Hijo y hermano de maestros, convencido de que la educación es la herramienta fundamental para el desarrollo de las personas, mi padre decía siempre que a los niños hay que darles tiempo para aprender y para crecer. Con los recursos, la vocación y la humildad de antes, ejerció entre Tuineje, Valsequillo y Las Palmas Gran Canaria - Adán del Castillo, Calvo Sotelo, 29 de Abril y Federico García Lorca, donde conoció grandes compañeros y amigos - para que todos sus alumnos disfrutaran de las mismas oportunidades para prosperar. Creía en la enseñanza pública y denunció que la aparición de la concertada co-financiada con los impuestos de todos pudiera crear clases de colegios en lugar de colegios de clases.

En una época de muchas carencias y necesidades, sostenía que llevar un uniforme escolar no era una expresión de disciplina, sino una herramienta para prevenir que ninguna niña o niño se sintiera superior ni inferior a nadie por la ropa o las zapatillas que sus padres pudieran comprarle. Para él, las aulas eran un espacio sagrado a donde los niños iban a aprender las herramientas básicas para convertir en realidad la posibilidad de ser lo que soñaban. En igualdad, en libertad y en dignidad. Y era feliz contándonos cómo tal alumno le había reconocido años después en la calle y le había contado de qué manera su vida y la de su familia había mejorado, en medio de un sinfín de anécdotas sobre de dónde era o quiénes eran sus padres, y cómo les había convencido para que le dejaran seguir estudiando, al menos, hasta el final de curso. Y así sucesivamente.

Antonio estaba unido por sus padres a Santiago de Tunte, y por amor a Gáldar, y estuvo conectado hasta el penúltimo momento con sus compañeros de bachiller de la promoción 1946-1958, y a su gran amigo Braulio, con quien recorrió a pie la isla de Gran Canaria de Norte a Sur, y le quería. No recuerdo que se perdiera por televisión ningún partido de la Unión Deportiva Las Palmas, incluido los eternos minutos del descuento, que mientras para mí eran una pérdida de tiempo, para él eran un acto de fe y de confianza.

Conservó hasta el último instante la misma ilusión y la inquietud por las cosas sencillas que le habían acompañado siempre. Tenía la virtud de la paciencia y dominaba el arte de la espera. Del Norte, las lluvias para llenar las presas de Regantes, que casi siempre eran cuatro gotas. Del Sur, la llamada puntual de Angelito, amigo de su infancia en Tunte, que le traía tanta alegría como recuerdos entrañables. De la vida, la paz y la felicidad con su familia después de una vida de muchos sacrificios. Que alcanzó.

Deja a mi madre Isabel, a tres hijos, a su hermana María, y a una bonita familia de sobrinos y nietos. Con su marcha nos entrega el testigo de la responsabilidad de reivindicar firme pero serenamente los derechos y los deberes que nos corresponden como personas y ciudadanos, y sobre todo, nos compromete a ser dignos de su legado. Porque Canarias no se entiende sin tantos maestros como él que de forma modesta y silenciosa construyeron en un periodo complicado los primeros pilares de nuestro desarrollo moderno.

Fuimos felices con él siempre y aprendimos tanto. Le echaremos mucho de menos.