Prefiere mantener el anonimato, aunque por su cargo resulta prácticamente imposible. "Cualquiera lo haría", afirma. Se trata del subdelegado del Gobierno en Santa Cruz de Tenerife, Guillermo Díaz, quien, por casualidades de la vida, el pasado sábado se encontraba en Las Palmas de Gran Canaria, lo que le llevó a pasar por delante de la vida de un pequeño de solo un año. Díaz fue el hombre que se introdujo en una alcantarilla de la calle Muelle Las Palmas, en la capital grancanaria, a la que el bebé se precipitó tras ser abierta en un supuesto acto vandálico. Y lo hizo porque, según declara, "me puse en la situación de los padres; le podría haber pasado a un hijo mío".

El representante del Gobierno en la provincia occidental pasaba el fin de semana en la capital grancanaria por cuestiones privadas. Cuando caminaba por la citada zona fue cuando se percató de lo que había ocurrido. "Cuando llegué había varias personas alrededor y la madre diciendo que se tiraba para rescatarlo", apunta Díaz, quien, sin dudarlo, tras ver al niño en ese agujero de unos cuatro metros de profundidad y con agua empozada en el fondo, se introdujo en la arqueta de saneamiento.

Ante la pregunta de por qué fue él y no otra persona la que se metió, responde: "Quizás porque hago mucho deporte y soy alto". A ello se unieron otros peligros que se le pasaron por la cabeza que le podían ocurrir al pequeño. "El canal de aguas comunicaba con varios túneles y el temor era que se pudiera echar a caminar por alguno de ellos o si llegaba alguna descarga de agua", comenta.

Por ello, se dejó caer por el agujero hasta llegar a la altura del niño. "Estaba llorando muchísimo, totalmente negro del agua, sólo se le veían los ojos", describe Guillermo Díaz. "Lo cogí y pesaba muy poco". Después estiró el brazo y desde arriba cogieron al bebé, que, a pesar del golpe, sólo sufrió traumatismo craneoencefálico de carácter leve, según informó el Centro Coordinador de Emergencias y Seguridad (Cecoes) 112. El subdelegado del Gobierno tuvo que esperar a que llegara una escalera desde un hotel cercano para poder salir de aquel canal de aguas. Fuera, recuerda que se abrazó al padre de la criatura, aunque en ningún momento se dio a conocer. "El padre me preguntó cómo me llamaba, me agradeció lo que había hecho, pero cuando vi que empezaron a llegar policías decidí ausentarme", apunta.

Díaz cuenta sobre aquella tarde del pasado sábado que, después de sacar al chiquillo, caminó hacia el hotel en el que se hospedaba sin decir a nadie de quién se trataba y allí se deshizo de su pantalón blanco, que había perdido por completo su color original, y tiró toda la ropa que llevaba en aquel momento encima a la basura.

Ese intento por salvaguardar el anonimato lo hizo porque prefiere que no se le trate como a un héroe. "Lo que yo hice lo hubiese hecho cualquiera", repite en varias ocasiones a través del teléfono. "Yo sólo me puse en la situación de los padres, y no pude evitar entrar", vuelve a decir. Asegura que todo esto se trata de "una anécdota", a la que le quiere quitar cualquier trascendencia. Pero para quienes no es una anécdota es para los padres del niño, que ya saben cómo se llama aquel hombre espigado que no dudó en rescatar a su bebé de sólo un año de una alcantarilla de aguas residuales a la que había caído momentos antes.