Armada

Cómo era la vida a bordo del ‘Juan Sebastián Elcano’

Antonio Planells Palau (más tarde, general de División de Infantería de Marina) y José María Prats Marí (más tarde, capitán de Navío) navegaron con el buque escuela ‘Juan Sebastián Elcano’ entre el 8 de enero y el 8 de agosto de 1981. Prats cuenta en este artículo a qué se enfrentará la Princesa Leonor durante la travesía

El 'Juan Sebastián Elcano' en Ibiza.

El 'Juan Sebastián Elcano' en Ibiza. / Carlos Noguera Wilson

José María Prats Marí

El embarque de la Princesa Leonor ha puesto de moda el buque escuela 'Juan Sebastián Elcano'. La Armada es una institución en la que la tecnología y los medios evolucionan a gran velocidad. Pero con sus usos y costumbres ocurre todo lo contrario. Apenas cambian con el paso de los años. Esto ocurre porque la vida a bordo de un buque viene determinada por la mar, y la mar es siempre la misma. En el año 1981, dos guardiamarinas ibicencos, Antonio Planells Palau y quien escribe este artículo, hicieron un viaje a bordo muy parecido al que está haciendo ahora la Princesa Leonor: la vuelta al continente sudamericano.  

Esperando la orden para subir al palo.

Esperando la orden para subir al palo. / Álbum de la promoción 383 de la ENM

El glamur acaba cuando el barco deja atrás Cádiz

Cuando el buque dejó atrás la bahía de Cádiz y las embarcaciones que nos acompañaban se dieron la vuelta y regresaron a puerto, se acabaron la música, los uniformes azules de botón de ancla y el glamur. Todo cambió. 

Nos dieron una hora para comer, cambiarnos de ropa y subir de nuevo a cubierta vestidos con ropa de deporte. Nos ordenaron formar una fila desde la proa hasta la popa por orden de estatura. Los más altos a proa y los más bajitos a popa. El contramaestre del barco y dos oficiales nos pasaron revista dos veces. La primera solo fue para comprobar que estábamos todos bien ordenados. La segunda para asignarnos el puesto que debía ocupar cada uno de nosotros en la situación de «maniobra general del buque». A los más altos los mandaron a la verga de la vela de trinquete y a los más bajitos al juanete, que es la vela cuadra más alta del buque. Al resto los repartieron entre los cuatro mástiles del buque. Aquello parecía un reparto de esclavos. «¡Ha tenido usted suerte!» —me dijo un cabo de maniobra—. Los juaneteros son los que lo tienen más fácil, al ser la vela más pequeña y la que requiere menor esfuerzo.

Aferrando la cangreja del trinquete.

Aferrando la cangreja del trinquete. / Foto archivo Armada

¡Maniobra general, maniobra general!

Aquella misma tarde, la primera en la mar, por los altavoces del barco sonó la voz de "¡Maniobra general, maniobra general!" y tuvimos que subir a los palos para hacer un ejercicio de recogida de velas, para luego volverlas a izar y dejarlas como estaban. Por ser la primera vez, nos acompañó el personal de maniobra del buque y nos enseñaron cómo se debían hacer las cosas con seguridad para que no hubiera incidentes. Esa fue la única ocasión en la que las órdenes de maniobra se dieron de viva voz. Y nos tuvimos que aprender toda la sinfonía de pitadas de los chifles de los contramaestres, porque, a partir de entonces, las órdenes se dieron por medio de pitadas largas y cortas. Porque allá arriba, cuando sopla el viento, no se oyen las voces de los contramaestres y las órdenes se tienen que dar a través de un silbato o chifle.

Practicando con el sextante.

Practicando con el sextante. / Foto archivo Armada

Acabamos todos agotados por el esfuerzo de recoger las velas y la tensión de estar allá arriba con el barco dando cabezazos. En aquella época se subía a pelo, sin ningún arnés de protección. Te agarrabas tan fuerte a la jarcia que, al principio, acababas con ampollas en las manos. Luego hacías callo.

Las guardias de mar

El siguiente hito fue distribuir a los guardiamarinas en guardias de mar. En la mar todo buque tiene que funcionar las 24 horas del día. Para ello, la dotación, que así es como se denomina en la Armada a la tripulación del buque, se organiza en varios grupos. Cada uno se encarga de un turno específico, asegurando que siempre haya personal vigilante y listo para actuar en cualquier situación. Estos grupos rotan a lo largo del día y de la noche, cubriendo los diferentes turnos o guardias de mar.

En la Armada, los turnos de guardia de mar son todos de cuatro horas, menos uno que se parte en dos mitades de dos horas que se llaman cuartillos. Está el turno de mañana o de 8 a 12, el cuartillo de 12 a 14, el otro cuartillo de 14 a 16, la guardia de tarde de 16 a 20. Y luego están los turnos de guardia de noche: la primera de 20 a 24, la guardia de media de 0 a 4 y la guardia de alba de 4 a 8 horas.

Recogiendo velas.

