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Tres fenómenos atmosféricos

Durante las últimas tres ediciones, un nuevo tándem formado por la Biblioteca Insular de Gran Canaria y la editorial A Buen Paso ha logrado convertir su concurso de álbum ilustrado en un imán para genuinos creadores

Tres fenómenos atmosféricos

Cuando se releen las obras premiadas en las tres últimas ediciones, bien claro queda que mereció la pena volver a recuperar el Concurso Internacional de Álbum Ilustrado creado en el año 2005 por la Biblioteca Insular de Gran Canaria. Tras un parón de cinco años y después de haber contado, para la publicación del premio, con la colaboración de la editorial Edelvives durante las seis primeras ediciones, en el año 2016 se conformó un nuevo tándem. Desde entonces, el equipo de la citada institución ha trabajado con la editora y narradora Arianna Squilloni, fundadora de la editorial catalana A Buen paso, para resituar a este concurso en el panorama internacional. Importa señalar que esta convocatoria anual no es un ente aislado dentro de la actividad generada por la citada biblioteca, sino todo lo contrario. El concurso vendría a ser ese faro que alumbra más lejos. En torno a él se levanta un amplio programa de actividades dedicadas al conocimiento y disfrute de esta clase de libros que tanto nos aportan, sobre todo cuando ilustraciones y textos se conciertan genialmente. Con cada nueva edición se aviva la esperanza de encontrar a un creador canario entre los galardonados.

Buscando una idea que me permita conectar entre sí los álbumes ganadores de las tres últimas ediciones descubro que en Dorothy, Malacatú y Almíbar los fenómenos atmosféricos tienen un papel relevante, ya sea en un sentido literal o figurado. Pensando en ello me viene a la memoria el primer verso de "En la más lenta combustión", un poema escrito por un observador atentísimo de los cielos locales. "Quién está ahí, detrás, qué mano mueve", dice el verso de Manuel Padorno. Pues eso, ¿ Qué mano habrá movido a los artífices del concurso -creadores, miembros de los jurados- para que las obras ganadoras de las tres últimas ediciones tengan ese algo en común? En este juego en busca del significado mi punto de partida es una imagen tan poderosa que resulta imposible dejar de ser afectado por ella. Se trata de Dorothy. A quienes no hayan leído este álbum con nombre de mujer, ilustrado por Pablo Auladell y escrito por Javier Sáez Castán, les puedo poner al corriente de la trama con una sinopsis: un pequeño huracán aparece en la vida apacible de Martha y Jonah, una pareja madura de granjeros made in USA, y ellos lo acogen en sus vidas hasta las últimas consecuencias.

El álbum ganador de la última edición se desarrolla durante algunas horas de la mañana de un domingo, tal vez sólo durante un largo rato. "Los domingos matan más gente que las bombas"; eso nos decía con cierto vértigo y no muy alto el padre de uno amigos cuando aún éramos más jóvenes. Almíbar es un álbum cuya tensión dramática nace del vínculo emocional que une a una nieta y a su abuelo. Cuando el tiempo del relato echa a andar esa mañana de domingo, el querido abuelo ya está privado de buena parte de sus facultades y pasa sus últimos días en una residencia de ancianos. En el relato escrito por Anna Mas Blasco e ilustrado por Anna-Lina Mattar, la narración es enmarcada por el lento e inevitable avance de una masa de nubes que se irá acercando al sol de la mañana hasta taparlo. La luz de ese sol se convierte en un símbolo evidente de la vida y de la conciencia que la sostiene. Entre la edición del 2016 y la del 2018, en medio de Dorothy y Almíbar nos encontramos con Malacatú, ¡una tormenta doméstica! Sí, porque no vamos a tomar como un fenómeno meteorológico los vapores que van llenando la cocina donde se desarrolla la acción.

