Enfermedades

La esquizofrenia, más allá del estigma social

Persiste la creencia de que son personas impulsivas, violentas y peligrosas cuando el porcentaje de pacientes que comenten actos violentos es menos del 5 por ciento

Una mujer, en una consulta de psiquiatría.

Una mujer, en una consulta de psiquiatría. / FREEPIK

Ágatha de Santos

Si algo tienen en común todas las enfermedades mentales graves es el estigma social. Una de las más que más lo sufren es la esquizofrenia, que aún lucha contra el rechazo y la idea, muy extendida, de que es impredecible e implica un riesgo de conductas peligrosas o agresivas. Contrariamente a esta creencia, los datos revelan que menos del cinco por ciento de estos pacientes cometen actos violentos y que, por el contrario, sí son víctimas de más agresiones y tienen que hacer frente a la incomprensión y la discriminación, tanto laboral como social.

La esquizofrenia es un trastorno mental que puede provocar una combinación de alucinaciones, delirios y trastornos graves en el pensamiento y el comportamiento, que afecta al funcionamiento diario y puede ser incapacitante. Afecta por igual a todos los países y culturas y que presenta una de cada cien personas, según la doctora María Puime, psiquiatra del Complejo Hospitalario Universitario de Vigo (CHUVI). Se calcula que en España hay aproximadamente medio millón de personas con este diagnóstico, lo que representa entre el 0,8% y el 1,3% de la población.

Seguimos sin saber qué es lo que la causa, pero sí parece estar claro que son varios los elementos que pueden potenciar el riesgo de que una persona la desarrolle. La contribución genética es importante en algunos casos, y cada vez se conocen más factores que tienen que ver con la bioquímica, la estructura y la función del cerebro que parecen estar implicados. Todo esto definiría una vulnerabilidad previa a la psicosis que podría llegar a desencadenar la enfermedad, en algunos casos, ante situaciones de estrés o tras consumo de determinados tóxicos”, explica.

La intervención temprana es fundamental. Hay evidencias de que el periodo de tiempo que transcurre entre el debut de los síntomas psicóticos y el inicio de un tratamiento efectivo se asocia al pronóstico del cuadro. Concretamente, un estudio desarrollado en Inglaterra y publicado en “BMJ Open” muestra que los pacientes tratados con intervención temprana mejoran en un 17 % su estabilidad emocional y bienestar.

“Cuanto más corto sea este periodo de tiempo veremos recuperaciones más rápidas, menos deteriorantes y un menor riesgo de recaída”, explica la psiquiatra.

Uno de los problemas es que se trata de una enfermedad que inicialmente puede ser difícil de detectar. Suele presentarse en la adolescencia y los primeros indicadores pueden ser muy inespecíficos: un mayor retraimiento, cierta irritabilidad, mostrar un repentino interés por temáticas particulares, etcétera, síntomas que pueden darse también en otros cuadros de menor gravedad o que no tienen por qué ser necesariamente patológicos, según la doctora Puime.

“Con el tiempo, se presentarán síntomas que se verán de forma más evidente: cambios radicales en la conducta y en las rutinas habituales, una marcada desconfianza hacia el entorno y la aparición de alucinaciones, principalmente en forma de voces o la sensación de que son observados y perseguidos o una desorganización del pensamiento”, detalla.

Otro problema que presenta es la resistencia al tratamiento de estos enfermos, algo que influye directamente en su calidad de vida. “Cuanto mejor se cumpla con el tratamiento, tanto el farmacológico como el no farmacológico, mejor se conservarán las capacidades del paciente y el riesgo de recaída será menor. Sabemos que cada recaída implica un paso más en el deterioro que muchas veces está asociado a esta enfermedad. Por otro lado, sabemos que padecer un trastorno mental grave como éste implica una mayor vulnerabilidad al estrés y, por tanto, dificultades para afrontar las demandas del ambiente y una limitación en la capacidad para manejarse autónomamente, lo que conlleva un riesgo elevado de dependencia económica, pobreza y marginación social”, explica la psiquiatra del CHUVI.

“Es una enfermedad muy dura para quienes la sufren, pero también para sus allegados”

María Puime

— Psiquiatra

La psiquiatra María Puime.

