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Obituario

Concepción Rivero, en el recuerdo

Concepción Rivero Alonso. | | LP/DLP

En la Palmita de Tejeda vino al mundo nuestra tía Concha. Le faltaron pocos días para cumplir los 100 años. Debajo de la espadaña del Nublo, entre un grupo de casas y rodeada de fértiles y frondosos huertos de manzanos, naranjos y demás frutales y a la vera del Peralillo, la fuente que nacía allí mismo y de la que bebíamos agua fresca.

Concha y Asunción fueran las menores de 10 hermanos. Fueron los ojos de abuelo Manuel y María Dorotea. A la sombra del Morro Cuervo, con una docena de vecinos, vivió su infancia y juventud, dedicada a tareas domésticas y rurales. Andando el tiempo, se cruzó en su camino Herminio, su marido, y en Julián Romero fundaron su hogar. De aquella unión nacieron María Cristina, Herminio y Conchi. No cosechó la tía Concha ningún título académico, aunque no le faltaron cualidades, ni recorrió, como diría Cela “los pasillos de ninguna facultad que dan lustre y brillo”. Aprendió los conocimientos básicos que le transmitió doña Eva.

Abrió las puertas de su casa para acoger y sentar a su mesa a los familiares que venían o regresaban al pueblo. Después de saborear aquellos sabrosos platos, el “buche” de café, costumbre del abuelo Manuel de América. Animada charla donde se hablaría de Navarrito, Pinito y Dominguito, de las cosechas y los avatares del campo. Se nos marcha el último miembro de la saga Rivero Alonso; nos quedamos sin notario que desentrañe los recuerdos de la familia: huérfanos de su palabra y confidencias; sin más onomásticas y aniversarios que celebrar hasta encontrarnos en la Jerusalén Celestial.

Nuestro cariño y amor por quien fuera esposa, madre, abuela, tía, además de madrina del que suscribe. Asimismo, encomendarla a Nuestra Predilecta Madre del Socorro y al Padre Celestial, bajo la advocación del Buen Pastor. Tu bondad y misericordia/Me acompañaran todos los días de mi vida y/Habitaré en la Casa del Señor por años sin término (Sal. 23,6).

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