Entrevista |

Un exconcejal de Telde mata a su cuñado en San Gregorio por una herencia

Un labrador dispara a su cuñado dentro de un cafetín de la plaza de San Gregorio de Telde en la noche del 19 de febrero de 1945

En la imagen retrospectiva, la plaza de San Gregorio, en Telde, donde en un bar se produjo el suceso.

En la imagen retrospectiva, la plaza de San Gregorio, en Telde, donde en un bar se produjo el suceso. / FEDAC

Un exconcejal de Teldemata a su cuñado en San Gregorio por una herencia. Un pleito por unas tierras en Los Llanos de San Gregorio acabó con una muerte a tiros en una cantina de Telde. Fue una noche fría de febrero de 1945. José Navarro, exconcejal del Ayuntamiento de Telde, disparó contra su cuñado, Manuel Calderín, el hijo mayor de la familia. Estaban enfrentados. La víctima se había adueñado de la herencia sin que su madre recibiera el usufructo de las fincas.

En la noche del 19 de febrero de 1945, cuando el reloj marcaba las once de la noche, se produjo un tiroteo en un cafetín de la plaza de San Gregorio de Telde que alarmó a los pocos ciudadanos que a esa hora se encontraban por la zona. José Navarro, un labrador de 41 años, y Manuel Calderín, el mayor de sus cuñados, habían discutido por un asunto de herencia familiar.

La historia de este crimen comenzó a escribir su desenlace dos años antes, cuando doña Francisca, la madre del hombre que yacía ensangrentado en el suelo, había enviudado. Hasta entonces, la casa familiar era fuerte e indestructible, sostenida por un padre trabajador, una madre prudente y unos hijos obedientes. 

A la muerte del padre de familia las cosas cambiaron. Accediendo al ruego de sus hijos mayores, doña Francisca entregó a los suyos las fincas heredadas de su difunto marido en la zona del Llano, y las suyas propias, para que éstos las cultivaran y las administraran.

La explotación de las fincas se llevaría de forma tan irregular que pronto originaron muchos disgustos familiares. Hasta el punto de que la madre tuvo que cambiar de domicilio debido a las continuas amenazas y malos tratos de palabra de sus vástagos. Entretanto, el agricultor José Navarro, natural de San Mateo, comenzó una relación con una de las hijas de esta familia numerosa. Tres hermanos de la novia creían que José pretendía administrar el patrimonio familiar, uniéndose en contra de aquel nuevo miembro del tronco familiar.

En esta situación, llegó la noche del tiroteo. José Navarro acudió al bar donde solía echarse unos pizcos antes de regresar a su domicilio. Entablaba una amena conversación con el dueño del cafetín cuando llegaron dos de sus cuñados. Uno de ellos se quedó en la puerta, sonriendo burlonamente. El otro, Manuel Calderín, se acercó hasta la barra y pidió una copa de coñac. Se la bebió de un trago, y poco después de pagar se retiró sin dirigir una palabra a los presentes. 

Esta actitud de los hermanos Calderín, que no solían frecuentar aquel establecimiento, además de conocerse la enemistad con su cuñado, llamó la atención del dueño del local, quien dijo, alertante: "¡Aquí no quiero líos!" 

Navarro contestó: "¡Déjalos, que esta noche se van a llevar un fogonazo!" Apenas el barman solicitaba prudencia a su cliente cuando los hermanos Calderín irrumpieron nuevamente en el bar, acompañados en esta ocasión de dos amigos. 

Acodados sobre el mostrador, comenzaron a decir en voz alta: "¡Aquí hay muchos bandidos! Ésos que beban veneno", y otras frases parecidas que, aunque habladas entre ellos, iban, indudablemente, dirigidas a José Navarro. Pronto se hizo hueco en el local el lenguaje de las armas. José Navarro sacó a relucir un revólver y, dirigiéndose a sus cuñados, preguntó desafiante: "¿Me quieren decir qué es lo que quieren ustedes conmigo?" 

