Soledad Suárez Sánchez estaba anoche sentada en una silla de la sede del distrito centro. Tenía un semblante tranquilo. A sus pies, una caja llena de medicamentos. Enfrente, encima de una gran mesa, un bocadillo que no había tocado. Eran las nueve de la noche. Siete horas antes esta vecina de la calle Santa Luisa de Marillac vio sus 81 años de vida pasar por delante suya. Faltaban pocos minutos antes de las dos de la tarde cuando Soledad les decía a dos de sus hijos que se subía a la azotea a tender la ropa. "Estábamos tomándonos un café y escuchamos un estruendo que movió el piso", recuerda Miguel Ángel, hijo de la octogenaria. Lo que se había caído era el falso techo de la escalera. "Nos temimos lo peor", añade. Tanto él como Mari Carmen, también hija de Soledad, subieron tres plantas y allí la vieron, detrás de la puerta y sin un rasguño. Se había salvado por los pelos. Segundos antes había abandonado la escalera para acceder a la azotea.

Ella, que ha residido toda su vida en este histórico barrio, es una de las 17 personas que ayer vieron cómo tenían que abandonar sus viviendas por el desplome del techo en su edificio. Junto a Soledad, en las instalaciones municipales, se encontraba una decena de personas afectadas. Muy pocos daban bocado al bocadillo. Los nervios seguían dentro, en el estómago.

Pocas horas antes todos se encontraban en la calle preguntándose qué iba a ocurrir con aquel edificio blanco en el que algunos han vivido más de medio siglo y que da color a esta pequeña ladera de la capital.

Los más mayores esperaban sentados. Era el caso de Pino Moreno, que con 79 años se cobijaba del frío bajo una manta a medida que el sol caía. Las horas pasaban y el cuerpo de Moreno no aguantaba. Una ambulancia tuvo que trasladarla hasta un centro de salud debido a que su estado de salud empeoraba.

Entre los pequeños las preocupaciones eran otras. Una madre pedía entrar en su vivienda y así coger unos pantalones para que su hija menor de edad pudiera viajar hoy a Zaragoza para participar en un campeonato de gimnasia deportiva. Finalmente pudo hacerlo.

Los que peor lo pasaban eran los que no sabían dónde iban a dormir. Como le ocurrió a Fátima Santana. Con su hija de 23 años y su marido esperaban a que el Ayuntamiento les ayudara. "No sabemos dónde nos vamos a quedar", comentaba Santana antes de que los servicios sociales le buscaran una solución: el albergue de Vegueta.

Ahora se preguntan los vecinos hasta cuándo estarán fuera de sus casas. En principio hasta que los técnicos den el visto bueno. Y eso puede ocurrir en días o semanas.