Un dibujo elaborado por un niño pegado a una garrafa con flores sterlitzias y calas recuerdan la memoria de Jesús Medina Rodríguez junto a la infravivienda del barrio capitalino de Marzagán en la que se produjo un incendio el pasado sábado que le provocó la muerte. Quienes le conocían sólo tienen palabras buenas para Suso, como le llamaban. Noble, tranquilo o buena persona eran algunas de las descripciones de amigos que se emocionan al recordar cómo se pasaba el día junto a la puerta del supermercado Sub 24 a la espera de echarle una mano a alguno de los clientes para llevarle las bolsas. "Nunca pedía nada", subrayaban.

Suso era huérfano y vivió su primera infancia en un centro para niños de Telde, de donde al principio salía los fines de semana para pasarlos acogido en casa de Marina, una vecina de Marzagán que se convirtió en su madre adoptiva. Un compañero suyo del colegio Murcia -ya desaparecido- contaba ayer en la carretera principal del pueblo de Jinámar que ya en la escuela era una persona tranquila. "Era un niño normal, hablando era humilde", comentaba esta persona, que prefiere mantener el anonimato.

Otro de los allegados recordaba cómo hace unos meses Marina fallecía. "Suso no tenía dinero, él no pedía, pero cuando murió Marina estuvo pidiendo para poder comprarle una corona", declaraba esta persona muy cerca del Sub24, frente al que ayer algunos allegados pusieron velas y flores en recuerdo del fallecido. A pocos metros, en la cafetería La Pata Caliente de Jinámar, los empleados Javi y Moisés sólo tenían buenas palabras para hablar de Suso: "Era muy tranquilo, no tenía maldad ninguna, siempre que venía le regalábamos un bocadillo de pata o un chocolate con churros por orden del jefe, que nos decía que le diéramos lo que pidiera". Pese a ello, "alguna vez venía con 80 céntimos y me pedía unos churros, que los 20 céntimos ya me los daría otro día", apuntaba uno de los empleados.

Entre sus trabajos, los vecinos apuntaban que estuvo en Fuerteventura de albañil. A su vuelta, los pocos empleos que se le conocen era cuando le llamaban para trabajar las tierras de Marzagán en la recogida del perejil o en otras labores. Era la forma de ganar algo de dinero para sus necesidades del día a día. Antonio Rivero, por su parte, comentaba que todo Jinámar le quería. Así, hace seis meses, entre la parroquia y él lo habían llevado a la Comisaría de Telde para que renovara su carné de identidad. "Era muy buena gente", decía.

"Lo querían mucho, era muy buena gente", coincidía Fabiola Hernández Gutiérrez, de la peluquería Sonia Martín. "Él dependía de lo que la gente le diera, ni siquiera pedía; a mí misma me veía salir con la bolsa de basura y venía a ayudarme". "Tenía un gran corazón", sentencia Hernández, quien apenada añadía: "No se merecía morir así, nadie se lo merece, pero Suso no se lo merecía", en referencia a que perdió la vida por las graves quemaduras sufridas en el incendio.

Las llamas calcinaron por completo la casa en ruinas situada en la calle Maestreescuela Monseñor Juan Ramírez Valido. Entre las antiguas paredes aún brotaba ayer el olor a quemado de las maderas que hacían de soporte del techo. Todo está calcinado. En esa infravivienda Suso pasaba sus días. No era la primera vez que se producía un fuego. Los bomberos de Las Palmas de Gran Canaria ya habían ido en anteriores ocasiones a apagar las llamas.

El pasado sábado, Suso salía envuelto en llamas del chamizo donde se había vuelto a producir un incendio. Una ambulancia lo trasladó hasta el Hospital Insular, pero las gravedad de las heridas hicieron que, horas después, se confirmara su muerte a los 52 años.

Un grupo reducido de personas le daba ayer el último adiós en el cementerio de San Lázaro de Las Palmas de Gran Canaria, donde recibió sepultura. Muchos de los que lo conocieron no tuvieron conocimiento de su entierro. Por ello, los vecinos han organizado una misa funeral el próximo 3 de abril, a las 19.00 horas, en la iglesia de la Inmaculada Concepción de Jinámar para recordar su memoria.