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Sucesos históricos

'Toletiada' mortal a un indiano en La Aldea

Una disputa por unas tierras en la zona de Mederos se saldó con la muerte de un emigrante de La Aldea a finales del año 1914

Finca de Mederos (La Aldea) en los años veinte. A la izquierda, el pozo donde se produjo la pelea. A. CRONISTA LA ALDEA

El 19 de noviembre de 1914 una disputa familiar por la posesión de unas tierras en La Aldea se resolvió a piedras y palos junto al pozo de una finca de Mederos. El agredido, Juan María Cabrera, falleció a los diecinueve días debido a las heridas que le pudieron haber acelerado una enfermedad cardiaca que padecía. Hacía pocas fechas que había regresado de Cuba y trataba de reclamar la herencia de su madre, fallecida.

Sal de este pozo que no es tuyo. Vete a heredar a otra parte!", exclamó con rabia José Rodríguez Almeida, campesino de La Aldea, a su primo Juan María Cabrera, que hacía poco había regresado de Cuba para hacerse cargo de la finca que su madre, Juana, fallecida, le había dejado en Mederos, la zona agrícola histórica por excelencia del valle, y que ahora cultivaba la familia de su prima hermana, María Almeida Cabrera.

Juan María Cabrera tenía el rostro ensangrentado y el coraje inquieto tras la pelea. El indiano se había empecinado en recuperar la parte de su herencia, pero ni por asomo hubiera podido imaginar que aquella firme decisión había de costarle la vida en el transcurso de diciembre de 1914.

El indiano regresó de Cuba en mala época. Ese año, su pueblo asistía a una nueva revuelta de los colonos por los derechos de propiedad de la tierra frente a la terratenencia. El sempiterno pleito de La Aldea conocía un nuevo capítulo.

Pedradas y palos

Juan María, cuyo carácter cerrero se había ido matizando con los años, tenía aquellos días su particular pleito. El indiano estaba decidido a recuperar sus derechos.

Por segunda vez en esa mañana insistió en sacar agua del pozo horadado en la finca de su madre, la medianera histórica, pero que ahora poseían en precario sus primos desde que él decidió cambiar la hoce del abuelo por el machete de la zafra en el Caribe.

"¡Como hombre vengo a sacar agua del pozo!", desafió Juan María, cogiendo del suelo varias piedras con el ánimo de agredir a su primo político. Nicolás trató de impedirlo. "¡Tú con piedras no me des!", colocándose delante de la puerta para impedirle la entrada. Pero el indiano persistió en lo suyo y le dio tal empujón que lo arrojó contra el brocal. Fue entonces cuando Nicolás Rodríguez se sintió en sus límites e instigado por una rabia ciega se levantó y arremetió contra Juan María, haciéndole caer en la pileta inmediata.

En medio de la disputa, llegó corriendo José Rodríguez a auxiliar a su padre. También lo hizo un hermano de éste, Nicolás. Y las pedradas y los palos se sucedieron en aquella mañana de venganzas explosivas.

Entre los tres le dieron "una toletiada" que no mataron al indiano de milagro, porque éste logró zafarse, saltar una pared de piedras secas y refugiarse a toda prisa en la casa de la familia Valencia, situada a unos trescientos metros del pozo de la discordia.

Juan María vivía bajo el mismo techo que sus agresores, la vieja vivienda familiar que antes había ocupado su anciana madre, al cuidado de su prima María, donde él tuvo la suerte de nacer hacía 44 años y donde ahora volvió a vivir después de su estancia en Cuba. De modo que la disputa puso punto final a una atormentada convivencia.

Esto sucedió un jueves. Esa misma tarde, con el rencor en sus carnes, y después de haber denunciado en el juzgado de La Aldea, Juan María se subió a lomos de un caballo y, malherido y con una brecha en la cabeza, inició un tortuoso viaje hacia el pueblo de Guía en busca del dispensario médico.

A duras penas, y en solitario, alcanzaría a llegar a Guía cuando ya amanecía. Tras una cura de urgencia que le hizo Salustiano Estévez, el médico, Juan María pudo cicatrizar las heridas del cuerpo, pero no las del alma.

