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'True crime'

El asesinato de Agnes von Fries y otros nueve crímenes impunes en la Barcelona de posguerra

Paco Villar receta otra gran pastilla literaria contra la desmemoria crónica de Barcelona

Crímenes sin resolver.

Ha tenido Paco Villar, autor de varios libros que deberían prescribirse contra la desmemoria que suele aquejar a Barcelona sobre sus más incómodas verdades, la envidiable idea de prácticamente abrir las puertas de un nuevo subgénero dentro de la novela negra. ‘El asesino anda suelto’, que aún huele a tinta de imprenta, invita a realizar un viaje en el tiempo, a los años 40 y 50, a través de 10 crímenes cometidos en aquellas dos décadas, pero no unos cualquiera, sino asesinatos jamás resueltos. Lo dicho, envidiable, sanamente, porque a través de la lectura paciente de sumarios amarillentos y a veces enmohecidos, Villar ofrece un retrato casi de ‘film noir’ de esa etapa de franquismo más profundo en que no todo era como a menudo se pretende rememorar.

Murió violentamente José Calabuig en un entresuelo de la calle Obradors y con ello se constata que la vida canalla del gremio homosexual no había sido derrotada con el final de la guerra. Falleció ahogada en un palmo de agua Juana Antón Cristóbal, de solo 19 años, a los tres días de llegar al barrio de Horta desde Segovia para buscar trabajo como sirvienta y su caso ofrece una mirada nueva sobre lo que fueron las habitaciones de realquiler. Fue asfixiada en un ‘meublé’ Antonia Santamaría Avellana, prostituta conocida como ‘La Laura’, y durante un tiempo había miedo en Nou de la Rambla entre las profesionales del oficio por si había un asesino con ánimo de reincidir entre su clientela conocida o en la esporádica.

Tarjeta de identidad de Agnes von Fries expedida por la policía durante su estancia en el hotel Palace de Madrid. Archivo Paco Villar

Pero, por destacar uno de los 10 crímenes repescados por Villar para esta nueva píldora de historia local, ninguno eclipsa al de la dolorosa muerte de Agnes von Fries, baronesa en realidad sin título nobiliario, clienta habitual del Ritz, hotel convertido durante la segunda guerra mundial en un hervidero de espías, donde hasta el propio director de la orquesta que amenizaba las noches de jarana, Bernard Hilda, lo era, en su caso para los aliados. Miren la fotografía principal de este artículo. Es la mejor foto que se conserva de Agnes von Fries. Fue tomada para la revista alemana ‘Die Dame’. Es la que sentada se prueba el sombrero en el exclusivo salón de Madame Berthe en Berlín. Su clase salta a la vista. Alta, esbelta, rubia platino y de ojos clarísimos. Su cadáver fue hallado en el segundo piso segunda puerta del número 291 de la calle Diputació. Aquel bellezón tenía corroído todo el trayecto digestivo desde la boca hasta el estómago, tal vez por la lejía que le hicieron ingerir para borrar el rastro de veneno que le administraron, para simular así que se trataba de un suicidio. Si realmente espiaba para los aliados, como se rumoreó, lo pagó con una inimaginable agonía a manos de sus compatriotas.

En el libro, lo dicho, no hay respuestas. Esto no son los ‘Crímenes ejemplares’ de Max Aub, donde todo son confesiones. “Me sacó siete veces seguidas a bailar. Y no valían argucias: mis padres no me quitaban ojo. El imbécil no tenía la menor idea de lo que era el compás. Y le sudaban las manos. Y yo tenía un alfiler, largo, largo”. Esto son solo 10 crímenes poco ejemplares. El relato de cada uno de ellos sigue paso a paso la investigación policial, el resultado de la autopsia, los giros de guion, todo ello con Barcelona, la rica y la pobre, como telón de fondo, pero al final, nada, todo termina en una anorgasmia sumarial, sin culpable claro. Lo interesante, como se dice a veces, no es el destino, sino el viaje, y en eso ‘El asesino anda suelto’ es como ver el paisaje a bordo de una calesa.

La cocina del libro tiene su qué. Es una obra que lleva en barbecho algo más de 30 años, que se dice pronto. Hoy sería tal vez imposible cultivarla como entonces. El celo administrativo para cerrar las puertas a los historiadores es a veces exasperante. A finales de los 80, todo lo contrario, Villar iba en busca de documentación para el gran libro de cabecera sobre el barrio chino que finalmente publicó en 1996. En aquella exploración terminó en los archivos judiciales y fue allí donde con la paciencia de un Job fue abriendo maltrechas carpetas cuya portada era un simple número de referencia, sin datos sobre su contenido.

Con el tiempo recopiló material de incalculable valor para algunos de sus trabajos ya publicados, pero también algo que ya entonces le hizo una cierta gracia literaria, crímenes sin resolver. Algunos de ellos se hicieron un hueco en la prensa de la época. Otros, ni siquiera eso. Pero unos y otros son un retrato en alta definición de la Barcelona de los 40 y los 50, e incluso una invitación a soñar. Asegura Villar, por si hay algún Watson entre los lectores, que no hay posibilidades pasados tantos años de dar con el asesino, pero qué estupendo sería toparse, por ejemplo, con ese cuadro de una virgen rodeada de ángeles que al parecer le fue robado al anticuario Ángel Sánchez Martínez en su tienda del número 20 de Banys Nous y que, se supone, tenía un gran valor económico. En 1956, la policía fue incapaz de ello.

'El asesino anda suelto', página 201...

Lo interesante de este autor son esos viajes inmersivos en el tiempo que ha acreditado en anteriores obras. También lo hace aquí en alguno de los crímenes, por ejemplo, en el de la prostituta Antonia Santamaría Avellana, a la que parece que su pasión por las joyas fue su tumba. Habla Villar del lugar del crimen, la calle Nou de la Rambla:

“En aquella época, la calle Conde del Asalto se consideraba el Hárlem barcelonés y en el Bar Edén se reunía la mayor parte de la colonia de músicos, bailarines y boxeadores de color que residían o actuaban en la ciudad. Aquel espíritu alegre y pintoresco todavía permaneció vivo durante los años más críticos de la posguerra y el Bar Edén siguió siendo un lugar de reunión para los fans y los músicos del jazz y para un público heterogéneo que los secundaba. (…) Sin embargo, los años no pasaron en baldey el Edén perdió la chispa que lo caracterizaba. La gramola continuaba en su puesto, pero ni la música ni el ambiente eran los mismos. A finales de la década de 1950, el bar que representaba las catacumbas del jazz en Barcelona se había convertido en un enclave estratégico de la prostitución y sus clientes”.

Con la voz adecuada sería un estupendo inicio de, lo dicho, un ‘film noir’. Felicidades y gracias Paco Villar y a la editorial Comanegra por este regalo. 

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