Recogiendo velas. / Álbum de la promocion 383 de la ENM

En aquel viaje navegábamos a cinco turnos o guardias de mar. Eso quiere decir que, si una mañana te tocaba de 8 a 12, el siguiente turno era de guardia de media, es decir de 0 a 4, y la siguiente era la guardia de tarde, de 16 a 20, y así sucesivamente. Los turnos de guardia eran sagrados. Se respetaban a rajatabla. El peor turno era la guardia de media (de 0 a 4) porque te pasabas media noche despierto y al día siguiente te tenías que levantar al toque de diana para seguir el ritmo de vida normal a bordo. Tenía la ventaja de que en ese turno repartían leche y sopa caliente y también bollitos de pan recién hecho, rellenos con chorizo. Los famosos bollitos preñados de la Armada. 

Los turnos de guardia eran sagrados. Se respetaban a rajatabla. El peor turno era la guardia de media (de 0 a 4)

Los oficiales del barco

En el buque escuela hay un capitán de Navío, que es el comandante y el responsable del barco y de su dotación. En la marina mercante equivale al capitán del barco. Luego está el segundo comandante, que es un capitán de Fragata que, en la práctica, se ocupa del funcionamiento del barco como hotel. Luego hay un capitán de Corbeta que ejerce de jefe de estudios; más el oficial de intendencia responsable del aprovisionamiento del barco y varios tenientes de navío. Al frente de cada guardia hay un teniente de navío. Se trata de oficiales de alrededor de 30 años y gran experiencia en la mar, que son los que de verdad manejan el barco y mandan.

La buena o mala vida del guardiamarina dependía, en gran parte, del buen o mal carácter y humor del teniente de navío que estuviera al frente de tu guardia. Recuerdo a un teniente de Navío super simpático que se pasaba las guardias contando chistes y cantando ópera. Se parecía a Pavarotti, pero en miniatura. Luego había otro que era un malencarado y le teníamos pánico. 

Timón de popa.

Timón de popa. / José María Prats Marí

Las asignaturas

Los guardiamarinas de tercer curso de carrera a bordo del ‘Juan Sebastián Elcano’ teníamos unas diez o quince asignaturas. No lo recuerdo bien. Las más entretenidas eran meteorología, historia naval y derecho marítimo, aunque el interés por la asignatura dependía mucho del profesor. Las más importantes eran la asignatura de navegación astronómica y el inglés. El inglés es la lengua vehicular de las marinas de guerra del mundo occidental. Toda la mensajería y todas las publicaciones tácticas vienen en inglés. Si no sabes inglés estás perdido. En mi promoción perdimos a ocho compañeros por no superar los exámenes de inglés. El horario de clase era de 8 a 12 y de 16 a 18, salvo que tuvieras guardia o que tuvieras que medir la altura del sol sobre el horizonte con el sextante.

Sextante, sextante y más sextante

La asignatura estrella, y nunca mejor dicho, era navegación astronómica. Consistía en obtener la situación del buque por medio de la medición del ángulo que forma el ojo de un observador con un astro y el horizonte de la mar. Vale cualquier astro: una estrella, un planeta, la Luna o el Sol. Pero para eso es preciso ver a la vez el astro y el horizonte de la mar; y en el caso de las estrellas esto solo ocurre al amanecer y al anochecer.

Así que los guardiamarinas nos teníamos que levantar antes del amanecer, mucho antes que el resto de la dotación, para medir el ángulo de las estrellas con el horizonte por medio del sextante; lo que en el argot náutico se conoce como "observar la altura del astro". Luego, más tarde, sobre las diez de la mañana, había que observar la altura del Sol; al mediodía había que medir la altura del Sol al pasar por el meridiano del lugar; seguidamente, a media tarde, nueva observación de la altura del Sol sobre el horizonte; y después del ocaso, otra vez observación de estrellas; y por la noche… observación de Luna, cuando había luna. Y luego había que hacer los cálculos matemáticos para obtener la situación del buque. Cálculos que nos podían llevar más de una hora.

La banda tocando en el combés.

La banda tocando en el combés. / José María Prats Marí

Total, que al principio no dormíamos nada, nada, nada. Así cruzamos el océano Atlántico y pasamos todo el primer mes de navegación. Luego, el profesor de navegación astronómica se apiadó de nosotros y, poco a poco, nos fue librando de algunas observaciones, como por ejemplo la del crepúsculo matutino. Todavía recuerdo estar observando estrellas con el sextante mientras la orquesta del barco tocaba en cubierta para el resto de la dotación.

Los alojamientos de la dotación

Una característica de los buques de cualquier marina de guerra es que están compartimentados y cada estamento de la dotación tiene su lugar donde come, duerme, descansa y pasea. Así, el comandante y los oficiales del barco tenían para ellos solos la parte de popa del barco, lo que en el argot se denomina la toldilla. Los marineros tenían la parte de proa del barco o castillo. Los suboficiales y cabos tenían la zona que iba del mayor popel al palo trinquete. Se llama el alcázar. Y los guardiamarinas tenían y tienen todavía el cacho de barco, que va desde el mamparo de toldilla hasta el palo mayor popel, la zona denominada combés.

