Eduardo Vargas Peña nos dijo adiós el pasado viernes a la edad de 87 años. Nos extrañaba sobremanera no verle últimamente frecuentar los sitios que él acostumbraba visitar casi a diario por el que ha sido su lugar preferido e inseparable, el Parque Santa Catalina, desde que siendo un niño se trasladara con sus padres desde su Sevilla natal, para fijar su residencia en Las Palmas de Gran Canaria a primeros de los años 40. Todo ello, en medio de las durísimas consecuencias que nos deparó la inconcebible y desgarradora guerra civil con sus inacabados mares de solemne pobreza.

Recuerdo que su máxima preocupación y su evidente pesar era la salud de su esposa a la que apoyó todo lo que pudo y más, en pos de facilitarle la calidad de vida que la ciencia médica ponía a su alcance, no imaginando que sería él quien primero le diría adiós.

Y es que la vida de Eduardo Vargas supera cualquier narrativa que pudiéramos extraer de un héroe del gran anonimato.

Eduardo tuvo que hacer frente a una niñez ensombrecida y penosamente marcada por una desgraciada tragedia que marcaría su futuro: su madre y dos hermanos mueren en un incendio acaecido al lado del Parque Santa Catalina, dando su vida un vuelco de mil grados para poder subsistir, llegando incluso a convertirse en un vendedor de circunstancias entre los bañistas que acudían a la playa de las Canteras de aquella difícil época.

Hasta que fue abriéndose paso en su lucha diaria por conseguir cosas, por superarse. Primero, haciéndose con un sencillo cuartito dentro de la antigua estructura del Parque, que se convierte en su modus vivendi, ya que lo dedica a la que sería su principal herramienta para mantener su casa y la educación de sus hijos: ejerce de fotógrafo, profesión que siempre le apasionó y que perfeccionó.

Así hasta que a finales de los 60, su visión de futuro y su fina inteligencia, proponen al responsable municipal de turno, adecuar un espacio próximo al de su cuarto de fotos para que los aficionados pudieran jugar al ajedrez y al dominó, prácticas que dieron ,- y dan,- al Parque un colorido especial, diría que único, con un subrayado muy intenso, distinto, al juego del ajedrez, porque quien suscribe ha sido testigo privilegiado de la presencia de los mejores ajedrecistas del mundo en el Parque Santa Catalina jugando a cinco minutos.

En efecto, Eduardo fue el alma mater de aquel bello espectáculo que dirigió hasta su jubilación y que hoy continúa. Organizaba competiciones en ambas disciplinas, se preocupaba de conseguir premios para los campeones, de cuidar del material, de hablar con las autoridades.

Pero no todo iba a ser mala suerte para Eduardo Vargas. La vida le tenía reservada una sonora, dulce e histórica sorpresa. Dentro de su quehacer diario por mejorar su maltrecha economía que tenía como base las fotos, desarrolló la venta de lotería con el reglamentario incremento por cada décimo, hasta que un sábado más (lo hacía con frecuencia) organizó una reunión con 20 amigos del ajedrez para comerse una paella y jugar a 5 minutos. Y, de paso, ofrecerles números de la lotería que vendía.

Y lo que son las paradojas de la vida. Resulta que ese sábado, Eduardo se tuvo que quedar con casi todos los números de la lotería. ¡Y se ganó el primer premio!, y la serie del número especial. “Te diré, me comentó varias veces cuando tocábamos este tema, que el número de mi suerte lo soñé 12 años antes de que saliera premiado, repitiéndolo siempre desde aquel sueño.

Su vida, lógicamente, cambió por completo a partir de su suerte, pero jamás dejó de ser el Eduardo sencillo y humilde de siempre, educado, inteligente, solidario, pulcro y agradecido.

Cuando nos saludábamos, recordábamos viejos tiempos. “Andrés, me decía, jamás podré agradecerte lo mucho que tú me ayudaste en la promoción del ajedrez y del dominó en el Parque Santa Catalina, argumentos que yo refutaba muy rápidamente; por favor, Eduardo, el indiscutido protagonista eres tú, los demás no contamos para nada...

De ahí, que desde mi modesta fuerza ante quien proceda, pida, que al igual que sucede con la siempreviva Lolita Pluma, perpetuada en un florido espacio de nuestro internacional y legendario Parque, se ubique un recuerdo para Eduardo Vargas, para que el pequeño lugar que él ocupaba en tan entrañable rincón siempre esté lleno...

Descansa en paz querido Eduardo, y mi sincero pésame a su viuda Carmen, hijos, Milagros, Eduardo, Mary Carmen, Bernardo y Sonia, nietos y demás familia.