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José Luis Jiménez Saavedra y El Museo Canario

Racionalidad y creatividad están presentes en proyectos como el hotel más pequeño del mundo, en El Hierro, o en las torres de la Cooperativa de Taxistas

José Luis Jiménez Saavedra y El Museo Canario

Aunque nos enseñaron que el entendimiento, razón o inteligencia era la segunda de las potencias del alma, parece que, en la era unidimensional de la especialización y la acumulación de una información inabarcable que se confunde con el conocimiento, la sabiduría es un concepto anticuado, poco útil, que se reserva para ámbitos marginales. Pero la razón y la sabiduría existen; lo saben quienes tuvieron ocasión de conocer y de trabajar con José Luis Jiménez Saavedra, arquitecto, cuyo legado documental recibirá El Museo Canario en un acto que se celebrará el próximo 14 de enero, a las 19:30.

La donación comprende, junto a la documentación de José Luis, el amplio archivo de su padre, José Luis Jiménez Domínguez. Dos estilos, dos arquitecturas muy diferentes, aprendidas en Escuelas tan distintas, producto de tiempos tan cercanos y tan distantes como fueron los del padre y los del hijo. La obra del padre fue desarrollada durante la larga dictadura, en una ciudad acuciada por necesidades primarias como la vivienda, la colonización de los huecos agrarios o naturales interiores y la expansión hacia la periferia, pero incluye también edificios singulares, posiblemente los más necesitados en tiempos oscuros: los cines y las edificaciones religiosas.

La obra de José Luis Jiménez Saavedra, titulado en 1965 por la Escuela de Barcelona, se inicia, por el contrario, en el momento en que la arquitectura y el urbanismo españoles se suman a las corrientes europeas, dominadas por italianos y británicos. En ese marco, José Luis concibe y desarrolla su arquitectura como producto y servicio, función social al tiempo que manifestación artística, cuyo proceso creativo incorpora las necesidades, las limitaciones constructivas y el diálogo con el entorno y los usuarios. Racionalidad, rigor, conocimiento y creatividad están presentes en toda su obra, desde la restauración de un almacén para transformarlo en una joya mínima, el hotel más pequeño del mundo, en El Hierro, hasta las soberbias torres de viviendas de las cooperativas de taxistas en Mesa y López y Benítez Inglott, obras titánicas para un arquitecto en ejercicio individual de la profesión, en las que destaca su composición arquitectónica unitaria y dinámica, al tiempo que austera, usando escasos elementos formales.

Junto al ejercicio profesional libre, dominándolo y finalmente desplazándolo, estuvo el ejercicio público, al que se dedicó en exclusiva desde 1990 y en el que empleó la mayor parte de su tiempo y de su vida, como arquitecto municipal primero, como jefe de la unidad técnica de construcciones escolares después y, finalmente, como jefe del servicio de obras e instalaciones de la ULPGC.

La dirección de obra de miles de metros cuadrados anuales de edificación escolar, en una etapa de rápido crecimiento de las infraestructuras educativas, exigía una competencia profesional excepcional para coordinar un equipo técnico y administrativo eficaz, para fijar criterios unitarios a una pluralidad de proyectos y constructores, y para manejar un patrimonio tan extenso como intensamente utilizado por unos usuarios sensibles, exigentes y profundamente implicados. El menor retraso, cualquier complicación en una obra o una incidencia en un centro podía desencadenar un conflicto. Ahí entraban en juego su razonabilidad, su capacidad para dialogar y convencer con explicaciones claras, sistemáticas y precisas y, sobre todo, para buscar y ofrecer rápidamente soluciones posibles y efectivas.

La misma racionalidad y razonabilidad dirigieron su compromiso social y profesional, primero como miembro de la primera junta de Gobierno del Colegio de Arquitectos de Canarias, en 1969 y, sobre todo, como vicedecano y presidente de la Delegación de Las Palmas entre 1974 y 1978, período en el que los colegios profesionales desarrollaron un valioso papel, contribuyendo el de arquitectos al tránsito social a través de acciones, comunicaciones, actividades culturales y debates, en muchos de los cuales intervino personalmente como profesional y vicedecano.