Cuando te acostabas quedabas embutido en la litera sin posibilidad de darte la vuelta, pero estabas tan cansado que no te importaba

La zona de guardiamarinas consistía en un inmenso camarote o sollado con 72 camas montadas sobre 18 literas cuádruples. Es decir, cuatro camas por litera, una sobre otra. Cuando te acostabas quedabas embutido en la litera sin posibilidad de darte la vuelta, pero estabas tan cansado que no te importaba. Luego había otro gran espacio, o sala, con ocho mesas y diez sillas cada una, que hacía las veces de aula de clase, comedor y sala de estar de guardiamarinas. Y entre ambas salas había un espacio con una hilera de duchas comunes y otro espacio con lavabos, espejos y WC. 

En la cubierta del combés había un par de duchas de agua de mar para los guardiamarinas. Eso era porque en aquella época las potabilizadoras de agua de mar que llevaba el buque no eran capaces de cubrir las necesidades de toda la dotación y no quedaba más remedio que restringir el gasto de agua dulce. Supongo que en la actualidad este tema ya estará más que solucionado.    

La convivencia y los momentos de ocio a bordo

La convivencia a bordo de un barco puede llegar a ser el peor de los temporales. Siempre he oído de mis mayores en la Armada que la ociosidad y el no hacer nada son lo peor que puede pasar a bordo de un buque; que tanto la alegría como el mal humor son contagiosos, y que un mal ambiente entre la gente de a bordo puede ser el peor de los temporales. Luego es importante estar activo y mantener siempre una actitud positiva. Y para que eso fuera así, a los guardiamarinas no se les daba apenas tiempo de ocio.

La convivencia a bordo de un barco puede llegar a ser el peor de los temporales

Nos levantábamos antes del amanecer para obtener la situación del barco por medio de las estrellas. A media mañana, al mediodía y a media tarde hacíamos lo mismo observando la altura del Sol sobre el horizonte. Al anochecer, más estrellas; y a medianoche, observación de Luna. Y entre observación y observación, clases teóricas, guardias, guardias, más guardias y maniobra de velas. La rutina del día a día y una actividad febril hicieron que todo el mundo permaneciera alegre y el tiempo de cruzar el Atlántico fuera casi un suspiro. Los problemas se presentaban los domingos por la tarde, que era cuando se paraban las actividades y nos daban descanso. Casi siempre había algún roce o alguna medio pelea por alguna cosa sin importancia.

En clase.

En clase. / Álbum de la promocion 383 de la ENM

Cuando hacía buen tiempo, por las tardes, se montaba una pantalla de cine en cubierta, y la orquesta del barco tocaba canciones y melodías de siempre, pero eso era para el resto de la dotación del buque. Los guardiamarinas, o trabajaban o estudiaban o dormían. 

Lo peor y lo mejor del viaje

Lo peor del viaje suele ser la primera travesía, de Cádiz a las islas Canarias. Son solo cuatro días, pero se hacen largos y pesados. En esta época del año suele hacer frío y mal tiempo. Para los guardiamarinas todo constituye una novedad: guardias, clases, maniobras y cuesta un poco adaptarse a la vida a bordo.

El salto del océano Atlántico, en cambio, es una travesía bastante placentera. Son tres semanas con los vientos alisios por la aleta, buena temperatura y cielo azul

El salto del océano Atlántico, en cambio, es una travesía bastante placentera. Son tres semanas con los vientos alisios por la aleta, buena temperatura y cielo azul. La dotación se viste de pantalón corto y camiseta. Para cuando llegue de nuevo el mal tiempo de los mares del sur y la travesía por el océano Pacífico bordeando las costas de Chile, de sur a norte, ya todos estarán perfectamente adaptados a la vida a bordo y los días de mar se sucederán uno tras otro sin mayor novedad.

La vida a bordo del buque escuela ‘Juan Sebastián Elcano’ es dura, físicamente muy exigente y, sobre todo, con las guardias se pasa mucho sueño. Se pasan momentos buenos, muy buenos, malos y muy malos. Afortunadamente, todos los que hicimos aquel crucero de instrucción de 1981 tratamos de conservar el recuerdo de los dos primeros y olvidarnos de los dos últimos.  

La vida a bordo del buque escuela ‘Juan Sebastián Elcano’ es dura, físicamente muy exigente

Lo mejor del viaje es sin duda el trato con los compañeros y las relaciones que se establecen entre los distintos miembros de la dotación. Todos los días ocurre alguna anécdota o situación graciosa que merece ser contada y recordada. Después de pasar seis meses y medio en un lugar tan confinado como es un buque, en alta mar y sometidos a disciplina militar, se crearon unos vínculos fortísimos entre los que estuvimos allí, vínculos que han perdurado toda la vida. Probablemente a la Princesa le ocurra igual.

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