Cuando se diluyen los ecos de los múltiples actos vividos en la celebración del Cincuentenario de la construcción de la iglesia de Candelaria en la Vega de Acusa que, entre otros de diferente rango, contemplaron el reconocimiento otorgado por la Orden del Cachorro Canario a la alfarera Carmela Lugo y al artesano de la palma Federico Alonso, dejamos constancia del triste fallecimiento de dos jóvenes artesanos de la palma y caña como fueron Aventino Medina Martín y Celia Quintana Hernández. Esta pareja, oriunda del barrio artenarense de Acusa, constituía un laborioso matrimonio, habiéndose producido su óbito con pocos meses de diferencia. Aventino, conocido por Tino, falleció a los 57 años víctima de un triste accidente laboral, y su esposa Celia, a los 51, a consecuencia de una enfermedad a la que la ciencia aún no ha logrado ponerle nombre.

El hecho de que este matrimonio haya desaparecido en la flor de sus años y que fueran los penúltimos artesanos que quedaban en el pueblo de Artenara, ha causado tristeza no solo en su ámbito familiar sino entre los vecinos de la pequeña localidad. Aventino quedó huérfano a los nueve años y ello hizo que pasara a ser cuidado por su abuela quien, desde la primera juventud le enseñó el oficio de elaboración de objetos de palma, actividad que ejercía con destreza y reconocida habilidad, en su casa cueva de Acusa Seca.

La pareja trabajaba de manera complementaria la elaboración de objetos de palma. Mientras Celia hacía las empleitas, cruzando las hojas de palma hasta formar una larga tira de tejido, su marido continuaba con el trabajo dándole forma a sombreros, esteras, escobas o ceretas que exhibían en ferias de artesanía y fiestas populares en diversos lugares de la isla. Ambos fueron informantes en las investigaciones de campo que hemos realizado sobre la artesanía en esta localidad cumbrera, quedando sus testimonios recogidos en revistas especializadas de etnografía así como en el reciente libro sobre la historia de Acusa.

La artesanía isleña pierde a dos jóvenes artesanos, herederos de una tradición que en el barrio de Acusa se remonta a la época prehispánica, concretamente al siglo VI de nuestra era. Desde entonces, los cadáveres de los aborígenes eran envueltos en esteras de junco, formando una yacija sobre tablones de tea que se guardaban en las cuevas funerarias del populoso caserío.

Sé que las actuales normas de enterramiento tienen un protocolo exigido por principios sanitarios. Sin embargo, en alguno de los momentos de sus respectivos sepelios en Artenara, llegué a pensar que sus cuerpos eran merecedores de haber sido envueltos, como continuidad de la costumbre aborigen, en una estera de palma para hacer el viaje al más Allá. Expresamos nuestro sentimiento de pesar a sus hijos Davinia, Israel y Rebeca, así como al resto de su familia y a los artesanos del municipio de Artenara.

*Cronista oficial de Artenara