Drogas, alcohol, ilegalidad documental y velocidad temeraria llenan de muerte cada día las carreteras españolas. El martes pasado le tocó a Miguel Estupiñán Díaz, mi primo hermano y ahijado, cuando después de su laboriosa jornada de trabajo regresaba desde el Centro de Investigación Espacial de Pasito Blanco a su residencia de Las Palmas de Gran Canaria. Un indocumentado y reiterativo traficante apodado El PlatanitoEl Platanito, que era perseguido por la Guardia Civil por saltarse un control ordinario, estrelló violentamente su enloquecida maquina contra el Mitsubishi blanco de Miguel matándolo prácticamente en el acto. En un instante se esfumaron para siempre tantas ilusiones, propósitos y proyectos.

Coincidió su nacimiento el 1 de julio de 1964 con otra tragedia familiar, y sus padres desearon que llevase el nombre del arcángel en recuerdo y homenaje al pariente desaparecido, eligiéndome para que fuese su padrino de bautismo, una responsabilidad que, ante su ausencia, acrecienta la irreparable pérdida de un ahijado brillante por el privilegio de la trayectoria profesional desempeñada. Tan pronto culminó la carrera de Ingeniero Técnico de Comunicaciones, a los 25 años, logró formar parte de la plantilla del Centro Espacial de Canarias, la estación especializada en la observación de satélites desde tierra ubicada en la Montaña Blanca de Maspalomas, y que fue puesta en marcha en su día por la agencia espacial estadounidense NASA a principios de los años 60 del pasado siglo. Su competencia en el desempeño de las altas funciones encomendadas le valieron para que ya quedara definitivamente vinculado a tantas extraordinarias misiones tripuladas y siguiera controlando los seguimientos y la recepción de datos de los satélites artificiales que campean por el universo.

Resulta paradójico, que fueran muchas las vidas que se salvaron en los océanos del mundo gracias a la inmediata prontitud del socorro lanzado desde el sur de Gran Canaria. Y fueron también muchos los capitanes de todo tipo de embarcaciones y naciones que viajaron luego a Tirajana para agradecerles emocionados a Miguel que no acabaran en las profundidades de los mares.

A su pasión por vigilar el espacio se añadía su entusiasmo por la música. Sus amigos y compañeros de bandas a las que desde muy joven perteneció, llenaron las páginas de las redes sociales de incontables muestras de solidaridad y condolencia, y elogiaron la calidad metódica y rítmica de sus festejadas composiciones, de cuyos esfuerzos procedieron piezas de notable sensibilidad. Era un consumado guitarrista que formó parte diferentes orquestas de rock en Canarias, como Aitane, Doctor Burrus o Lúa Lúa Banda. Uno de sus últimos proyectos, que nació como homenaje y reconocimiento al mítico cantante de rock español, Miguel Ríos, cosechó un importante éxito. Su guitarra, de potente sonoridad y solos cuidados, destacaba cuando compartía cartel con músicos de primer nivel dentro del panorama insular. Fue, en definitiva, un guitarrista talentoso, imprescindible para entender la historia del rock en Canarias.

Pero, por encima de todas estas aficiones musicales y alta dedicación profesional. Era un hombre bueno, afable, tranquilo, ordenado, responsable, admirable por su calidad humana y trato amable, que sin duda será ahora recordado con cariño y admiración por sus familiares, amigos y compañeros de tan atractivas actividades, que lamentan con gran tristeza y rabia la temprana y absurda desaparición de este excepcional ciudadano grancanario.