Durante décadas el restaurante 'El Brillante', en plena plaza Emperador Carlos V de Madrid, se ha reconocido por sus famosos bocadillos de calamares. Sin embargo, cuando estalló la pandemia del coronavirus su dueño, Alfredo Rodríguez, se vio obligado a cerrar las puertas del local. Antes de ello el hostelero había invertido en la apertura de nuevos negocios en Boadilla del Monte, Arroyomolinos y Getafe.

Sin poder trabajar, con cierres y menos ingresos, fue prácticamente imposible mantener la empresa, algo que habría propiciado que Rodríguez, de 67 años, decidiera quitarse la vida este pasado lunes, 30 de agosto.

Según apuntan diversos medios, ese día envió un mensaje de WhatsApp a uno de sus sobrinos indicándole que había dejado unas llaves del piso al portero de la finca. El sobrino, que después explicó a la Policía que su tío estaba pasando una mala racha, llamó inmediatamente a los servicios de emergencias y se presentó en el piso del hostelero. Al llegar comprobaron que acababa de suicidarse.

La noticia la confirmó la Academia Madrileña de Gastronomía a través de Twitter y a los pocos minutos la publicación se llenó de comentarios de muchos usuarios que lamentaban la pérdida.

Un negocio familiar de toda la vida

Alfredo Rodríguez mantenía el negocio familiar fundado por su padre, Alfredo Rodríguez Villa, en el año 1951 en el icónico enclave frente a la estación de Atocha.

Desde allí, El Brillante se ha mantenido fiel durante más de medio siglo a su plato estrella, el bocadillo de calamares que siempre ha eclipsado la carta, aunque también las croquetas, los callos, los torreznos, la oreja de cerdo o las patatas bravas, aparte de sus económicos desayunos de churros y porras con chocolate (otro emblema de la casa, como los zarajos), que han contribuido a difundir la gastronomía madrileña durante más de medio siglo.

El Brillante, pese a la eclosión en Madrid de bares que ofrecían bocatas de calamares, sobre todo en el entorno de la Plaza Mayor, ha continuado manteniendo la fama entre los propios locales y los turistas, como una parada casi obligatoria a su interior o a su terraza de la glorieta, al lado de la boca de metro de la estación del Arte.

El último giro de El Brillante ha sido favorecer la contratación de personas mayores de 50 años para ayudar a un colectivo que atraviesa dificultades a la hora de encontrar un empleo. Un gesto de inclusión de este icónico bar que busca poner en valor la experiencia y el compromiso que se adquiere con la edad.