Entrevista

José Mari, el expolicía de Oviedo con tres hijos y dos nietas que se hará cura a los 72 años tras enviudar en 2020

"Sentí la llamada nada más que mi mujer murió a mi lado", indica el inspector Sauras, que durante ocho años fue jefe de prensa de la Comisaría de Oviedo

José María Sauras, ayer, posando delante de una imagen de Cristo en los pasillos del Seminario Metropolitano.

José María Sauras, ayer, posando delante de una imagen de Cristo en los pasillos del Seminario Metropolitano. / Irma Collín

Lucas Blanco

El abuelo José Mari se enfundará la sotana más de tres lustros después de colgar la placa y la pistola. El inspector Sauras, que fue policía nacional durante más de 40 años, llegando a ejercer de jefe de prensa de la Comisaría de Oviedo entre 1985 y 1993, será ordenado sacerdote, a sus 72 años, el próximo 28 de mayo, domingo de Pentecostés. El exagente, padre de tres hijos varones y abuelo de dos nietas de 3 y 1 año afincadas en Estados Unidos, ya se ordenó como diácono en 2017; en 2020, nada más fallecer su mujer, comenzó a plantearse la posibilidad de cumplir un antiguo deseo de infancia y convertirse en cura.

Eran las seis y cuarto de la madrugada del 16 de junio de hace tres años cuando la vida de Sauras dio un giro radical. "Ya está, Borja", suspiró el exagente, tumbado en la cama junto a su esposa, para comunicar al hijo, también acostado en otra parte de la habitación, que el corazón de su madre había dejado de latir. Justo en ese instante, algo se metió en su cabeza. "Ahora te puedes ordenar como presbítero", empezó a escuchar "como un constante martilleo" en su mente. "Me enfadé muchísimo conmigo mismo, tenía a mi mujer, que era mi vida, de cuerpo yacente, y alguien me estaba diciendo que tenía que ser cura", relata emocionado.

Pasado el duelo, la idea de optar al sacerdocio no dejaba de perseguir a este madrileño que llegó a Asturias a comienzos de los 80 para que su mujer, ovetense de pura cepa, pudiera estar cerca de su familia. Sauras fue uno de los fundadores de la Hermandad de los Estudiantes hace unos 15 años y por ello desde entonces acude a misa a la parroquia de La Tenderina, a cuyo párroco, Alberto Reigada, planteó por primera vez sus intenciones de ser cura tras enviudar. "Es una persona maravillosa en la que tengo plena confianza, y me sorprendió cuando me dijo que siempre me había visto perfil para ordenarme", explica.

Sin embargo, la decisión todavía no estaba tomada. Sauras aprovechó un retiro de diáconos en Covadonga para acercarse al arzobispo, Jesús Sanz Montes. "Le dije que quería mantener una conversación con él e inmediatamente me invitó a pedir cita con su secretario", rememora. Finalmente, el encuentro tuvo lugar en una fecha simbólica. El 22 de julio de 2022, justo cuando se cumplía 45 años de su boda con Mari Carmen, el diácono recibía el último empujón que necesitaba para ir a por la sotana. "Don Jesús me dijo en su despacho que si cursaba su asignatura y algunas pocas más en el Seminario podría ser cura sin problema. Fue como un regalo, no me creía que hablase en serio. A mi edad y siendo padre y abuelo era difícil de creerlo", rememora con cara de satisfacción desde una sala de estar del Seminario Metropolitano.

Ahora, a escasos dos meses y medio de ser ordenado en la Catedral por el Arzobispo, junto a otros cinco seminaristas mucho más jóvenes, José Mari cree haber tomado una de las mejores decisiones de su vida. "Al morir mi mujer creí que no volvería a ser feliz, pero ahora lo soy", admite sin ningún atisbo de duda.

Lejos echarle para atrás, los suyos siempre han sido sus principales apoyos para perseguir una vocación con hondas raíces. "Con solo ocho años ya le dije a mi madre que quería ser cura. Ella me pidió que esperara a vivir un poco más y la verdad es que luego me di cuenta que me gustaban más los tebeos que estudiar", rememora como homenaje a su progenitora, fallecida joven, a los 58 años, de la que heredó su enorme religiosidad y algún que otro problema cardiaco. "Estoy operado, como ella", añade.

Borja, Pablo y Carlos, sus pequeños ya grandes de 45, 41 y 40 años, respectivamente, son los primeros en animarle para alcanzar su meta de reforzar su entrega a Dios. "Si crees en ello, adelante", coinciden los hermanos. Al primero y al tercero los tiene cerca, en Oviedo. Este último fue el que hace casi una década le descubrió la existencia de la figura del diácono como una manera de arrimar más el hombro, colaborando con algunas celebraciones religiosas sin la condición del celibato. El segundo, Pablo, vive en Estados Unidos, "tiene hasta la nacionalidad", y es el que le ha hecho abuelo de dos nietas de 3 y 1 año. "Podrán presumir de abuelo cura", bromea.

Al ser preguntado por cómo será su vida de sacerdote, Sauras es tajante. "Estaré donde la Iglesia me quiera, esa será mi felicidad", garantiza, subrayando que su dedicación a la fe es máxima desde hace muchos años. "Llevo cinco años destinado en el tanatorio de los Arenales y algunos días he llegado a oficiar ocho celebraciones de la palabra", pone como ejemplo de su intensa labor pastoral, que también le lleva a celebrar algunas ceremonias religiosas, como su condición de diácono le permite, en la parroquia de La Tenderina. Todo ello lo compagina con los estudios en el Seminario. Aun así, saca tiempo para comer con sus hijos y alguna afición.

De su vida como policía ya quedan solo recuerdos. Ingresó en el cuerpo en 1970 con solo 19 años tras "aprobar a la segunda" y dos años después se animó a complementar su trabajo con los estudios de Ciencias de la Información en la Complutense, siendo licenciado de la segunda promoción de este centro. En 1980 se trasladó a Asturias y esos estudios hicieron que el Jefe Superior de entonces le nombrase jefe de prensa. "Estuve entre 1985 y 1993 y la experiencia fue positiva", relata el inspector Sauras, que tras pasar por varios departamentos más se prejubiló en 2007, a los 56 años, para volcarse más en la familia y su enorme fe.

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