La psiquiatra María Puime. / FDV

Dos días al año, el 16 de agosto y el 24 de mayo, sirven para visibilizar la esquizofrenia y concienciar de la importancia del tratamiento temprano para evitar la incapacidad completa del paciente y mejorar su calidad de vida. Con motivo de su día internacional, la doctora María Puime recuerda que en un momento como el actual, en el que, con frecuencia, cuando se habla de salud mental es para hacer referencia al malestar emocional derivado de los problemas de la vida cotidiana, es importante recordar que existen enfermedades graves, como ésta, que parece un número importante de personas que necesitan recursos específicos. “Si queremos contribuir a la integración plena, tenemos que seguir trabajando para facilitarles el acceso tanto a una vivienda en la que puedan mantenerse, con los apoyos que sean necesarios, como al empleo remunerado, ya sea normalizado o con apoyos. Todos como sociedad, y en especial las administraciones públicas, tenemos la responsabilidad de contribuir a esta tarea”, sostiene.

¿Cuáles son los principales abordajes de esta enfermedad?  

Hace unos años, cuando se hablaba de tratamiento, el foco se ponía únicamente en el control sintomático, principalmente en el control de los conocidos como síntomas positivos: los delirios y las alucinaciones, que eran lo más llamativo de la enfermedad. Las medicaciones más recientes buscan incidir también en los llamados síntomas negativos como la tendencia al aislamiento o la falta de motivación, y en el deterioro cognitivo que se asocia a la enfermedad. Y aunque el tratamiento farmacológico es una herramienta básica, no puede ni debe ser la única. La psicoterapia, el tratamiento rehabilitador y las intervenciones psicosociales son imprescindibles ya que los objetivos terapéuticos, hoy en día, van más allá de lo meramente biológico y se centran en áreas como la recuperación funcional, la integración social, la ocupación laboral y la mejora de la calidad de vida del paciente.

¿Hay resistencia a aceptar el tratamiento por parte de estos pacientes?

Es frecuente que los tratamientos se abandonen en un momento u otro porque un importante porcentaje de pacientes no tienen conciencia de padecer esta enfermedad. Suele ocurrir que, tras iniciar el tratamiento, los síntomas más perturbadores se alivian o remiten, por lo que ya no se ve la necesidad de seguir tomando esa medicación.

¿Cómo se puede conseguir una mayor adherencia?

Es esencial intentar establecer con el paciente un vínculo de confianza y trabajar tanto con él como con su familia, e incluso con las personas de su entorno, qué es la enfermedad, cuáles son sus síntomas, que hábitos de vida pueden ser más aconsejables y cuáles habría que evitar… Además, el sistema sanitario debe ser capaz de adaptarse a sus necesidades, de ahí el surgimiento de la psiquiatría comunitaria. El abordaje asertivo comunitario mantiene una actitud más proactiva, detectando, de forma activa, problemas y necesidades y buscando soluciones en el entorno natural del paciente, lo que mejora la adherencia a los tratamientos y el pronóstico de la enfermedad.

¿Cómo afecta esta enfermedad a las familias?  

Esta enfermedad es muy dura para los que la sufren, pero también para los más allegados, y desde luego las familias merecen un especial reconocimiento. La constancia y el refuerzo de muchos padres es la que ayuda al paciente a no olvidar su tratamiento, a no faltar a las consultas, a integrarse en alguna actividad ocupacional. Son ellos, además, los que pueden ayudar a detectar las descompensaciones cuando estas se produzcan, y los acompañan en los momentos más duros.

¿Por qué persiste el estigma social en torno a las afecciones psiquiátricas graves?

Entiendo que el estigma nace, básicamente, del desconocimiento. Hoy en día sabemos que, con los tratamientos actuales, los pacientes pueden tener una vida autónoma y satisfactoria, mantener el contacto con familia y amigos, realizar actividades de ocio e incluso tener un trabajo. Pero la falsa creencia, alimentada quizás por la literatura y el cine, y en ocasiones por los medios de comunicación, de que son personas impulsivas, violentas y peligrosas, parece que no acaba de erradicarse. Los datos dicen que el porcentaje de pacientes que comenten actos violentos es muy pequeño, menos del 5%, y que son más bien víctimas de la incomprensión y del rechazo. Desde luego, queda camino por recorrer. Es importante seguir visibilizando la esquizofrenia y hablar sobre ella de manera rigurosa, sin alarmismos injustificados.

¿Hacia dónde se dirigen las investigaciones? 

La esquizofrenia no tiene una sola manera de manifestarse ni una sola causa. Hay varias líneas de investigación orientadas al estudio de la vulnerabilidad, del porqué una persona desarrolla la enfermedad y otras no, y también hacia la individualización de los tratamientos farmacológicos.

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