Valleseco ha sido tierra de hombres ilustres, especialmente de sacerdotes: D. Deogracias Rodríguez, catedrático de griego y canónigo; Vicente Rivero (basílica de Teror), Abrahán González (parroco de S. Pablo), Juan Marrero, etc. Ahora acaba de morir otro hijo ilustre, al que rehúso comparar con los anteriores, porque admito mi falta de imparcialidad. Se trata de Rogelio Santana Guerra, cuyo currículum es imposible encerrar en un simple, pero sentido, artículo necrológico. Si digo que Rogelio fue el alcalde que llevó a Valleseco a la modernidad, elevando su calidad de vida, estoy introduciendo una saga de largo recorrido.

Rogelio empezó como teniente de alcalde, siendo el inolvidable Gregorio González García el presidente de la Corporación. Fue el último alcalde de la dictadura y el primero de la democracia. Su prestigio llegó a tal nivel que no eran las siglas de los partidos las que lo encumbraban, sino él quien enaltecía a los partidos. Con él, los acuerdos del Ayuntamiento se tomaban por unanimidad. Su labor queda ahí. Y como los grandes hombres seguirá teniendo pasado ("Por sus hechos lo conoceréis") y futuro ("Las raíces envejecen pero nunca mueren"), tal como dice la placa que selló en Monagas, Valleseco, la hermandad del pueblo canario con el Estado de Monagas de Venezuela. Los ancestros de los presidentes de este país caribeño José Tadeo y su hermano José Gregorio, nacidos en 1781 y 1795, vivieron en unas cuevas de Monagas, que hoy son de mi propiedad.

Rogelio se trazó un plan de mejora del municipio, donde dio prioridad a los servicios de agua, electricidad, trazado y mejora de caminos, que marcaron la aludida llegada de la modernidad. Acabó con las ingratas caminatas a las fuentes, con los peligrosos candiles y con la incomunicación de los barrios, en una labor de plena dedicación y apreciables esfuerzos.

Pero, ¿cuál era la traza humana de Rogelio? Nació el 19 de marzo de 1925, en Madrelagua, cabecera del barranco llamado de Madrelagua, Teror, Lezcano, Tenoya y Tinoca, llevando junto a sus aguas -que enfrentaron en largos pleitos a Teror y Tenoya- la riqueza de las tierras colindantes.

De familia humilde, comenzó vendiendo ropas y tejidos desde las Tirajanas a La Aldea, cargando sobre sus hombros los pesados fardos. Era un hombre que se hizo a sí mismo. De él decía mi padre, que era su amigo, que era de una inteligencia natural portentosa. Yo, heredando y acrecentando el afecto y cariño que mi padre le prodigó, puedo, sin ninguna duda, atestiguarlo. Rogelio era el hombre de chispa brillante, repuesta rápida y apabullante. Tuve mis anécdotas con él. En una multitudinaria reunión de alcaldes en Madrid, estuve presente, por mi amistad con el entonces alcalde de Agaete, José Antonio García Álamo, Rogelio al verme nos abrazamos y me dijo: "¿Te das cuenta? Los de Valleseco estamos en mayoría". Cuando tuve el honor de decir el pregón de las Fiestas del Pino, en 1979, en la primera fila de la basílica estaba Rogelio. Cuando llegó la hora del refrigerio, nos bebimos una botella de ron Artemi, entonces propiedad de mi buen amigo Felipe Quintana. Como yo era mucho mas flojo, él me llevó a mi casa del Zumacal.

En una reunión en el Cabildo, nuestro personaje defendiendo los derechos del pueblo fue mandado a callar por Juan Pulido Castro, a lo que le contestó: "Para que me calle deben segarme el pescuezo". Y por supuesto que siguió hablando Rogelio, pendiente del bienestar de su pueblo, daba permiso de obras sin exigir planos porque no podían pagarlos los interesados. Cuando algún técnico quiso enmendarle la plana, él le dijo: "En Valleseco, las únicas obras que se mojan son las que se hicieron con planos y firmas". Y esas obras son el Ayuntamiento, el centro parroquial y el colegio. Hace algunos meses se le rindió un homenaje en el Área Recreativa de La Laguna, que tuvo el acierto de comprarse bajo su mandato, extendiendo el área de ocio, incluyendo el campo de fútbol. Hoy la Laguna es uno de los parajes más hermosos y visitados de Gran Canaria. Su gestión se recuerda con una placa, como agradecimiento del pueblo. Entiendo que debe colocarse, también, un busto en la plaza de la Iglesia.

Rogelio, todo carácter y genio, murió rodeado del cariño de sus familiares y amigos, que lo acompañaron en su largo camino final: "La muerte espera siempre, entre los años / como un árbol secreto que ensombrece, / de pronto la blancura de un sendero / y vamos caminando y nos sorprende".

"Si supiera, Señor, que tú me esperas / en el borde implacable de la muerte / iría hacía tu luz como una lanza / que atraviesa la noche y nunca vuelve. / Y sé que cuando muera es que Tú mismo / será lo que habrá muerto con mi muerte" (José Luis Hidalgo, 1947). Sócrates nos dijo: "Los que piensan que la muerte es algo malo se equivocan. La muerte es un sueño, sin ensueños. La liberación entre el alma y el cuerpo se llama muerte. Los verdaderos filósofos tratan de liberar el alma. Librados de la locura del cuerpo, somos puros y trataremos con los puros, sabiendo que la luz clara que nos rodea no es otra cosa que la luz de la verdad".

Mis condolencias para su familia: su esposa, Josefa Díaz (71 años de feliz matrimonio); sus hijos, María del Pino, Antonio Juan y Benjamín Santana Díaz; especialmente, para Benjamín, su esposa, Rosario Perera, e hijo, Álvaro.