Un excavadora esquelética refleja lo que vivió el caserío de Guadá, en el municipio de Valle Gran Rey, la noche del domingo y la madrugada del lunes. Los vecinos ayer seguían haciendo balance de los daños provocados por el fuego. La gran mayoría respiraba tranquilo al ver que sus viviendas habían aguantado al paso de las llamas. Otros tenían en su mente aquella noche del 12 al 13 de agosto que pasaron atrincherados en sus viviendas y que casi acaba con sus vidas. "Se me secó la boca, pensaba que no íbamos a escapar de aquí", declaraba Manuel, quien se toma un Appletiser junto a su cuñado Yayo y su mujer Eva Chinea, que describía lo vivido como "algo que tiene que ser peor que el infierno".

Para esta familia la historia empezó el pasado sábado. "Esa noche no habíamos dormido porque estábamos vigilando debido a que había ardido la montaña y si bajaba al valle sabíamos que la cosa se ponía fea", recordaba Eva, que aseguraba que "esperábamos lo peor porque el fuego ya estaba arriba".

Llegaba el domingo y la mayoría de los habitantes de Guadá y el resto de caseríos cercanos habían sido desalojados. Ellos decidieron quedarse encerrados en sus viviendas. "Mandamos a mi hijo de 17 años y los hijos de mi hermano a Valle Gran Rey, pero nosotros nos quedamos. Somos mayores de edad", indicaba sentada en una silla en la cocina de su vivienda, mientras de fondo el televisor reflejaba que la electricidad ya ha vuelto al pueblo y el suministro de agua también se ha normalizado, "aunque está ennegrecida y huele a humo", decía Chinea. Ese olor a humor que todavía no se ha retirado de un Valle Gran Rey calcinado por las llamas.

Eva, quien vive en Cabo Blanco pero pasa siempre sus vacaciones en su casa de Guadá, continuaba describiendo la vivencia de la noche del domingo y alegaba que se informaba del avance del incendio con otros familiares a través del móvil. Cuando vieron que el incendio se iba acercando "llenamos todos los cubos de agua". Se preparaban para lo peor, aunque no se imaginaron que fuera a ser tan grave.

De pronto el fuego comenzó a correr por el barranco. "De una palmera saltaba a otra, estaba todo el barranco encendido", detallaba. En ese momento "mi marido nos dijo que el fuego ya estaba aquí y nos pusimos nerviosos, nos entró el pánico, a mi hermana le dio una crisis de ansiedad y vimos cómo una palmera de aquí encima empezaba a arder y saltó a otra que estaba al lado de nuestras casas". Los baldes se acabaron y las mangueras dejaron de funcionar al quemarse.

Eva y Manuel y su hermana Margarita y Yayo se refugiaron en sus respectivas casas. "No teníamos nada, ni mascarillas, sólo toallas mojadas que nos pusimos en la boca para poder respirar", explicaba. "Si hubiese estallado el cristal de la puerta de la terraza nos hubiésemos quedado como sardinillas quemadas", agregaba.

El fuego ya se había instalado al lado de sus casas y el nerviosismo se acrecentaba. "El incendio era una bola de fuego, había un ruido ensordecedor y el calor era exagerado", contaba Chinea, quien añadía que todo el rato permanecía con la toalla mojada en la cara. "Mi marido intentaba salir a apagar algunos fuegos, pero se tenía que volver por el calor". "Era una situación que no sé como explicar. Cuando vimos que el fuego se paró cerca de la casa decíamos: 'Dios, que pase, que pase'; eso duró un momento pero para mí fue una eternidad", comentaba Eva, que compara el avance de las llamas con un soplete. "Era como si encendieran un soplete y se pusieran a prender barranco abajo, iba con muchísima rapidez".

De repente todo pasó. "Al momento subimos a casa de mi hermana y nos abrazamos, lloramos, 'estamos vivos' nos decíamos". Manuel reconocía que "pensé que no escapábamos", mientras que su esposa afirmaba haber pasado miedo. "Sí que temía por mi vida, pero en el momento no tuvimos tiempo de pensarlo". A pesar de ello, señalaba que volvería a hacerlo. "Teníamos que luchar para defender lo nuestro", decía. Sólo duda cuando se le pregunta que si hubiese ocurrido lo peor que pasaría con su hijo, aunque a los segundos vuelve a repetir que lo volvería a hacer.

Todo el que pasa por delante de su vivienda de la calle San Antonio le pregunta por lo ocurrido. Gran parte de sus vecinos corrieron la misma suerte con sus casas que Eva y Manuel, aunque ellos no se jugaron la vida. Fue el caso de Loli Reyes, quien al ver la fuerza de las llamas pensó que se quedaba sin domicilio. "Esperaba que estuviera quemada, pero la casa escapó; estaría de la mano de Dios y de la Virgen de Los Reyes que está allí debajo", alegaba mientras transportaba agua en garrafas al no tener aún disponible la potable. Lo que sí perdió Reyes fueron animales, al igual que le ocurrió a Concepción González Orense, quien vio como morían sus ovejas, cabras y gallinas. "Quién va a pagar eso ahora?", preguntaba.

"Yo pensé que aquí no quedaba nada, porque para lo que podía haber pasado no pasó nada", resaltaba Carlos, también vecino de Guadá, que vio como su vivienda quedó intacta. Sin embargo, los apartamentos que estaban frente a ella quedaron totalmente derruidos. Carlos junto a su esposa entró a visitarlos y comprobó como todos los electrodomésticos fueron quemados y el piso se abombó del intenso calor. Debajo, de las motos, sillas y neveras sólo quedaron los hierros.

Carmen Cabrera, de 71 años y de Los Hornillos, pensó que "no iba a tener casa". Por suerte, sólo tendrá que limpiar un poco para retirar los restos de un incendio que convirtió Valle Gran Rey en un infierno.