Hasta hace 50 años, los pueblos del interior de la isla albergaban una serie de oficios que configuraban el precario tejido productivo de la comunidad rural. El labrador, el carpintero, el tendero, el molinero, el pastor, la costurera. la tejedora, el herrero, el arriero, el pinochero, el panadero, el alfarero, entre otros. Casi todos han ido desapareciendo a medida que se fue desarticulando la sociedad agropecuaria, basada en una economía de subsistencia, y que con la modernización no precisaba de sus servicios. Cada uno de estos oficios tenía su olor propio. La visita a una gañanía o a un corral, a la panadería o al molino, ir a un chiquero a ver los cochinos o asistir al solemne acto de la trilla nos envolvía con un aroma propio que constituía un lenguaje singular del sentido del olfato.

La otra tarde, cuando llevábamos a enterrar a Matías Díaz González, fallecido a los 99 años de edad, en el trayecto al camposanto se nos hizo presente el olor de su herrería, con la fragua crepitando y las herramientas al rojo vivo que luego él martillaba sobre el yunque hasta aguzar el pico, la barrena, el azadón o las herraduras de las bestias. Todo en conjunto, como si fuera la ‘Fragua de Vulcano’, emanaba un olor a creación, aunque fuera realizada por inercia, pero que exigía maestría y fortaleza en los brazos del herrero. En definitiva, era una labor artesana que luego fue elevada a categoría artística, previo modelado, por los grandes maestros de la escultura canaria y universal como han sido Martín Chirino, Leopoldo Emperador, Máximo Riol, José Abad, Giacometti, Rodin o Henry Moore.

Matías Díaz González, el herrero de Artenara, donde nació y vivió toda su vida, perteneció a una familia numerosa de 17 hermanos, hijos de Aurorita González y de Juan Díaz Viera, conocidos como los de ‘El Lavadero’, finca en la que nacieron y vivieron a lo largo de más de veinte años.

Luego se trasladaron al barrio de Las Moradas donde continuaron cultivando las tierras y desempeñando diversos oficios. Todos tenían una vena artística: Su padre era albañil y ‘aperador’ especialista en elaborar aperos de labranza como yugos, arados, y herrajes, y los hijos trabajaron en la molinería, albañilería o siendo piqueros, dedicados a la apertura de cuevas. Todos sus miembros tocaban algún instrumento de cuerda con lo que la parranda familiar participaba en las fiestas locales y en las romerías populares en representación de la localidad. Concretamente Matías toca la guitarra, el laúd y la bandolina.

El matrimonio Díaz González fue distinguido con el premio a la familia numerosa que se otorgaba en el franquismo, consistente en una vivienda y que fue construida en el mismo casco del pueblo. Al fallecer Aurorita en el año 1987, fue la primera persona que se enterró en el nuevo cementerio, por lo que, según la costumbre eclesiástica, su nombre se le dio al nuevo camposanto que desde entonces se denomina Santa Aurora.

Matías el herrero aprendió el oficio de maestro Germán, oriundo de Tejeda, que ejercía periódicamente en un pequeño taller ubicado en la trasera de la iglesia. Al trasladarse definitivamente al pueblo vecino, Matías le compró la fragua y herramientas y se estableció en una cueva en el barrio de Las Moradas. Luego, simultaneando con la apertura de estanques en cueva y construcción de paredes, participa en las obras de decoración de la iglesia de San Matías a las órdenes del artista José Arencibia Gil, siendo el artesano que labró en cantería de piedra roja de Tamadaba las figuras bíblicas del altar mayor, y sus recias manos y brazo sirvieron de modelo para que el pintor dibujara los propios del Cristo Redentor que figura en el mural central de la iglesia de Artenara.

Matías Díaz González participó en la política local durante dos mandatos (1979-1980), y (1985-1991), y como reconocimiento a su labor tanto profesional como de dedicación a la comunidad, un trecho del camino de acceso al barrio de Las Moradas conocido como La Cuestita, desde entonces lleva su nombre. La tarde que lo llevamos a enterrar, el limitado grupo de asistentes, debido a las restricciones sanitarias, sentimos su definitiva ausencia mientras evocábamos el inconfundible olor de su herrería que se transformó en incienso litúrgico esparcido por el entorno de la Montaña del El Brezo. Testimoniamos nuestro pesar a su viuda María Medina Bolañós y a sus hijos Ana María, Antonio, Riqui, Juana Rosa, Matías, Juan Jesús, Paca, Inmaculada, y demás familia. Su funeral se celebró el viernes en la iglesia de Artenara.