Sucesos históricos
Derrumbe mortal en Guayadeque
Seis miembros de una misma familia murieron al desplomarse de manera súbita cuatro cuevas, bajo cuyos escombros quedaron atrapados. Todo ocurrió en segundos en 1921

El enorme risco en el barranco de Guayadeque sobre un grupo de cuevas, donde ocurrió la tragedia. / Yaiza Socorro
El eco de la tragedia ocurrida el 19 de noviembre de 1921, justo acaba de hacer 103 años, aún retumba en la memoria de sus descendientes, un grupo de vecinos de Cueva Bermeja, en el barranco de Guayadeque, en la villa grancanaria de Agüimes.
Aquella mujer, vecina del barranco de Guayadeque, llegó sin resuello al pueblo de Agüimes, tres horas después del accidente. Eran las ocho de la mañana del sábado 19 de noviembre de 1921. Apenas podía hablar. La mujer portadora de la triste noticia declaró en el juzgado que serían las cinco de la mañana cuando oyó un estruendo tan fuerte que parecía que se acababa el mundo. Una parte del risco del barranco de Guayadeque se había venido abajo, obstruyendo la cueva habitación donde dormía Antonio López Bordón en compañía de su esposa, sus tres hijas y su hijo pequeño. Todos fallecieron.
El desplome de la cueva fue tan rápido que sus moradores no tuvieron tiempo para abandonarla con vida. Una montaña de escombros atrapó a las víctimas, como si de una sepultura natural se tratase.
Las señales de la tragedia no podían ser más evidentes. Todo eran escombros, ruinas, muertes... Además de la morada principal, el desprendimiento destruyó tres cuevas más, propiedad del matrimonio. Una de ellas, "El granero", servía a esta familia para guardar el queso y los granos recogidos de las siembras. Otra gruta horadada en la montaña era un dormitorio; y la restante estaba destinada a establo de animales.
Antonio López Bordón y Josefa Rodríguez Ramírez formaban una familia humilde y numerosa. Ocho eran sus hijos. Cuatro de ellos vivieron para contarlo: una hija ya casada, de nombre María; Santiago, que estaba en el cuartel en el regimiento de Infantería. En cambio, Bartolo y Antonio se salvaron de una muerte segura porque una hora antes de la tragedia abandonaron la cueva. Estaban ya sembrando trigo en un cercado de las Mesas de Morales cuando ocurrió el desprendimiento.
Auxilio de las víctimas
Un grupo numeroso de vecinos, con el alcalde de Agüimes al frente, Luis Artiles Castro, se encaminó a Cueva Bermeja para prestar los auxilios que fueran necesarios. También una pareja de guardias civiles, al mando del cabo José Serra, participó en las labores de rescate.
Incrédulos, sonámbulos, muchos de los vecinos que formaban aquella gran familia tenían la mirada extraviada, como tratando de asumir la verdadera dimensión de lo ocurrido. Ante sus ojos, una montaña de toneladas de piedras de una mole desgajada se esparcían donde horas antes convivía una familia llena de vida. Allí, al pie de un enorme risco de más de cien metros de altura, una brigada de hombres se afanaban con sachos y baldes para descubrir los escombros de la cueva.
Después de una labor activa, ruda y peligrosa, en torno a las 11.00 hora del sábado se hallaron los primeros cadáveres en el patio de la cueva. Eran dos hermanas, de 21 y siete años de edad, respectivamente.
La posición en la que se encontraron sus cuerpos hizo suponer a las autoridades que estas pretendían escapar de la cueva cuando les sorprendió el derrumbe que las dejó sepultada. La hermana mayor quedó envuelta en una sábana como mortaja apropiada.
Seis meses sepultado
Cinco horas más tarde se encontraron los cadáveres de Antonio López Bordón y de su hija, de 13 años. El cuerpo del cabeza de familia fue hallado boca abajo “y en actitud que parecía indicar el propósito de coger a su hija, pues tenía los brazos extendidos hacia ella”, según publicó la prensa de la época.
Los trabajos para extraer los últimos cadáveres se suspendieron al anochecer para reanudarlos con la luz del nuevo día. Josefa, la esposa, hacía el fatídico número cinco. Sin embargo, Diego, el más pequeño de la casa, fue el último en hallarse. "Por poco no dan con él", aseguran sus familiares. Habían comenzado a excavar más arriba, echándoles todos los escombros encima. Seis largos meses pasaron hasta que rescataron su pequeño cadáver. Los únicos supervivientes de aquel derrumbe ya histórico fueron una vacas y dos terneras que pudieron sacar de entre los cascotes, a través de una abertura que quedó en la cueva destinada a alpendre.

José López y su hija Gabriela en el barranco de Guayadeque en 2009. / Juan Carlos Castro
Memoria de una tragedia familiar
En 2009, José López Cazorla, un agricultor que tenía entonces 72 años, recordaba en el barranco de Guayadeque la tragedia que vivió su familia. Él no había nacido cuando ocurrió el suceso, pero su padre fue uno de los hijos de José López Bordón que se salvó de morir aplastado al derrumbarse las cuevas. “Mis padres me contaron que la cueva se sintió un poco hasta que se cayó”, aseguraba este vecino quien, en los años ochenta, recuerda que el mismo risco volvió a sentirse. Por fortuna, en esta ocasión no hubo que lamentar desgracia. José López acudió al Ayuntamiento y dio la voz de alarma y Cueva Bermeja pudo ser desalojada a tiempo.
Un romance recuerda el triste suceso
“Ayúdame, Virgen María, quiero contar una historia que todo aquel que medite no se le irá de su memoria. Hace unos años, señores, allá por el año veinte se cayó una cueva en Guayadeque y no escapó de dentro nadie. Era una familia buena y un día de madrugada nos llenó a todos de pena”.
Así comienza uno de los romances locales titulado El caso de Guayadeque que el profesor Maximiano Trapero recopiló el 29 de septiembre de 1985 para el Romancero de Gran Canaria. Se trata de una versión que había atesorado Filomena Pérez Romero, de La Gavia (Telde), y que demuestra hasta qué punto caló aquel triste suceso en la memoria colectiva de la población grancanaria.
“Murió el padre y la madre y con ella cuatro hijos aplastados por las piedras de aquel enorme risco. Se despiertan los dormidos, comienzan a preguntar: ¿Qué es lo que he oído que no lo puedo explicar? Que se ha caído una cueva
donde aquella gente está y en medio de los escombros los tenemos que buscar. Le avisaron a sus hijos que en el campo arando estaban y al saber la triste nueva ni de las vacas se acordaban. Todos echan a correr, por una ladera abajan;
unos dicen ¡ay mis padres!, otros ¡mis hermanos del alma! Cuando llegan al lugar donde el triste caso estaba comienzan a mirar para ver lo que pasaba.
Otros fueron muy temprano pa dar la triste noticia y avisar al personal encargado de la justicia. Que no tardan en salir y en ponerse en movimiento y avisarle a todo el pueblo que llegaron al momento.
En Ingenio no quedó nadie y en unión de los que había todos comienzan a cavar hasta ver lo que ocurría. Entre suspiros y llantos, entre clamores y gemidos aparecen cinco muertos dando uno por perdido.Triste ha sido todo esto prepararles las mortajas y triste en ver, señores, salir de allí cinco cajas. A los seis meses del hecho aparece el desaparecido en medio de unos escombros allá en un rincón metido. Nuevo llanto pa la familia que se renueva el dolor, que ve a su hermano querido a pesar del mal olor...”
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