Desde el Colegio y junto con otros profesionales de las Islas y una consultora británica, participó, en la misma época, en la redacción del Informe previo para el Plan de Ordenación del Territorio de la Región Canaria. En este campo, que era el de su especialización, había comenzado proyectando el ensanche urbanístico de San Mateo, e impartiendo clases de Urbanística, entre 1972 y 1976, en la Escuela de Arquitectura, entonces en Tamaraceite. Más tarde, entre 1980 y 1983, formó parte, con Manuel Roca, del equipo redactor que dirigió Eduardo Cáceres para la redacción del avance del Plan General de Las Palmas. Pero el tema de su vida, su leit motiv, fue el estudio del proceso de producción del espacio urbano en la ciudad de Las Palmas, objeto de una tesis doctoral inacabada e inacabable. La "culpa" fue de su capacidad de trabajo y de su inagotable curiosidad intelectual que, desde la arquitectura y el urbanismo, se abría a todos los campos del conocimiento y, en especial, a la filosofía y las matemáticas. Unidas ambas a la voluntad de perfección que impregnaba toda su obra intelectual, le impidieron poner fin a la investigación y el análisis, pero de este trabajo vieron la luz algunos fragmentos, como el que publicó en 1979 sobre el Plan General de Las Palmas de Miguel Martín, o el que redactó para el catálogo de la exposición 100 Años de Urbanismo, que comisarió en 2006, y en el que explicaba la ciudad actual como superposición de las cuatro ciudades que prefiguraron los planes integrales de Arroyo en 1892, Miguel Martín en 1922, Zuazo en 1944 y Sánchez de León en 1961, que contrastaba con los desarrollos parciales posteriores a 1980.

La etapa más fecunda en publicaciones se inició al ser elegido miembro numerario de la Real Academia Canaria de Bellas Artes, en 2002, de cuya junta rectora formó parte, primero como vocal y más tarde como vicepresidente. Ya en 1982 había escrito, para la Historia del arte en Canarias que dirigió Lázaro Santana, un brillante análisis crítico de la arquitectura canaria del período 1960-1980, pero fue tras su ingreso cuando publicó, en los Anales de la Academia de 2008, 2009 y 2010, sendas reflexiones sobre la obra de Javier Díaz-Llanos y Vicente Saavedra, Luis Alemany y Francisco Bello y Manuel Monterde. Sin embargo, fue su discurso de ingreso en la Academia, Geometría y ciudad, publicado en 2004, su ensayo más completo y extenso. Se trata, también, de un fragmento de la investigación sobre la formación de la ciudad de Las Palmas y constituye un paradigma de la forma racional, rigurosa y precisa que tenía de analizar, interrelacionar y exponer. La investigación exacta y creativa sobre la formación y trazado del barrio de Triana es un auténtico viaje por la ciudad y la historia a través de la geometría, una hermosa reconstrucción de la clara y compleja trama que conduce este trozo de ciudad hasta su forma definitiva.

La significación profesional, intelectual y personal de José Luis Jiménez merece y exige la conservación de su memoria y su obra, pero la memoria necesita anclarse a elementos materiales para evitar que el tiempo la diluya. De esos papeles que forman su legado documental podrán y tendrán que extraer los investigadores el calor del razonamiento, la razonabilidad, la deslumbrante y creadora racionalidad que marcaron la vida y definen la huella de José Luis Jiménez. Como compañero de José Luis y como socio de El Museo Canario, es una satisfacción que este fondo, que contiene parte de su obra, se sume a partir de ahora a la memoria de Canarias que El Museo Canario lleva 140 años reuniendo y custodiando en sus colecciones, su biblioteca, su hemeroteca y su archivo. Este era el lugar adecuado.

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