Obituario

La conversación inolvidable de dos místicos

Muere Don Clemente Serna, amigo del alma del pintor canario Cristino de Vera

Dom Clemente Serna, exabad del Monasterio de Santo Domingo de Silos.

Dom Clemente Serna, exabad del Monasterio de Santo Domingo de Silos. / Agencias

Juan Cruz

Juan Cruz

Desde hace años, cuando Don Clemente Serna era un muchacho que se formaba en Silos para ser el que luego sería el monje más moderno del monasterio, el que hizo de la música y del silencio una conversación mística, por allí iba quien sería luego uno de sus amigos más próximos, el pintor Cristino de Vera.

Apasionado de ese lugar que combina artes con música, el artista canario, de 91 años, premio Nacional de Artes Plásticas, así como premio Canarias de Bellas Artes, recuerda a este monje por sus conversaciones, que era el resultado, a veces silencioso, del encuentro de dos místicos dedicados a hacer de la contemplación de las virtudes del pensamiento un solitario un modo de ser.

En su casa de Madrid, donde vive desde hace muchos años, De Vera conversó con Prensa Ibérica sobre aquellos encuentros con el joven monje, fallecido en Madrid a los 76 años. Él lo recuerda correteando por Silos, y sobre todo de los encuentros que en distintas épocas propiciaron las exposiciones que Don Clemente organizó en torno a lo que ambos consideraban “el silencio de Dios”, la mística que a los dos los llevaba a evocar, por ejemplo, a quien en el catolicismo más los representaba, el papa Juan XIII.

Para los dos amigos místicos, aquel pontífice que acogió a los laicos, creyentes o no, ayudó a pensar que la unión de las religiones era la que podía acabar con el odio y con la maldad, ambos orígenes de las guerras que causaron masacres en todo el mundo.

“Era un gran personaje”, decía ayer Cristino de Vera. “Él nos llevaba a exponer a artistas que tuviéramos relación con la mística, fuera la que fuera nuestra relación con la religión”. El propio Cristino expuso cincuenta dibujos, que se quedaron allí, como una donación, en 2002, y volvió a ser expuesto en la colectiva que Don Clemente, ayudado por Carmen Román y por María José Salazar, curadoras de arte, organizaron en el ámbito místico tan cuidado por el monje ahora llorado. Con Cristino estaban en esta ocasión firmas como las de Miquel Barceló, Tàpies, Carmen Laffon, Manolo Millares, Martín Chirino, Eduardo Chillida Broto o Joan Miró.

 “Hablábamos de la luz, de la luz de Dios, y del silencio, que es como la voz de Dios, eso decíamos. La luz, creía él, viene de la humildad. Esas religiones que contribuyen a que la luz sea parte de los humanos son, por ejemplo, además de la suya, el taoísmo, el budismo, así como el yoga, que cultivábamos como parte de nuestra meditación… Le interesaba mucho todo lo que tuviera que ver con la música, con la pintura, con la mística, y después de esas meditaciones se rezaba… Todos lo querían y le admiraban… Me enseñó mucho, enseñó mucho a los que buscábamos con él la paz interior, pues, decía, sin paz interior no hay nada, y por supuesto nunca habría misticismo sino vanidad. Cuando la vanidad es el centro se apaga la luz”.

 “Lo recuerdo de cuando era un jovencito que jugaba por allí, sin saber aun que aquel monasterio sería un día como una criatura suya… Traducía códices, hizo de la música y del gregoriano el centro de las actividades de Silos, y entre todo lo que hizo convirtió el arte en una de las expresiones místicas que él quiso reunir como esencia de la conversación en la que convirtió la vida del monasterio”.

Lo que más le sorprendió de su carácter, dice Cristino de Vera, “fue la profundidad de su espíritu; él entendía las otras religiones, como hacía nuestro querido Juan XXIII... Todos debemos ser, como lo fueron ese papa y Don Clemente, buscadores compasivos. El silencio era una de las maneras que tiene Dios de manifestarse, y la mística de los cuadros que buscaba el abad de Silos era lo que a él le daba la luz que buscábamos. ´El silencio es el dialecto de Dios`, decíamos, y él asentía”.

Hablaban por teléfono, Cristino y su mujer, Aurora Ciriza, todas las navidades, hasta que él enfermó. “Era de carácter dulce, muy expansivo. Siempre fue un buscador tocado por ese silencio divino que buscábamos juntos para escuchar el eco de Dios”.