La pistola apuntaba sobre el cuerpo de Manuel Calderín y se produjo el primer y único disparo. Apesadumbrado, el barman se escondió en unas habitaciones interiores.

"¡Salgan de aquí!"

En medio de los gritos, el agresor se colocó detrás del mostrador, encañonó a los otros y exclamó iracundo: "¡Salgan, bandidos, que me los cargo a todos!" Era tan sincera su amenaza que pocos segundos bastaron para que los otros tres hombres se dispersaran espantados. El autor del disparo los siguió con la mirada desde la puerta del local hasta verles desaparecer en la primera esquina. Una pareja de guardias municipales de Telde llegó al rato al lugar. José no puso ningún tipo de impedimento a su detención. Esa noche durmió en el calabozo. Estaba tranquilo.

Manuel Calderín quedó exánime sobre el suelo. En su cuello se observaba un orificio de entrada. Según la autopsia, la bala atravesó la región superclavicular izquierda, a consecuencia de la cual falleció a los dos días en el Hospital de San Martín, en la capital de la isla.

Una pelea previa en la cantina de La Fraternidad

Con anterioridad al suceso relatado, los hermanos Calderín ya habían protagonizado otro altercado con el sanmateíno José Navarro en la cantina de la sociedad La Fraternidad de Telde, aquel antiguo centro obrero, habitual mentidero de la ciudad y prolongación del hogar de muchos labradores.

Aquel primer episodio de una muerte anunciada ocurrió varios meses antes. Cuenta la sentencia que Manuel y José Calderín habían amenazado repetidamente a su cuñado. Y relata la tarde en que las

miradas se cruzaron desafiantes. José Navarro terminó rodando por el suelo de la vieja sociedad. Le habían cogido por la chaqueta a traición y recibió tal tunda de golpes que José quedó sumamente

debilitado, sin aliento, desmayado hasta que el médico del consultorio escribió el parte de lesiones.

Golpes en la cantina

Varias costillas rotas y un golpe en la cabeza propinado por una llave que llevaban los agresores fue el resultado de este primer aviso de amores contrariados. Al menos desde que en 1937 requirió de amores a una hermana del fallecido, y con la que hasta la fecha del suceso había mantenido relaciones formales.

Pero desde que enviudó su suegra y los hijos varones se hicieron cargo de la explotación de las fincas, comenzó a sentir las desagradables consecuencias de los egoísmos. Pues si bien la finca estaba bien atendida, la madre y las hijas a su cargo llevaban una vida de privaciones.

El abogado defensor, Manuel Padrón Quevedo, hizo una defensa encendida del agresor, a quien calificó de “una persona honrada, de buena conducta, y quien había gozado de tan buena conceptuación que llegó a desempeñar cargos de confianza, como el de concejal del Ayuntamiento de Telde”, indicó entonces.

“Fue humano obrar de esa manera fatal tras ser provocado”. El juez no pensó igual al impartir Justicia.

Fragmento de La Provincia donde se puede leer el suceso.

Fragmento de La Provincia donde se puede leer el suceso. / J. Gregorio

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El 7 de febrero de 1947, la Audiencia Provincial de Las Palmas dio a conocer el fallo de la sentencia. José Navarro fue considerado autor criminalmente responsable de un delito de homicidio y condenado a seis años y un día de prisión mayor y al pago de las costas procesales. Su abogado defensor, Manuel Padrón Quevedo, logró rebajar la pena, pero no pudo exigir la eximente del “miedo insuperable” que alegaba para su defendido, pues el juez estimó “que el miedo no es insuperable cuando el que lo sufre se sobrepone a él, se defiende y acomete al causante del mismo”. La condena también recogía que el reo debía satisfacer a los herederos de la víctima con la cantidad de 15.000 pesetas de la época. Pero el pastor procesado fue declarado insolvente y no hay constancia de que pagara.

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