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Entrevista | Raúl Incertis Médico de Urgencias y anestesista

Raúl Incertis: «En Gaza he visto lo peor y lo mejor del ser humano»

El doctor Raúl Incertis.

El doctor Raúl Incertis. / LP/DLP

Las Palmas de Gran Canaria

Volvió a España el pasado julio tras haber pasado casi cuatro meses como voluntario en la Franja de Gaza. Sin embargo, usted tuvo que ser evacuado del lugar en 2023, solo tres semanas después del inicio de la guerra. ¿Qué le motivó a regresar al territorio palestino?

En realidad, fue un cóctel de indignación. La primera vez llegué el 2 de octubre de 2023 y el día 7 empezó todo. Fuimos evacuados el 1 de noviembre. En el transcurso de esas tres semanas, los cooperantes internacionales tuvimos que cambiar de lugar cinco veces. Durante ese tiempo, vivimos la marcha de miles de gazatíes que habían sido forzados a ser evacuados de la ciudad de Gaza hacia el sur. Conocimos muchos testimonios de personas que habían perdido a todos sus familiares, muchos de ellos en los bombardeos, y que también se habían quedado sin casa. Personalmente, sentí mucha indignación y el sentimiento de tener que devolverles el favor a los gazatíes, ya que en esas tres semanas fueron los conductores de Médicos Sin Fronteras los que nos llevaban a lugares seguros y los que nos daban comida. Estábamos en refugios y era muy peligroso salir. De hecho, perdí 10 kilos en ese tiempo. Lo cierto es que sentí algo de culpa por no poder acudir a los hospitales. No habían corredores humanitarios y el Ministerio de Salud de Gaza nos lo desaconsejó. Todo eso hizo que regresara el pasado abril, aunque pasamos muchísimo miedo.

A lo largo de su estancia, trabajó en el Hospital Indonesio y en el Nasser. ¿Cómo era su día a día?

El hospital principal es el Nasser, que es el más grande de los 16 hospitales públicos que había. Ahora solo quedan tres, y además funcionan de forma parcial porque han sido atacados. En el Indonesio pasé dos semanas, pero finalmente tuvo que ser evacuado. Por tanto, fue en el Nasser donde estuve la mayor parte del tiempo. Allí, nuestro día a día consistía en atender constantemente a civiles mutilados, muchos de ellos mujeres y niños, con heridas abiertas por metrallas. Vi muchos casos de perforaciones de abdomen y tórax, amputaciones, aplastamientos, quemados y fracturas abiertas de cráneo con salida de material encefálico. Además, desde que abrió la Fundación Humanitaria de Gaza a finales de mayo, empezamos a recibir a diario una gran cantidad de civiles tiroteados a propósito por Israel, que convocaba a los palestinos en este lugar para repartirles comida y les disparaban con rifles o artillería de tanque. También les lanzaban granadas desde drones o morteros. Esto hizo que a partir de junio tuviéramos entre 60 y 80 heridos al día por estas causas. Recuerdo que una vez Israel atacó un reparto de comida de la ONU. Entraban muy pocos camiones y los gazatíes se avalanzaban sobre ellos, pero Israel los atacaba sin previo aviso. De hecho, llegamos a recibir 200 heridos y 80 muertos. Por todas estas acciones era frecuente tratar en Urgencias a estas personas y que la actividad en quirófano no parara.

¿Cómo gestionaban la atención a las personas con los escasos recursos disponibles?

Al final, uno se acaba acostumbrando a trabajar con pocos recursos y a recibir heridos, muchos de ellos niños que terminan muriendo. Como yo me integré en los servicios de Urgencias y Quirófano del hospital con compañeros gazatíes y ellos llevaban en ese momento 22 meses sufriendo esas condiciones, me contagié de su fuerza. Simplemente, éramos conscientes de que había que actuar con lo que teníamos y no nos preguntábamos qué nos faltaba.

¿Qué materiales o medicamentos eran los que más escaseaban y cómo se suplía esa carencia?

Aproximadamente, faltaba un 60% de fármacos esenciales. Había una gran escasez de morfina y hacíamos operaciones muy severas. Tampoco teníamos fentanilo. Para realizar todas estas intervenciones, solo contábamos con ibuprofeno o diclofenaco intravenoso. Teníamos que reutilizar muchas cosas que aquí se tiran a la basura como jeringuillas o dispositivos de intubación. Además, cuando me fui no quedaban ni gasas ni compresas. La realidad es que cuando no hay no se suple. Por desgracia, los pacientes pasaban mucho dolor. Por otro lado, los israelíes no dejaban entrar leche de fórmula, y hubo neonatos que murieron por este motivo en la UCI.

«Desde que abrió la Franja Humanitaria, empezamos a recibir una gran cantidad de civiles tiroteados »

¿Cuál fue el caso que más le impactó?

