Media tarde de domingo en la capital grancanaria. Las calles próximas a los institutos de Tomás Morales están desiertas, sin alma. Sumidas en un silencio total, al igual que el portal de la familia Cruz, donde ayer llevaban con una resignación y entereza dignas de encomio la brutal pérdida de uno de sus miembros, el que más lejos tenían y el que pronto iba a estar de nuevo junto a ellos.

Antonio reúne fuerzas y accede amablemente a atender a la prensa acompañado por un primo de su hijo y de un amigo común de ambos. "Si tuviera que destacar algo de él sería lo buena persona que era: agradable, deportista y ejemplar", musita mientras sostiene una foto de un chaval al que se le ve sonriente y lleno de vitalidad. "Estaba muy ilusionado por venirse para acá, me parece que ya tenía hasta el billete. Le encantaba todo lo relacionado con el mundo acuático. Practicó en su momento waterpolo, antes de irse para Lanzarote formaba parte de un club de piragüismo en Alcaravaneras y hasta había hecho cursos con el Grupo Especial de Actividades Subacuáticas", enumera.

Alejandro, que estudió en el colegio de LaSalle antes de que la familia se mudase al barrio de Arenales era, ante todo, un luchador. "Se metió en la Guardia Civil porque estaba harto de buscar trabajo y ver lo difícil que estaba la cosa, pero poco a poco le fue entrando el gusanillo y se enganchó. No es que fuese un gran estudiante, pero cuando se ponía con algo hincaba los codos y hasta que no lo sacaba para adelante no paraba". El guardia civil fallecido también era un amante de la buena comida. "Cuando venía a casa le decía risueño a su madre: 'Hazme un gazpacho' o 'hazme una ensalada", rememora su progenitor mientras observa la instantánea en la que se ve a su hijo -que tiene otros dos hermanos de 26 y 21 años- acompañado por la mujer que le dio la vida en una inédita estampa verde de Lanzarote. "Es de hace tres años, pero estaba igual", apostilla.

Su primo saca fuerzas de flaqueza y tercia en la conversación. "Él no paraba. Se cuidaba mucho y antes de entrar en la Guardia Civil llegó a trabajar como camarero en La Romana [una antigua terraza ubicada en Las Palmas de Gran Canaria]. Su sonrisa era tan contagiosa como difícil de olvidar. Y es que con su buen carácter se ganaba a la gente". Antonio escucha, se le hace un nudo en la garganta y afronta con valentía el último golpe que le ha dado la vida. Habla con entereza del accidente y sentencia: "Yo quiero saber qué es lo que ha pasado". Y luego calla mientras cede la foto de Alejandro "porque él merece que se le recuerde bien".