Este caso se complicó cuando el denunciante falleció el 7 de diciembre, diecinueve días después de la disputa familiar. La causa abierta por el juzgado los enjuiciaría ahora por un delito de homicidio, a propuesta del fiscal, el señor Solís.

De inmediato, José Rodríguez y sus dos hijos fueron arrestados y llevados por una pareja de la Guardia Civil hasta la cárcel de Santa María de Guía, bajo la grave acusación.

Pero la autopsia practicada al cadáver concluyó que Juan María había fallecido de una afección cardiaca, concretamente de una miocarditis que padecía desde hacía algún tiempo. Algunos de los médicos que asistieron a la vista oral admitieron la posibilidad de que las lesiones sufridas por el desdichado indiano pudieron precipitar su fatal desenlace. Sin embargo, el jurado dictó una sentencia absolutoria para los tres procesados.

Un juicio con cobertura periodística

La Provincia hizo un gran seguimiento del caso, al que denominó el "Crimen de La Aldea". El juicio celebrado en varias jornadas de junio de 1915 en la Audiencia Territorial de Las Palmas contó con la presencia de media docena de testigos aldeanos llamados por el fiscal: Antonio Armas Navarro, Santiago González, Juan Alfonso García, María Sánchez, Carmen Armas, Leocadia Valencia y Eulogia Oliva Armas. Pero todos estaban tan lejos de la pelea que pocos detalles aportaron a la resolución del caso.

El abogado Juan Sintes Reyes inició su discurso de defensa de aquellos campesinos acomodados y de respetabilidad reconocida en el pueblo, con esta palabras: "Señores del jurado, Nicolás Rodríguez tuvo que alzar su brazo una mañana en La Aldea en defensa del derecho de propiedad, en defensa de un venero de riqueza, de su pozo, de su agua, que le habían resuelto el problema de su cercadito; de aquel pozo donde logró alumbrar aguas, después de pasarse años horadando la tierra".

En realidad, los medianeros perpetuos que cultivaban la tierra carecían de documentos que avalaran su propiedad y que a su vez se la discutían a los dueños de la gran Hacienda Aldea de San Nicolás. De hecho, la finca en litigio había pertenecido, como medianera histórica, a la madre del fallecido, doña Juana María Cabrera Segura y a la abuela de los acusados, Petronila Cabrera Segura.

En este sentido, la tradición oral es determinante de que Juan María Cabrera tenía sus derechos, pero aquella disputa le negó el disfrute del más elemental de ellos, su derecho a la vida.

Aquel drama familiar se mantuvo durante décadas, aunque sus pormenores quedaron entre las brumas de los recuerdos. En 1927, la familia Rodríguez Almeida compró al Estado todo el terreno de la discordia.

Se acababa el pleito en La Aldea después de tres siglos de litigios, revueltas sociales y este suceso del indiano que ha dejado un rastro tan incierto en la memoria colectiva que si no fuera por los periódicos de la época no habría evidencia cierta de cómo sucedió.

Aldeanos acompañan al ministro Galo Ponte valle arriba en 1927. MAISCH

Una finca en discordia

El lugar donde se produjo el accidentado encuentro entre la familia de Nicolás Rodríguez y Juan María Cabrera, el indiano, se encuentra en la zona de Mederos, en la parte baja del valle, junto al barranco.

Y debe su nombre a un antiguo censualista de la mitad del heredamiento de La Aldea, Esteban Mederos, avecindado a mediados del siglo XVI, según nos refiere el cronista Francisco Suárez Moreno, autor del libro El pleito de La Aldea: 300 años de lucha por la propiedad de la tierra. Este bello paisaje agrícola, atravesado por la acequia real, cientos de altas palmeras, cañas y una veintena de molinos, formaba parte de una extensa propiedad dentro del gran latifundio de La Aldea (La Casa Nueva) hasta que en 1927, tras casi 300 años de pleitos, intervino el Estado, que envió a La Aldea al Ministro de Justicia, Galo Ponte, expropiando a los dueños y vendiendo a los colonos.

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