Vivienda
Dos canarios que viven navegando: así es hacer del barco tu hogar
Jorge Moreno y Miguel Moreno pasan más de la mitad del año embarcados recorriendo distintas partes del mundo. El primero, como guía en un barco de expediciones a la Antártida. El segundo en una embarcación que busca barcos hundidos de la I y II Guerra Mundial

El canario Jorge Moreno en la Antártida con la camiseta de la UD Las Palmas. / LP/DLP

Son las seis de la mañana y Jorge conduce desde el norte al sur de Santo Tomé. Son dos horas de viaje en las que aprovecha para hablar en uno de los sitios en los que recala cada año para trabajar con tiburones. Sudáfrica, Angola, la Antártida o Gran Canaria también dibujan el mapa de su 2025, un año lleno de meses fuera de las Islas, su tierra natal. Como los anteriores.
Mientras tanto, en la otra orilla, Miguel duerme, dejando que las olas acunen sus sueños y esperando a que se solucionen unos problemas que ha tenido la embarcación en la que navega en aguas internacionales, entre Guyana y Venezuela.
Cambiar la calidez de las paredes de un piso o una casa por la humedad del mar abierto y que tu hogar sea un barco durante más de medio año suena a cosa de película o de novela de aventuras, pero para los canarios Jorge Moreno y Miguel Moreno es una realidad. Las suyas son dos historias bien distintas pero con un denominador común -además de su apellido, que coincide de forma casual-: gran parte del año su hogar está sobre las aguas, lejos de sus seres queridos, donde su descanso reposa entre camarotes y sus ojos pueden contemplar la inmensidad del océano cada día.

El canario Miguel Moreno en Países Bajos. / LP/DLP
Buscar barcos hundidos
«Siempre he tenido historia con el mar ya que mi padre me enseñó a navegar de pequeño, aunque por aquella edad no sentía ninguna atracción por él», explica Miguel. Pero, cuando conoció al que a día de hoy es su capitán, su línea de trabajo sí que llamó su atención: buscar barcos hundidos de la I y la II Guerra Mundial en un buque era un plan muy tentador. «Después de la pandemia necesitaba un cambio de aires, y buscaba cambiar mi oficina fija por una móvil. Ahora siempre tengo vistas al mar desde mi ventana», añade.
Así, Miguel pasa a día de hoy alrededor de seis meses en un barco de 80 metros de eslora al que define como «una isla flotante», navegando por sitios como la costa oeste africana, las Islas Británicas e Irlanda o los mares del Norte, Caribe, Noruega y Barents. «Por suerte, en un barco de este calibre y diseñado en Noruega, el mal tiempo y las tormentas pasan a ser más un espectáculo que una preocupación», puntualiza.
Guía en la Antártida
Por su parte, Jorge decidió embarcarse porque soñaba desde hacía tiempo con ir a la Antártida y trabajar allí. Descubrió que la manera más sencilla de hacerlo era uniéndose a un barco de expediciones como guía.
Primero, se sacó los cursos pertinentes de seguridad marítima, protección marítima y control de masas, los que cualquier marinero necesita para estar embarcado. «La persona que trabaja en la cafetería del Fred Olsen y yo, tenemos que tener la misma formación», indica. Y luego, hizo cursos para aprender a manejar la zodiac en la que mueve a los distintos pasajeros, en la que él pasa a ser el capitán. «En la Antártida, si una persona se cae al agua, tienes cinco minutos, en ese tiempo puede tener un infarto. Tienes el tiempo contado para salvarle la vida a alguien», manifiesta.

Jorge Moreno en una de las expediciones a la Antártida. / LP/DLP
El primer contrato que consiguió este canario fue de cuatro meses seguidos, empezando en el rango más bajo. Esto le hacía tener que dormir en una cabina compartida, con literas y sin ventana. «Eso fue lo más duro. Usábamos la televisión y poníamos la cámara de proa. Por la mañana, encendíamos la ventana», recuerda.
Mientras que Miguel lo que más echa en falta son «los olores propios de la tierra, los colores verdes de la naturaleza, montar en moto o pasar tiempo con tus seres queridos y amigos», Jorge recalca la falta de tiempo para sí mismo durante esos seis o siete meses que pasa al año embarcado: «Hacemos jornadas de doce o catorce horas. Cuando estás fuera del barco, en la Antártida, tienes las horas contadas, a veces tienes la batería social drenada, porque al final estoy entreteniendo a pasajeros todo el día. Cuando vuelvo, me voy al gimnasio y poco más», apunta.
Sea como sea, tras meses de viaje, ambos grancanarios terminan por volver a casa en algún momento, a esa isla que les llama porque es la tierra en la que están sus raíces y que les vio crecer. Una tierra que pareciera mantenerse en pausa. Así lo describe Miguel: «Una sensación curiosa de volver del mar, es pensar en todo lo que te has podido perder, para darte cuenta de que todo sigue igual».
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