La cara brutal de la prostitución en Canarias: «Me violaban de 30 a 40 hombres al día»

El Centro Lugo de Cáritas Diocesana de Canarias cumple 35 años ayudando a mujeres en contextos de prostitución o víctimas de redes de tratas de personas

Imagen de parte del personal técnico del Centro Lugo de Cáritas Diocesana de Canarias en la sede que tienen en la calle Molino de Viento.

Imagen de parte del personal técnico del Centro Lugo de Cáritas Diocesana de Canarias en la sede que tienen en la calle Molino de Viento. / José Carlos Guerra

La cara brutal de la prostitución en Canarias: «Me violaban de 30 a 40 hombres al día». Carmela (nombre ficticio) es madre soltera, procede de una familia desestructurada con escasos recursos y con un trabajo con un suelo mínimo con el que subsistir. Un día le ofrecieron la oportunidad de viajar a España para trabajar limpiando inmuebles y cuidando ancianos. 

La promesa con la que la embaucaron, como a miles de mujeres, era que a los pocos meses de trabajar, un solo trimestre, y una vez saldado el préstamo para el cruzar el Atlántico, podría mandar dinero a su familia. Unos ingresos que no solo ayudarían a su familia a salir de su pozo de pobreza sino que le daría la posibilidad de ir construyendo, poco a poco, su propia vivienda. En definitiva, lograr una vida mejor en su país natal. Pero nada de esto era realidad.

Las promesas se tornaron una vez en la Isla en la peor pesadilla posible. «Cuando llegué era de madrugada, me encerraron en un piso. Fue un secuestro. Me quitaron toda mi documentación y lo que tenía. Estuve en cautiverio, privada de mi libertad varios años. Es frustrante y muy duro. Ya no estoy ahí pero hay tantas cosas que me hacen recordarlo. En ciertos momentos siento que vuelvo a caer, como si volviese a estar presa», relata Carmela en la azotea del Centro Lugo, que pilota desde hace 35 años Cáritas Diocesana en la calle Molino de Viento, en pleno barrio de Arenales.

Secuestro

Durante años, ella no quiere especificar cuantos por miedo a ser identificada por quienes la encerraron y explotaron sexualmente, no vio la luz del día, ni salió a la calle. «Desde el primer día que me encerraron me dijeron que tenía que atender a hombres, beber, fumar y drogarme. Me quedé impactada. Eran como mínimo entre 30 y 40 hombres al día. Nunca descansas, ni duermes y nos daban comida solo si ellos querían. No es vida», recuerda mientras su respiración se vuelve cada vez más pesada. Sus ojos comienzan a emborronarse por las lágrimas que intenta frenar mientras relata el horror del que fue víctima.

Su pierna izquierda no para de moverse mientras, de vez en cuando, clava sus uñas en su muslo. «Te golpean porque no consumes, porque no te emborrachas o porque no haces lo que quieren. Nos destrozan. Estábamos prisioneras. La vida que llevábamos no era nuestra. Estábamos obligadas a hacerlo, coaccionadas y amenazadas. Llega hasta tal límite que pierdes la identidad», remarca.

Cosificación

Es tal la deshumanización que se borran todos los sueños que tenía, la confianza en las personas y hasta detalles, en principio nimios, como saber qué día es su cumpleaños, disfrutar de un helado o de los rayos del sol en su piel al aire libre. Un día, sin previo aviso, Carmela fue expulsada del piso donde había estado encerrada y donde había sido víctima de violaciones, palizas y vejaciones durante años. «Como por milagro, un día me echaron por las redadas de la Policía. Las chicas que estaban conmigo en el piso desaparecieron, nunca supe más de ellas», apunta. Se vio, de repente, en la calle, sin documentación, sin dinero y sin saber siquiera dónde estaba. 

El día que llegó a la Isla fue directamente encerrada en el piso donde la retuvieron durante años. Ni siquiera vio la calle donde estaba ni la puerta de acceso al piso. «Quedé como si hubiese acabado de aterrizar y eso que ya llevaba años aquí», destaca. Una situación que complicaba, aún más si cabe, que pudiese conseguir un trabajo con el que empezar a revivir.

Sus pasos terminaron conduciéndola hasta el barrio de Arenales, en concreto, hacia la zona de Molino de Viento. «No tenía nada. Llegué a esta calle. Llevaba tiempo el Centro Lugo pero nunca me había atrevido. Ellas pasaban, nos saludaban, pero no cruzaba palabra por temor. Cuando nos traen nos amenazan con nuestra familia. Siempre hemos sido amedrentadas de que si hablamos o contamos algo lo pagará nuestra familia en nuestro país, y allí la vida no vale nada. Un sicario puede acabar con todos», explica.

