Una tragedia familiar golpea La Aldea y Juncalillo
Cuatro hermanos, con edades comprendidas entre los 22 y los 16 años, naturales de Jucalillo, murieron abrasados en el incendio de un almacén de La Aldea en 1951

El viejo cuarto de la zona de Los Manantiales, en La Aldea, donde ocurrió la tragedia en el año 1951. / Fernando Bethencourt
El 25 de abril de 1951, una tragedia familiar conmocionó a los habitantes de La Aldea de San Nicolás. Cuatro hermanos, naturales de Jucalillo, que dormían en un almacén de la zona de Los Manantiales murieron abrasados en un incendio que se originó durante la madrugada. El mayor tenía 22 años; el más pequeño, solo 16. No pudieron abandonar el viejo cuarto a tiempo. Sus cadáveres quedaron apiñados junto a la puerta de entrada.
Aquel suceso creó en el ánimo del pueblo aldeano un hueco no sólo para la tristeza y el desasosiego, sino también para las interrogaciones. Todavía hoy nadie se explica lo ocurrido a los cuatro hijos de la familia de Nicolasa Carrillo Martín y Manuel García Saavedra, el segundo motorista de la presa Los Pérez, en aquella noche del 25 de abril de 1951. Conformaban una familia verdaderamente numerosa. Doña Nicolasa había dado a luz a una docena de hijos.
En aquella primavera, cuatro de sus hijos —los hermanos Manuel, Matilde, Cristóbal y Francisco García Carrillo, de veintidós, veinte, dieciocho y dieciséis años respectivamente— abandonaron su casa de Juncalillo, en Gáldar, para trabajar en la zafra tomatera, concretamente en la propiedad que don Rafael Rodríguez, conocido por el Pistolera, poseía en La Aldea. El resto de la familia se quedó en la cumbre. Una vez allí, se alojaron en un cuarto-almacén de la finca, situada en Los Manantiales, en condiciones precarias, como la mayoría de los temporeros de entonces.
Aquella noche murieron abrasados. Según la historia, una vela con la que se alumbraban encendió la tragedia. Fue una muerte agónica. A pesar de sus esfuerzos, no pudieron salir de aquel viejo cuarto. A la mañana siguiente, los cuatro hermanos fueron hallados carbonizados junto a la puerta. Sus cadáveres quedaron tan destrozados que solo un ataúd bastó para acogerlos.

Lugar donde fueron enterrados los cuatro hermanos en un solo ataúd. / LP/DLP
Familia abatida
La noticia abatió al matrimonio García Carrillo, que acudió de urgencia hasta el pueblo aldeano para hacerse cargo del entierro en el viejo cementerio. Manuel y Nicolasa nunca superaron la tragedia. No podía ser de otro modo. Aquel trágico suceso quedaría marcado a fuego y llanto en su memoria hasta que la muerte borró también su existencia.
Curiosamente, el hecho no fue investigado con profundidad a pesar de la intervención judicial; y aún no se sabe la verdad pues, en su momento, todo fueron conjeturas sin comprobar. Para colmo, la población campesina, que constituía, y con mucho, la mayoría del municipio, se hallaba totalmente desprotegida, sin derechos, y sometida a un régimen dictatorial.
La Justicia cerró el caso sin encontrar indicios de criminalidad. Y, por si fuera poco, la familia no recibió ningún tipo de indemnización porque, según relatan sus descendientes, en las diligencias instruidas por el juzgado de Guía, alguien se hizo pasar por el padre de familia, analfabeto, y firmó un documento en el que renunciaba a cualquier compensación.
Según Francisco Suárez Moreno, cronista oficial de La Aldea de San Nicolás, quien ha realizado un estudio sobre la siniestralidad en la sociedad tradicional (1801–1969) de su municipio, los hermanos se despertaron alrededor de las tres de la madrugada y, ante el incendio, gritaron e intentaron salir por la puerta sin conseguirlo. Los lamentos fueron oídos por algún vecino que creyó que se trataba de discusiones entre hermanos. “Lo cierto es que, desesperados, no pudieron abrir la puerta y perecieron carbonizados junto a ella”, asegura.
No obstante, las incógnitas de este suceso aún se mantienen: ¿dejaron al dormir alguna lumbre encendida y ésta fue en verdad la que provocó el incendio? ¿El cuarto estaba trancado? ¿El fuego se avivó por efectos de un bidón de combustible? ¿Por qué no pudieron forzar la puerta? Son preguntas a las que el avezado cronista aldeano no ha encontrado, desde aquel tiempo, las oportunas respuestas; o, al menos, las más razonables.
El Pistolera, un rico e influyente propietario agrícola natural de Gáldar, los tenía allí de trabajadores y los cuidaba como a su familia. No en vano era el padrino de Matilde, una de las víctimas. La gente cree que se durmieron con la vela encendida. En el cuarto había un bidón de gasoil o gasolina para el motor, lo que provocó que el incendio alcanzara cotas de desgracia. El humo los asfixió y encendió el misterio.

