Sergio Morate se quedó sentado dentro del avión militar del Ministerio de Defensa. Después de matar a su exnovia Marina Okarynska y a su amiga Laura del Hoyo en su ciudad, Cuenca, se había escapado y escondido en Rumanía, en casa de un viejo colega al que había conocido en la cárcel. Pero al final le habían encontrado y aquel 5 de septiembre de 2015 le traían de vuelta a España para pagar por sus crímenes.

No pasaron dos minutos cuando Morate vio entrar en el avión a dos tipos que tenían que ser policías, aunque iban de paisano. Uno era el inspector jefe de Cuenca, Francisco Sánchez; el otro, un agente de la Unidad Central de Delincuencia Especializada, un inspector andaluz fuerte y de pelo rapado llamado Fran que ha conocido a la madre del asesino y sabe que ella es una víctima más en esta historia. Con las esposas puestas, Morate ve como se le acercan y se sientan frente a él. Están los tres solos.

Morate llega a España, tras ser detenido en Rumanía. Policía Nacional

"La que he liado"

Los policías le preguntan entonces por el viaje, por si hubo turbulencias, si tiene sed. Les pide una botella de agua. Cuando se la dan, el policía andaluz le comenta

-"¿Cómo ves la situación? ¿qué esperas que pase ahora?".

Morate dijo cuatro palabras:

-"La que he liado".

Y luego se acordó de su madre, la persona que más le había ayudado en su vida, y de lo que estaría sufriendo por su culpa, otra vez:

-"¿Qué tal está mi madre? Porque tú eres Fran, verdad?, dijo mirando al policía. Mi madre me ha hablado de ti. Dice que te haga caso, que eres un buen tío", le espeta Morate al especialista en ganarse la confianza de los asesinos.

El investigador responde rápido, sabe que no debe mentir al detenido ni darle falsas esperanzas:

-"No sé si soy un buen tío o no, Sergio. Lo que sé es que yo estoy aquí para intentar que pases muchísimo tiempo en la cárcel".

Momento de la entrega de Sergio Morate a las autoridades españolas.

Una partida de ajedrez

Morate estaba inquieto, quería saber cuántos años de condena podían caerle por los dos asesinatos. El investigador sabe que no pueden condenarlo a prisión permanente revisable, pero decide no explicárselo de momento. Ambos están jugando una partida de ajedrez o de mus. El policía no puede preguntarle directamente por sus asesinatos, solo puede conseguir que cuente cosas por sí mismo, de forma espontánea.

Y de forma espontánea Morate asume que mató a su ex novia y a la amiga, Laura. La primera, Marina, se lo merecía, según su lógica criminal; la segunda pasaba por allí. "Pobre Laura", dice una vez sin demasiada convicción.

Viaje en coche

La conversación en el avión militar entre el policía y el asesino dura casi una hora. Morate ha conectado con el inspector Fran y ambos se sentarán juntos en el coche que los llevará desde el aeropuerto de Torrejón de Ardoz hasta la comisaría de Cuenca, unos 120 kilómetros de viaje.

En el trayecto, Morate sigue inquieto y habla de su fuga a Rumanía, de sus paradas en gasolineras, de un accidente que tuvo en Italia, en plena huida. Y de cómo, días antes de los crímenes, cavó en el monte un hoyo para meter el cuerpo sin vida su novia, Marina, pero no pensaba matar a Laura. "Si las entierro bien, no me pilláis ni de coña", presume ante el policía.

Morate asesinó a su exnovia Marina Okarynska y a la amiga de esta, Laura del Hoyo, el 6 de agosto de 2015.

Poco antes de llegar a Cuenca, Morate expresa cierto alivio porque ha llovido mucho en la ciudad:

-"A ti qué más te da", le pregunta el policía.

-"Si ha llovido tanto, habrá menos gente en la puerta del juzgado para decirme cosas...".

Ciudadano cero

Morate ha explicado al policía que no quiere que lo metan en la cárcel de Cuenca. Lo conocen y algunos irán a por él después de lo que ha hecho. Ya estuvo en prisión hace años, después de atacar a otra novia que se atrevió a dejarle. Conoce ese mundo, sabe qué les hacen a algunos asesinos y violadores famosos. La vanidad tiene un lado morboso para algunos criminales. El ciudadano cero que, como en la vieja canción de Joaquín Sabina, se convierte en alguien gracias a la sangre que hizo correr. Si las entierro bien, no me pilláis ni de coña. La fama, cierto orgullo enfermizo de ser un asesino diferente, conocido.

-"¿Tú llevas mucho tiempo en Homicidios?".

-"Cuatro años".

-"Y habrás estado en casos famosos...".

-"En algunos, sí".

-"¿En el de Bretón también?".

José Bretón quemó vivos a sus hijos en su finca de Córdoba, en octubre de 2011, casi cuatro años antes de los asesinatos de Sergio Morate. La mujer de Bretón, como la novia de Morate, había tenido el valor de separarse y tratar de iniciar una nueva vida sin él.

Menos que Bretón

Morate quiere dejar claro ante el policía con el que se está desahogando que él no es como Bretón. Para él, hay muchas diferencias entre ellos. Él también ha matado a dos personas, pero solo quería matar a una. Y era una mujer adulta, no un niño.

-"A Bretón le cayeron 40 años de cárcel, a mí no me puede caer tanto tiempo. Bretón mató a dos niños".

En la entrada de la comisaría de Cuenca no hay nadie esperando para insultarlo ni pidiendo que lo linchen. Entonces, Morate ve a una cara conocida. Se llama Javier. Coincidieron varias veces, tiempo atrás, machacándose en el gimnasio. Ahora Javier es policía. Sergio, siempre con las esposas puestas, se acerca y le pregunta:

-"¿Qué haces aquí?".

-"Ya ves, empiezo en la Judicial y el primero al que me toca detener es a un conocido. Detenerte a ti, Sergio".

El avión de los ministros

Morate responde rápido. El ya no es un chaval anónimo de Cuenca, un ciudadano cero:

-"Has detenido a un famoso, Javi. Me han traído en el avión de los ministros. He estado en la misma sala de espera del aeropuerto que usa el Rey de España. Soy como Bretón, soy famoso".

Fue condenado a 48 años de prisión. EFE

48 años de cárcel

El tiempo para el policía especialista en tratar con asesinos se acababa. Muy pronto llevarían a Morate a la cárcel de Estremera, en Madrid. El tribunal lo condenaría a 48 años de prisión, ocho más que a José Bretón, el asesino a quien solía referirse.

Antes de despedirse, el inspector Fran quiso saber por qué, conociendo su carácter violento, sus impulsos agresivos, Sergio Morate, que había aceptado el ruego de su madre para acudir a un psicólogo después de golpear a su otra novia, no había intentado pedir ayuda antes de cometer sus crímenes.

-"Sabiendo que estabas con ese runrún, dando vueltas a matar a Marina, ¿por qué no le dijiste al psicólogo o al psiquiatra: 'mira, estoy pensando en hacer esta locura, ayúdame'".

No era la primera vez que Sergio Morate pensaba en ello, en si debía haber pedido ayuda al doctor, en si Marina, su exnovia, merecía seguir con vida. Contestó con frialdad:

-"Alguna vez pensé en decírselo, sí. Pero, ¿qué habrían hecho conmigo entonces? ¿Darme unas pastillas?".