Una declaración de amor

Hechas las presentaciones, vayamos por partes. Después de conocer que Dorothy trata sobre una pareja de granjeros que acaba adoptando a un huracán, quién diría que el concurso impulsado por la Biblioteca Insular no se retomó con fuerza. La ocurrencia de la que parte este álbum es sencillamente genial. No ingeniosa, genial. Tanto en Dorothy como en Almíbar todo se desarrolla dentro de los límites de un mismo día de vida. Ambos álbumes se armaron con textos más largos de lo que solemos encontrar en muchos libros de su clase; y con todo ello, sus textos se siguen por esa máxima de que menos es más. A Javier Sáez le basta una ajustada sucesión de pequeños párrafos para construir, detalle tras detalle, a dos personajes entrañables que fueron reimaginados por Pablo Auladell hasta crear una sutil sintonía con la narración. Cuando uno relee Dorothy puede darse cuenta de que ha sido ilustrado sacando un gran partido a unos pocas escenarios y creando un equilibrio entre dos perspectivas, dos escalas: el mundo pequeño de Martha y Jonah y el vasto espacio en el que se desenvuelve la vida del pequeño tornado. Sólo una vez vemos cómo esta poderosa criatura hace girar en torno a su ojo a los seres que ha absorbido, y gracias a ello tenemos la oportunidad de imaginar también por nosotros mismos sus liberadoras andanzas, especialmente la última de ellas.

En Dorothy se respira candor. La inocencia de Martha, la sincera avidez con que devora las tres lecturas sesudas que jalonan el relato, nos reconcilian con esa suficiencia suya de lectora bien documentada. Durante ese día radicalmente transformador es ella quien interpreta para él cuanto acontece. Con todo, no nos engañemos, la verdad la construyen entre ambos. En opinión de Jonah, "Martha le da demasiada importancia al origen de las cosas, cuando lo verdaderamente importante es averiguar qué va a pasar con ellas". Pablo Auladell los imagina a ambos con gafas de cristales blancos y esto nos priva de ver sus miradas, para que sean sus gestos los que nos hablan de ellos. Al comienzo del álbum vemos en ella excitación, una simpática curiosidad intelectual; en él, estupor, desencanto. Jonah es un granjero chapado a la antigua, con convicciones que no piensa cuestionar. Lo único que le impide usar su Remington para defender lo suyo es el crédito que le merece Martha y yo diría que, sobre todo, el amor que le profesa. Porque Dorothy es también una declaración de amor. Aquí va una de sus confesiones: "Martha no ve mucha televisión. Prefiere leer. Pero no hay nada como compartir el sofá con ella mientras los dos descansamos".

Cuando se reposa un poco la lectura de Dorothy se puede comprender que Javier Sáez y Pablo Auladell han contado un drama vital con un distanciamiento delicioso. En este álbum, el gran drama de la lucha por la felicidad se concreta en el persistente vacío que dejaron los hijos que Martha y Jonah nunca llegaron a tener. Descubrimos que cada uno lo ha llenado a su manera. En cierto punto Jonah nos cuenta que, después de ver cómo Dorothy comenzaba a llevar hasta lo alto del cielo azul de Kansas a los animales de la granja, Martha perdió el interés y volvió a sus lecturas. Jonah, sin embargo, se quedó mirando hasta que todos desaparecieron, invadido por una sensación muy extraña. Porque "Era la primera vez en mi vida que no tenía que ocuparme de ningún animal". Deteniéndome a observar la ilustración que antecede al comienzo de la narración, se me ocurrió pensar que esas tres sencillas nubes ovaladas y tan parecidas entre sí, las que surcan el cielo de la página en blanco, tal vez estén representando ese anhelo de paternidad. La que vuela más bajo es mucho más pequeña. Qué sutileza. Junto con las dos ilustraciones anteriores -Dorothy girando bajo el título en la portadilla y la vista aérea de la granja- se nos presenta el universo del relato.

Esos dos granjeros estaban preparados para superar aquella gran prueba de aceptación. Entre ambos habían logrado que el conocimiento fuera de la mano con la compasión. Seguro que en el último libro que lee Martha ese día, El venerable Guese Paldeng Yurpah explica el Dharma, se explica esta gran máxima de vida. Dorothy es una gloriosa muestra de realismo fantástico. Es como los montajes de El Brujo, cómico y a la vez drámatico. Su capacidad para presentar con sentido del humor una experiencia tan transformadora me recuerda a otro álbum escrito, precisamente, por unos de los miembros del jurado que premió a Dorothy, el narrador Pablo Albo, tan querido por el público grancanario. En "Todo patas arriba", publicado sólo un par de años antes, se nos recuerda que después de aquel beso extraordinario nada volvió a ser lo mismo en el municipio donde los amantes juntaron sus labios durante horas. En Dorothy la revelación también se va abriendo paso, y cuando llega el desenlace intuimos que el mundo, para Jonah y Martha, ya no tendrá el color que Pablo Auladell puso a sus ilustraciones. Un color que recuerda al sepia de la viejas fotografías. Su color podría ser, en todo caso, el limpio azul del cielo de Kansas.

