que el sistema educativo no aborda correctamente la problemática de la dislexia en las aulas, según un estudio de la Federación Española de Dislexia y otras DEA (FEDIS): las metodologías de estudio no se adaptan a ellos ni se lleva a cabo un trabajo estructural para poner soluciones a este déficit de aprendizaje, lo que explica el alto índice de fracaso escolar que soportan estos alumnos.

Para Sonia, que forma parte de la directiva de la Asociación Gallega de Dislexia (AGADIX), parte del problema radica en la falta de recursos de los centros para prestar la atención psicoeducativa que precisan estos alumnos. En otras, a la falta de un diagnóstico oficial, sin el cual no se reconoce el problema en el aula. “Desde que se detecta la dislexia es una pelea constante. Los padres tenemos que estar muy encima de los profesores, porque depende mucho de la profesionalidad y de la empatía de cada uno. Muchos prefieren decir que el niño es un vago a ponerle la etiqueta porque es más cómodo para ellos. Yo en Primaria no tuve ningún problema, pero en Secundaria me encontré con una barrera, como si en esta etapa educativa ya no tuvieran dislexia”, se lamenta.

Sonia Méndez y a sus hijas Antía y Carolina,.

Sonia Méndez y a sus hijas Antía y Carolina,. / Ricardo Grobas

Carolina es un ejemplo de esto: la pequeña acude desde los cuatro años a logopedia y su informe psicopedagógico dice que tiene dislexia pero, sin embargo, según el centro escolar, no tiene ningún problema específico de aprendizaje. “En estos momentos no le están dando apoyo educativo de ningún tipo”, denuncia.

La pequeña va, eso sí, a clases particulares –dos horas a la semana– para reforzar lo dado en clase, a logopedia y a psicopedagogía para poder desarrollar sus propias estrategias para compensar sus dificultades de comprensión lectora, como aprender a hacer mapas mentales y esquemas. Buscar ayuda externa es algo muy común en familias con niños con dislexia y supone un importante gasto mensual –en el caso de esta familia viguesa, entre 300 y 400 euros al mes–, un desembolso que no todas pueden permitirse. “No contamos con ayudas ni becas para alumnos con necesidad específica de apoyo educativo porque no están incluidos en ninguno de los grupos beneficiarios”, comenta. Además, en numerosos casos, la dislexia provoca problemas de autoestima, falta de confianza, frustración, problemas del sueño y trastornos de la alimentación que también es preciso tratar.

Se estima que en cada clase puede haber entre tres y cuatro casos

Sonia asegura que hay muchas formas de prestar ayuda a estos alumnos en el aula y que no repercuten en el resto de la clase, como usar con ellos la evaluación oral en lugar de la escrita siempre que sea posible; leer los enunciados antes de que comience el examen si este es escrito; darles un poco más de tiempo para que desarrollen el examen; no puntuar las faltas de ortografía, ya que esta área junto a la lectora va a representar siempre una “inhabilidad”; y adecuar el formato, tanto la letra como el interlineado, para facilitar la lectura y comprensión de los enunciados.

“Hay exámenes que me cuesta mucho comprender porque tienen la letra muy junta y esto me lía”, reconoce Antía. También contar con material visual complementario a las explicaciones le facilita la comprensión del contenido. En este sentido, las nuevas tecnologías son una herramienta muy valiosa para estos niños. “Otras trabas, sin embargo, siguen repitiéndose como si no hubiese pasado el tiempo”, lamenta Sonia.

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Desde 2019, Galicia cuenta con el “Protocolo para la intervención psicoeducativa de la dislexia u otras dificultades específicas del aprendizaje” para garantizar la puesta en marcha de medidas de apoyo a estos alumnos que, sin embargo, no ha mejorado su situación escolar. Así lo asegura Esther López, presidenta de AGADIX y médico de Atención Primaria. “Tenemos una herramienta para solicitar que se apliquen las medidas, pero al final son todo problemas”, sostiene.

Madre de dos niños con dislexia y trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), incide en la importancia de la identificación precoz del problema para que el niño pueda desarrollar sus habilidades al máximo de sus posibilidades. En su caso, a su hijo mayor se le diagnosticó a los nueve años y después de haber repetido curso, mientras que al pequeño se le detectó más precozmente, por lo que recibió apoyo antes y si bien le cuesta aprobar más que a sus compañeros, no tiene problemas a la hora de pasar de curso.

El problema está en que muchas veces los padres tienen que dar muchas vueltas hasta conseguir que alguien le ponga nombre y apellidos a las dificultades de aprendizaje que presenta el niño, por lo que hay mucho infradiagnóstico, y no siempre este es oficial, por lo que en el colegio se las ven y se las desean para solicitar apoyo psicoeducativo. “El sistema sanitario no nos acoge al no tratarse de un problema médico y el educativo tampoco”, afirma esta médica.

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