Es ese temor el que hace que Carmela quiera mantenerse en el anonimato lo máximo posible. De ahí que su nombre real no sea Carmela, ni quiera dar datos concretos de cuándo llegó a la Isla, cuánto tiempo fue víctima de esta red de trata de seres humanos con fines de explotación sexual o cuántos años lleva en libertad. «No sabes con quién vas a hablar o te vas a abrir, entonces ese es el miedo que muchas tienen y que hacen que solo las saludase, recibiese mi material y ya está», apunta.

Nueva vida

De repente un día, tras muchos intercambios de saludos y miradas, aceptó la invitación a un café por parte de las trabajadoras del Centro Lugo. Con pequeños detalles, como unos bombones de chocolate, fueron ganándose su confianza, comenzando el camino que aún a día de hoy sigue transitando no sin dificultad.

Al frente del proyecto de intervención social a favor de las mujeres en contextos de prostitución o víctimas de trata con fines de explotación sexual está, desde hace nueve años, Idaira Alemán. «Recuperar la confianza es lo que más les cuesta y sentirse otra vez titulares de derecho. Que no son objetos al uso de personas externas, no, sino sentirse que tienen los mismos derechos. Es lo que más les cuesta al principio», detalla Alemán.

Cada año este proyecto atiende entre 500 y 600 mujeres que ejercen la prostitución o son víctimas de las redes de trata de seres humanos con fines de explotación sexual. «No solo vienen a la sede que tenemos, nosotras también nos acercamos a los diferentes sitios donde se ejerce la prostitución. Al final para muchas de ellas, sobre todo las que están en mayor situación de vulnerabilidad, les es más difícil acercarse hasta aquí, porque tienen un mayor control, los horarios nos se lo permiten o por el miedo y el estigma. Son muchos factores», apunta.

Imagen exterior de la fachada del Centro Lugo, que cumple 35 años de atención a las mujeres.

Imagen exterior de la fachada del Centro Lugo, que cumple 35 años de atención a las mujeres. / José Carlos Guerra Mansito

El centro está ubicado en una de las zonas donde el ejercicio de la prostitución es más visible, pero esta es solo la punta del iceberg. «La prostitución está en toda Gran Canaria lo que pasa es que está de forma que no se ve, mayoritariamente en pisos privados y muchas veces desconocemos que están. Eso dificulta más el trabajo que realizamos», expone.

Hay un perfil que se repite que es el de mujeres extranjeras, muy jóvenes, cada vez más, con cargas familiares, en situación administrativa irregular y siempre con situaciones de vulnerabilidad asociadas previas. De ahí que desplieguen un abanico de herramientas y profesionales de todos los ámbitos, desde psicólogas a expertos jurídicos, para darles una atención multidisciplinar desde el acompañamiento.

«Partiendo de qué quieren conseguir establecemos un plan de trabajo individualizado. Ofertamos, además de ayuda psicológica, talleres de todo tipo con el apoyo del área de empleo y de vivienda de Cáritas Diocesana de Canarias. Siempre en base a sus propias decisiones y teniendo en cuenta sus ritmos y potencialidades. Porque cada caso es distinto y no todas las mujeres están en el mismo punto», detalla. Para ello cuentan con un amplio equipo técnico de profesionales al que se suman una veintena de voluntarias.

Redes sociales

Desde esa experiencia alertan de que las mujeres que caen en las redes de la prostitución son cada vez más jóvenes, de origen canario, y con las redes sociales como principal fuente de captación. Lo que empieza con una foto de contenido sexual o con la venta de ropa interior, puede pasar a la creación de un perfil en Onlyfans para terminar ejerciendo la prostitución en uno de los pisos privados repartidos por la Isla. «Las secuelas y el daño físico y psicológico que sufren es el mismo. No es como lo pintan. Es el mismo maltrato y la misma violencia. Te quedas alucinando con lo que se ve en las redes», puntualiza Carmela.

Ella forma parte de Las Azoteístas, una asociación impulsada por un grupo de mujeres que están o han estado en situación de prostitución, para ayudarse unas a otras a cumplir sus propósitos vitales. Ahora están desarrollando una acción de concienciación sobre el peligro de la prostitución y el daño que causa en centros educativos para sensibilizar a los más jóvenes. Unas charlas preventivas que esperan que calen. 

«Llega un momento en que hacen todo este proceso, que es durísimo, pero no hay una respuesta social y es como darse contra un muro. ¿Dónde están las alternativas para salir de aquí? Eso es lo que falta todavía», sentencia Alemán.

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