Los mismos colores

En Almíbar el miedo a la vida aparece como la otra cara del miedo a la muerte. Es una buena enseñanza, que se va articulando a lo largo de una narración donde la incomunicación y la incapacidad para expresar afecto lo impregna todo. Anna-Lina Mattar, la ilustradora, ha puesto color a Almíbar siguiendo esa máxima que conocen los poetas que cultivan estrofas: para ser libres hay que fijarse límites. Ella sólo ha usado los tres colores básicos, con unas pocas variaciones, a los que suma el blanco, para que destaque el dibujo. En las ilustraciones donde el blanco abunda, esos tres mismos colores aparecen en las líneas que dibujan con sencillez y fuerza la silueta del abuelo. Qué acierto. Siento que toda la fuerza del relato se concentra en la miradas de ese abuelo con el que la nieta quiere volver a conectar. Al trabajar en sintonía con Anna Mas -autora del texto- Anna Lina ha conseguido usar el color para realzar un contraste entre dos realidades, entre dos modos de estar en el mundo. Los mismos colores que describen la vida empequeñecida de la nieta, iluminan el ramito de flores en la habitación de la residencia o los dulces que pudo probar el abuelo en aquel banquete inolvidable para él.

Adelantaba al comienzo que entre el álbum premiado en 2016 y el premiado en 2018 nos encontramos con un fenómeno atmosférico de ámbito doméstico. "Malacatú" es un semillero de poetas. Hace más por la poesía que aprenderse de memoria la nómina del 27 con sus obras principales. En una cocina espaciosa y ante un montón de pequeños juguetes, se produce un rifirrafe entre una madre y su hijo. Es motivado por la insistencia de la primera en que el bendito hábito de lavarse los dientes se arraigue en el pequeño. Ambos van a entrar a pelear con mucha creatividad. De hecho, yo diría que Malacatú también realiza una valiosa aportación a las estrategias de resolución de conflictos. Tras compartir este álbum en algunos hogares yo siento que la fuerza de Malacatu reside sobre todo en sus juegos verbales.

Todos ellos amplifican la fuerza de esa fórmula mágica cuya palabra central da título al álbum, una palabra que tiene el poder de materializar las transformaciones en cadena de la madre y su hijo. Veo el uso abundante del color blanco como un marco visual que enfatiza el protagonismo del juego verbal. De todos esos poemas-conjuro me quedo con el que abre el libro. Precisamente es creado por el niño. El hallazgo espontáneo de una semejanza entre "plasta" y "pasta" es lanzado contra la madre: "¡Plasta de dientes!" Qué bien recrea María Pascual ese talento poético tan concreto del niño. Malacatú pide ser leído en voz alta y anima a crear versiones propias. María Pascual nos contó en su momento que las salidas ingeniosas que tenía su madre cuando se enfadaba con ella anidaron en su memoria como una fuente de inspiración: "Mi rata de cloaca", "mi besugo al horno?" También nos contó que leyendo a Ana Pelegrín se contagió de la pasión por oralizar los textos.

Diez peligros

La librera y mediadora de lectura Lara Meana tiene un decálogo al que llama "Cuidado con la rana: diez peligros a evitar cuando creamos un álbum". Ella fue uno de los miembros del jurado que premió Malacatú. Echando un vistazo a su decálogo compruebo que este álbum sortea uno a uno todos esos peligros. Por ejemplo: tiene una atractiva estructura -visual y verbal- en la que destaca la expresividad con que se despliegan los textos en la página. Y a la vista está el partido que saca a la repetición. También presenta una visión realista de la infancia, que podría perturbar a los adultos. Y además, María Pascual cree en lo que cuenta su libro, bajo el que late el vínculo emocional con la propia madre. Por cierto, buscando semejanzas entre los tres álbumes premiados también me llamó la atención que sus títulos contengan una sola palabra: Dorothy, Almíbar y Malacatú. De las tres, la más poderosa es la tercera. Cómo no, si se trata de un hechizo: ¡Fi, Fa, Fu! ¡Malacatú! Qué contundente eufonía. Y al escribirlo recuerdo que omití un dato. El título de Dorothy viene acompañado por un subtítulo: "Déjalo entrar". Apreciado lector, atrévete a dejar entrar estos álbumes en tu vida.

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