El párroco Simón Pérez Reyes falleció anoche, al cierre de esta edición, tras unos años luchando con un tumor en su rostro. El sacerdote, de 77 años, fue párroco de La Isleta hasta hace apenas dos años, cuando se jubiló por problemas de salud, como explicó en una entrevista a este periódico. Muy querido en los barrios donde ofició, el instituto de Cruz de Piedra donde dio clases lleva su nombre. El año pasado fue homenajado por el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria y nombrado Hijo Adoptivo de la ciudad.

Pérez Reyes nació en Arucas en 1942 "en el seno de una familia de pequeños comerciantes", como señala el centro educativo en su web. Realizó sus estudios de bachiller en el colegio La Salle de la ciudad norteña, para posteriormente formarse como profesor en la Escuela de Magisterio de Las Palmas de Gran Canaria. Finalizó la carrera en 1960 y al año siguiente aprobó las oposiciones al Cuerpo de Maestros Nacionales.

El sacerdote ingresó en el Seminario de Tafira y concluyó la ordenación sacerdotal a finales de 1970. En la biografía se apunta que durante sus primeros años estuvo como formador del seminario menor hasta que pasó a coger los mandos de la parroquia de María Madre de la Iglesia del polígono residencial de Cruz de Piedra, donde combinó su ministerio sacerdotal con las clases en el Colegio Público Teobaldo Power, que años después llevaría su nombre.

"Fue mi etapa más larga y la más bonita", recordó Simón Pérez al rememorar sus años en Cruz de Piedra. "El 45% de la población de la ciudad era entonces gente menor de 15 años, había mucho niños y había que construir y hacer iglesia porque no había nada. Todo el chabolismo que había en Las Palmas estaba allí; había gente de todas partes, del Confital, de las Tenerías, cada uno con sus costumbres", declaró el cura, quien señaló que su primera iglesia fue "el cielo". "Celebrábamos misa en un local de la compañía eléctrica, donde guardaban la maquinaria, sin techo. Tampoco había colegio y, cuando se construyó, logramos que nos prestaran el comedor".

En la entrevista comentó que en aquellos años Cruz de Piedra estaba lleno de niños. "Pedías voluntarios para que te ayudaran y aparecían cien", indicaba. Y ponía más ejemplos: "Mis primeras comuniones fueron al aire libre y hubo 140 niños" o que cuando se abrió el colegio del que fue director había "mil alumnos en tres turnos porque no había sitio". También dedicó parte de su tiempo a la escritura al abandonar la docencia. Escribió el libro Historia de la Diócesis de Canarias, con la que quiso resaltar la labor de los párrocos que habían oficiado en el Archipiélago. "Sé que hay curas que trabajan muchísimo y se mueren, y desaparecen. Y eso me parece injusto, incluso los que están en sitios perdidos", declaró. Pasó sus últimos 16 años en la iglesia de La Luz de La Isleta. Allí ofició misa hasta que en 2018 decidió dar un paso a un lado. Ante la pregunta de cómo lo gustaría que le recordaran, contestó: "Amando a la gente. No me cuesta trabajo por mi carácter, sufro más que el otro si me enfado". Y a bien seguro que así será recordado.