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Entrevista | Waldo Balart

"César fue capaz de enfrentarse al sistema y crear desde el sistema riqueza para todos"

"Cuando fui a Lanzarote era una isla inhóspita, no había nada. Pero ya él veía su belleza", destaca el artista y amigo de la etapa neoyorquina de Manrique

Waldo Balart. LOT

Waldo Balart es un gran libro. Una enciclopedia llena de colores y en la que hay páginas suficientes para contar todas las historias que se puedan imaginar. Sentado en una silla con lamparones de pintura, y rodeado de libros, revistas, cubiletes apostados contra la pared, algún que otro póster, en el que se anuncia una de sus últimas exposiciones, Waldo Balart, a sus 88 años, mantiene la frescura y la lucidez del mago de la lámpara maravillosa. En medio de un local, que ha reconvertido en su casa, en su estudio, en la plaza del pueblo, Waldo es el personaje idóneo con el que se puede hablar de casi todo, y que tuvo la suerte de participar en los grandes movimientos culturales y políticos de mediados del siglo XX. Como cuñado de Fidel Castro -su hermana Mirta fue la primera mujer del comandante- asistió desde esa primera línea de combate al triunfo de la revolución cubana. Lejos de sentir la euforia de aquellos momentos de deslumbrante frenesí, Waldo Balart cogió sus bártulos y se marchó a Nueva York, a la búsqueda de otros caminos y de sí mismo. Allí en el barrio entonces marginal y deprimido de Lower East Side , en Manhattan, acogió durante unos meses a un intrépido lanzaroteño, César Manrique. El artista llegó a la Gran Manzana con mucha ilusión pero sin padrinos. Balart se encargó de abrirle algunas puertas, hasta que César decidió probar suerte y empezó a volar solo.

Después Balart, como un peregrino impenitente , se instaló en Madrid, en un barrio oscurecido entre la calle Atocha y Lavapiés. Como había hecho siempre, eligió un pequeño local, un minimalista loft sin glamour pero suficiente para su manera de vivir. Casi cincuenta años después, ahí sigue al pie del cañón, pintando y saboreando la vida de frente y sin miramientos.

¿Cómo conoció usted a Manrique?

Cuando vivía en Nueva York me hice amigo de su primo Manuel Manrique y de su mujer Leny, que era venezolana. Ellos decidieron viajar a Europa, a París, y los acompañé. Manuel también había invitado a César y allí nos conocimos. Entonces ya descubrí a un ser diferente con mucha energía. Siempre quería hacer cosas. De ese viaje guardo un buen recuerdo, alquilamos un coche y nos fuimos por la Costa Azul. También vi distintos museos y algunas catedrales que me impactaron. Yo había salido de Cuba y no había visto aquello. Me pareció extraordinario. Después regresé a Nueva York y lo invité a que fuera a verme.

Entonces, César aceptó su invitación y se quedó en su casa. ¿Cómo recuerda esta etapa?

Sí, claro. Él apareció por allí y se quedó un tiempo en mi apartamento. Después, gracias a la intervención de este familiar, logró una beca y se mudó a la segunda avenida. Y ya voló solo.

En aquel Nueva York de los años sesenta usted ya se movía y conocía a gente como Andy Warhol, que fue el gran personaje de ese momento. En cierta medida, ¿le abrió usted las puertas del mundo del arte a Manrique o por lo menos le ayudó en aquellos primeros momentos?

Mire, yo siempre digo que nací en Nueva York, a donde llegué con treinta años. Me relacioné con todo tipo de artistas. En aquellos años terminaba la hegemonía del expresionismo abstracto de Hoffman, Pollock, etcétera. Y comenzaban nuevas corrientes como el pop art o y el minimalismo. Para mí fue muy importante Warhol, pero también tengo que reconocer que fue un vampiro. Se aprovechaba de jóvenes artistas, les hacía creer que con él iban a ser estrellas y después los dejaba. Muchos tenían problemas con las drogas. Pero sin duda fue una etapa maravillosa, Si cuando salí de Cuba no lloré, cuando me fui de Nueva York sí lo hice. Siempre en el arte sihe buscado la marginalidad, no sigo las sendas lógicas. Otros artistas como Botero o Manrique sí buscan crear riqueza. César fue capaz de enfrentarse al sistema y crear desde el sistema esa riqueza para todos.

¿Desde que lo conoció, Manrique ya le hablaba de lo que pretendía hacer en Lanzarote?

-Sí, claro. Yo estuve en Lanzarote con él cuando no había nada. Era una isla inhóspita. Las mujeres estaban en el campo trabajando, bien tapadas con sombreros. En la capital ponían una película que podía verse toda una semana. Me acuerdo de que la madre de César, que ya tenía algunos problemas, podía ir todos los días al cine, porque para ella, siempre era la primera vez que veía esa película. Y César no paraba de decirme, aquí voy a hacer esto y lo otro. Recuerdo que fuimos a los Jameos del Agua, y yo no veía nada. Para mí era una cueva, y él veía otra cosa. Veía belleza donde no había nada, y al final hizo lo que dijo.

¿Lanzarote fue para Manrique su mejor cuadro?

Deje que le cuente. Entonces en el arte, lo importante era hacer un buen cuadro, y César quería hacer la mejor obra. Lo que hizo en su isla fue su mayor creación. Y al mismo tiempo generaba riqueza. Y protegía, porque luchó mucho por su tierra. Manrique denunciaba y creaba. Él estaba contra el sistema y al mismo tiempo estaba integrado en el sistema desde un punto de vista crítico. Al final se convirtió en un artista total. Por ejemplo, su casa de Lanzarote: fue capaz de crear arte con una burbuja volcánica. Eso es de artista total. También hizo algo parecido en Madrid, con la Vaguada. Fue capaz de darle vida a un barrio, que no la tenía. César siempre trató de cambiar la sociedad, de humanizarla.

Usted dejó Nueva York y se vino a Madrid. Y además se instaló en este local, en un barrio pobre, en aquella época. ¿Siempre va en busca de la marginalidad,? ¿le gustan los lugares deprimidos? Lleva casi cincuenta años viviendo aquí.

No me imagino viviendo en Serrano, ni siquiera en Chamberí No me gustan los barrios de ricos. Me encanta ir a comer a un bar que está por aquí cerca y me siento en una mesa que está junto a la ventana. Me gusta ver la gente que pasa. ¿Qué podría hacer en un lugar como Serrano? Todo el mundo iría de la misma forma, no sería nada divertido. Yo no busco los sitios marginales, estoy en ellos, porque me encantan.

En cierta medida, Manrique le devuelve el favor y cuando usted en 1972 decide instalarse en España le presenta a artistas relevantes como los integrantes del grupo El Paso

-A Manolo Millares no lo conocí porque murió. A quien me presentaron fue a Chirino. Pero sí reconozco que la obra de Millares me gustó mucho.

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