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CRÍTICA

De Bach a Ravel y un tal Baborák

Un instante del concierto

Un instante del concierto

Fierabrás

L a narrativa de este segundo concierto de abono de la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria planteaba un viaje de 200 años entre Bach y Ravel en el que, con la dirección de su titular, la formación mostraría una encomiable versatilidad estilística.

Fiel a un programa variado – al menos esta vez no sandunguero – como le gusta a Karel Mark Chichon, los resultados se nos antojan irregulares por falta de coincidencias en las energías puestas en juego. Por una parte la orquesta aún parece estar en rodaje, con una cuerda que aún no está al nivel del final de la temporada pasada en calidez y rotundidad así como el equilibrio entre las maderas, y por otra las particulares interpretaciones del director británico, extraordinaria en la Suite de El caballero de la rosa de Richard Strauss, llena de teatralidad, contraste y bien trazadas emocionalmente tanto la presentación de la rosa como el trío final. Hizo sonar opulenta la orquesta aunque esta apareció con plenitud en momentos puntuales y dio espacio al momento camerístico del episodio central con sincera musicalidad. Las andanzas del Barón Ochs y los valses aparecieron con el acertado guiño a un tiempo pasado deslumbrante y feliz.

Todo lo contrario ocurrió en La Valse de Ravel, obra icónica del sinfonismo del cambio de siglo, cuya versión no pasó de la corrección. Faltó fantasía y flexibilidad, implacable en la métrica y más arrebatado que mórbido, sólo los primeros compases fueron dichos con sensualidad para terminar la obra de una manera urgente y anodina.

La primera parte, dedicada a las piezas concertantes, sorprendió por la aparición de dos solistas diferentes en estilos e instrumentos, uno de marcada trayectoria internacional y la otra, nuestra Verónica Cruz, solista de la orquesta. Si el director artístico oyera alguno de los comentarios del público en el descanso se daría cuenta el por qué de mi desconcierto. Cruz estuvo muy bien, luciendo un instrumento – el oboe d´amore - de belleza sonora evocadora, aunque la encontré algo tensa e incómoda de aliento en el primer movimiento.

La agógica del segundo, Bach es muy complejo en esto, hizo que pareciera que ella iba en una dirección y el maestro en la contraria, así y todo sobresalió su bello sonido lleno de contrastes dinámicos. Al Allegro final le faltó algo más de implicación interpretativa pero recibió justos aplausos por una irreprochable lectura técnica aunque algo académica en general.

El triunfador de la noche fue el trompista checo Radek Baborák. ¡Qué dominio del instrumento! De sonoridad bella y expansiva en un instrumento nada fácil de tocar al nivel que lo hizo. En Saint-Saëns – más del compositor francés por favor – estuvo soberbio en virtuosismo, recursos dinámicos y carácter. La pieza, nada fácil, brilló en las variaciones del inicio en lo técnico y en la sección central con unos pianissimi y un legato bellísimos. En el tercer concierto de Mozartnuevamente demostró su desparpajo técnico, aunque en la cadenza del primer movimiento, abarcando los extremos del registro, tuviera algún traspié que no afeó para nada una trepidante y locuaz interpretación ayudada por la afabilidad y comunicatividad que muestra el artista.

Chichon es un muy buen acompañante cuando guarda la servidumbre debida y, aunque Bach y Mozart no se diferenciaron mucho en articulación, pulió la pieza de Saint-Saëns dando relieve a todos los planos sonoros sin menoscabar al solista y con feliz implicación de la orquesta.

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