En realidad fueron muchos y perdí la cuenta. Por citar uno, diría el de Aseel, una niña de dos años que llegó a Urgencias junto con otros niños que habían sido bombardeados y que murieron. Cuando bajé al servicio, un compañero me dijo que no la atendiera porque era un caso sin esperanza, lo que se conoce como hopeless case. La niña tenía un agujero en la frente y otro en la tripa. Además, estaba muy quemada. Yo quería intubarla, pero el mismo compañero me dijo que no porque además la UCI estaba llena y no había camas. Entonces, le pusimos una mascarilla de oxígeno y pensábamos que iba a morir en unas horas. Subí a quirófano para continuar con las operaciones que había en ese momento y pensé que jamás la iba a volver a ver. Tres semanas después, vi salir de uno de los quirófanos de Neurocirugía a una niña, y era ella. La habían operado por una complicación derivada de la fractura que tenía en la cabeza. Más tarde, me enteré de que sufría una sepsis y estaba en la UCI pediátrica. La dejamos en el área de Despertar y esperamos a que viniera la doctora de Intensivos a llevársela. Le dije a una enfermera que quería hablar con los padres de Aseel para transmitirles mi alegría por que estuviese viva, pero me informó de que toda su familia había muerto en el bombardeo. Era una niña herida sin familia sobreviviente, un acrónimo que se creó desde el inicio de esta crisis humanitaria para catalogar a los menores que venían heridos y cuyos familiares habían muerto en bombardeos. Una semana después, falleció.

¿Hubo momentos en los que llegó a temer por su propia seguridad?

Sí. Mientras estuve allí, el hospital fue atacado seis veces: cuatro por Israel y otras dos por unas milicias. Las bombas caían constantemente. De hecho, cayeron dos en el hospital. Era habitual sentir ondas expansivas y que temblara toda la estructura del edificio. Al final, acabamos acostumbrándonos a algo que no está bien acostumbrarse. Cuando salí de ahí y llegue a mi ciudad, a Valencia, me di cuenta de esto.

¿Cómo ha cambiado su perspectiva sobre la vida y la profesión médica tras esta experiencia?

He regresado con una sensación ambivalente. Por un lado, he visto lo peor que podía ver en mi vida. Por otro, me llevo mucha esperanza. Para mí ha sido un honor trabajar con mis compañeros gazatíes, que son personas muy hospitalarias, trabajadoras, sensibles y muy correctas con los pacientes, a pesar de haber sufrido la pérdida de familiares de primer y segundo grado. Todos viven en chabolas y, aún así, trabajan con corrección y dedicación. Tampoco les escuché dirigir ni un solo insulto a los israelíes, algo que me sorprendió. Por tanto, puedo decir que he visto lo mejor y lo peor del ser humano. Lamento profundamente que las sociedades médicas occidentales e internacionales no condenen el genocidio de Gaza. Es una vergüenza. Muchos colegios de médicos en nuestro país y en otras naciones no han condenado esto, y no se puede entender. Me siento avergonzado de tener un pasaporte de la Unión Europea porque es cómplice directa de este genocidio.

«Había una gran escasez de morfina y hacíamos operaciones muy severas»

¿Qué cree que se puede hacer para mejorar la situación humanitaria en la Franja de Gaza?

No se puede hacer mucho. Sin embargo, la sociedad civil puede seguir haciendo manifestaciones y protestas para visibilizar el conflicto y no olvidarlo. Además, hay que exigir que el Gobierno le haga boicot a Israel y lo sancione, ya que no lo está haciendo como debería. España está obligada por ley a esto, según la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio. No hay que dejar de hablar de Gaza. Precisamente, ha sido la presión social la que ha logrado este alto al fuego. De no ser así, estarían acabando con la población todavía con más virulencia.

Su testimonio ha servido para lanzar el videopódcast Vivir y morir en Gaza. ¿Cómo decidió embarcarse en este proyecto?

Al principio no era un proyecto. Todo empezó en abril, cuando la periodista Almudena Ariza me pidió que le contara lo que estaba haciendo y el tipo de pacientes que estaba tratando en el hospital, pues no dejaban entrar a la prensa. Le empecé a enviar audios y le grabé una crónica para el telediario. Cuando vio el material, me pidió que le enviara más contenido y quiso hacer algo. Fue entonces cuando surgió la idea. Tengo que decir que a mí me vino muy bien poder contarle lo que estaba viviendo, porque era a la única persona a la que se lo podía trasladar. Al final a los amigos y a los familiares les acabamos suavizando la realidad.

¿Mantenía contacto a diario con sus familiares?

Sí. Israel necesita tener Internet para bombardear a los gazatíes. La comunicación por esta vía fue bastante fluida salvo unos días que se cortó.

El próximo lunes participará en un encuentro en el Teatro Guiniguada de la capital grancanaria, donde podrá contar la cruda realidad que vive la población gazatí. ¿Cuáles son las principales ideas que quiere transmitir?

Mi principal objetivo es acercar los gazatíes a la población canaria. Si el público que asista logra salir del encuentro dándose cuenta de que estas personas son seres humanos al igual que nosotros, que sienten y padecen como los demás y que lo que quieren es llevar una vida tranquila, estaría muy contento. Lo único que nos diferencia es que ellos son musulmanes y nosotros no. Desgraciadamente, hay mucha desinformación y muchos políticos equiparan a los gazatíes con Hamás. Es evidente que también me preocuparé por desmentir esto, ya que la inmensa mayoría de la población es pacífica, no política y no odia a Israel, solo quiere vivir en paz.

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