Resulta especialmente complicado escribir tan solo unas líneas para hablar de un amigo de la infancia que nos deja. Sin lugar a dudas, la niñez es un periodo de recuerdos inolvidables que afloran en aquellos momentos donde algo extraordinario, en lo bueno o en lo malo, sucede.

Pedro J. Quintana Déniz vivía en el centro del pueblo. Desde su casa se puede ver la fachada de la imponente Basílica del Pino y esa cercanía al núcleo social de Teror marcaba que siempre pudieras contar con él. Recuerdo que muchas veces la tienda de Dulce era el reclamo para preguntarle por Pedro y si lo había visto salir. En una época libre de tecnologías de la comunicación, preguntarle a la gente del casco por alguien era garantía de conocer dónde podía estar. Entonces empezaba la búsqueda de aquellos con los que querías estar. Había tres opciones: la cancha del instituto o del colegio, la Alameda o estar por ahí con la bicicleta.

Pedro, como casi todos los de la generación del 75, era deportista y sociable. La pandilla que se conformó desde los Parvulitos chicos y Parvulitos grandes en las Dominicas seguiría hiperactiva hasta que terminamos COU en el Instituto de Bachillerato Mixto de Teror. Es probable que los mejores recuerdos que guarde sean de los partidillos callejeros que jugábamos en varias localizaciones del casco.

Dependiendo de dónde nos cuadrase, nuestra cancha improvisada donde nos juntábamos ocho o 10 a jugar podía ser la llamada Calle de Correos, donde había poco tráfico, o la Calle de Teófilo o del Bar Nuevo. Recuerdo, como algo extraordinario cuando se inició la obra del Club de Pensionistas, que nos dejaron meses parada la obra y una gran explanada de tierra alisadita servía como campo de fútbol particular donde nos cogía la noche jugando al fútbol.

Siempre estuvo Pedro. Siempre estuvo ahí, especialmente con César Santana, con el que siempre cuadró mejor que con ninguno.

Mi recuerdo más nítido en este día para Pedro me vino a la cabeza de inmediato. Podíamos tener nueve o diez años y, en un día cualquiera de tarde, me para por la calle y me dice: "Vamos a hacer un equipo para un Torneo de Barrios que se va a hacer en el campo de fútbol, ¿te apuntas?" Mi respuesta fue una pregunta: "¿Cómo se llama el equipo?, y Pedro me respondió con seguridad: "El Callejón". Por supuesto que participé, ¡cómo le iba a fallar a la pandilla del pueblo!

Ese equipo del Callejón que Pedro formó quedará como recuerdo imborrable de un amigo que nos deja pronto, pero siempre quedará para nosotros como uno más e indispensable de la pandilla del pueblo, donde una estrella brilla hoy más fuerte en el Callejón.

En recuerdo a Pedro J. Quintana Déniz.