Salvador García Carrillo / Quesada
Abandonaron Juncalillo con el sueño de poder trabajar.
La prensa censurada de la época no ofreció a sus lectores ni un solo detalle de este luctuoso suceso. Quince días más tarde, sin embargo, Falange abría su portada con la noticia de que el gobernador civil y jefe provincial del Movimiento, don José García Hernández, visitaba oficialmente La Aldea. El gobernador, acompañado de su séquito, se mostró entusiasta al ver un arco de flores frente al ayuntamiento con una gran pancarta que decía: “La Aldea de San Nicolás expresa su gratitud a don José García Hernández, gobernador civil de Las Palmas. La presa nos convertirá en una gran ciudad. Por siempre Franco. ¡Arriba España!”
La presa El Caidero de la Niña, que se terminó de construir en 1958, según el proyecto de Luis de Casa Calzada, era una justa ilusión de la comunidad de regantes a fin de lograr mayores beneficios para su agricultura. Y es que La Aldea vivía entonces un despegue económico en el sector primario, con la reanudación de los cultivos de tomate.
Hasta allí llegaban familias de vida humilde y andariega, desde otros pueblos de la isla o de Fuerteventura, siempre a la búsqueda de nuevos horizontes donde poder mejorar y salir de su mísera existencia. Para entonces, el Pistolera era un propietario de aquella fase expansiva del capitalismo agrario local. Son años en los que La Aldea crece en población y se abre al exterior gracias a notables mejoras en las comunicaciones, con la carretera de Mogán y sus tramos hacia las playas de Tasarte y Tasartico.
La familia García Carrillo fue una de los tantos temporeros que acudieron hasta La Aldea. Y es que cuando la miseria acosa puede obligar al estilo de vida itinerante; una realidad que mantiene su vigencia en la actualidad.
Manuel, Matilde, Cristóbal y Francisco García Carrillo estaban en la edad en la que los sueños son posibles, pero el incendio segó sus vidas.
“Mi madre lloraba al verme”
Salvador García Carrillo, un histórico del PSOE en Canarias que falleció en octubre de 2024, era el hermano menor de las víctimas. Conoció la cara del infortunio: la desesperación del padre, los gritos de su madre, los llantos de su hermano Daniel, que andaba por los ocho años. Él era todavía un chiquillo, de siete años, pero ya con la edad suficiente para atisbar que algo estaba ocurriendo en su entorno familiar. “Cuando aquella desgracia de mi familia yo estaba internado en el seminario viejo, en Las Palmas. Y recuerdo que mi madre se echaba a llorar cada vez que venía a verme, sin saber bien por qué. Dos años después, tras mucho preguntar por mis hermanos, mi madre me lo contó todo”, rememoraba Salvador García Carrillo en diciembre de 2009. Su madre, Nicolasa Carrillo, quedó afectada para siempre por la tremenda experiencia sufrida. “Mi madre nunca se recuperó de las depresiones”, lamentaba el político.
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