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Entrevista | Dean Maccanell

"El deseo turístico es universal, no está ligado a la lógica capitalista"

Si hay un nombre que señorea por encima de todos los demás en el ámbito de la teoría turística, este es el catedrático de Paisajismo en la Universidad California Davis

Dean Maccanell. MARIANO DE SANTA ANA

Si hay un nombre que señorea por encima de todos los demás en el ámbito de la teoría turística, este es el de Dean MacCannell (Washington, 1940). Catedrático de Paisajismo en la Universidad California Davis, autor de libros como El turista. Una nueva teoría de la clase ociosa (1976), Lugares de encuentro vacíos (1992) y The Ethics of Sightseeing (2011), MacCannell intervino hace unos días en Tenerife Espacio de las Artes, en el marco del simposio Encuentros salvajes. Arte y turismo en la era de la movilidad, organizado el grupo de investigación interuniversitario Turicom y el propio TEA, que inaugura con él una línea de trabajo sobre turismo, cultura y modernidad. MacCannell es, además, prologuista del libro de inminente aparición S ouvenir, souvenir (editorial Concreta), que compila textos sobre el turismo del desaparecido antropólogo canario Fernando Estévez González.

En su libro El turista plantea que esta figura refleja como pocas al sujeto moderno. ¿Puede abundar en esta cuestión?

Cuando escribí El turista el objeto tradicional de las ciencias sociales era el industrialismo, estaba anclado en la burguesía y en la clase obrera. Pero yo quería poner el foco en lo posindustrial y lo posmoderno y encontré que la figura del turista era mucho más representativa de ello. Algo que me llamó mucho la atención es que una de las principales atracciones de los turistas era ir a ver a trabajadores, ver el trabajo no como principio organizativo de algo, sino como mero espectáculo.

Un concepto central en el libro es el de "autenticidad escenificada". ¿Por qué puso en juego esta noción?

En realidad empecé a usarla poco antes de la publicación de El turista. Entonces tenía entre mis referentes a la Escuela de Frankfurt, especialmente a Marcuse. En El hombre unidimensional Marcuse dice que los turistas no sienten verdadero deseo por lo auténtico y a mí me parecía que en este asunto había un problema dialéctico. Antes de llamarla "autenticidad escenificada" la denominé "desmitificación inauténtica", pero me preguntaba que qué diría mi amigo Erving Goffman, el sociólogo de la vida cotidiana, sobre mis reflexiones acerca del turismo. Yo había usado su análisis de las regiones frontales y las regiones entre bastidores, porque en las primeras escenificamos para el público cómo somos y en las segundas supuestamente somos auténticos. Traje a Goffmann a los estudios turísticos para argumentar que si bien el turista desea la autenticidad, lo que consigue finalmente es la autenticidad escenificada.

¿Ha sido alguna vez turista?

O sí, muchas veces, pero siempre con una segunda mirada. Observando a los turistas para ver lo que hacen.

¿Cuándo se deja de ser turista? ¿Alguien que tiene una segunda residencia en el extranjero y que no tiene contacto con los nativos es un turista?

No existe una forma pura de ser turista. Creo que nos comportamos de distintas maneras según el momento. Aunque estemos confinados en un complejo turístico siempre surge el deseo de ir a conocer alguna playa, algún nativo, tener una experiencia que salga de esa regulación. A veces, incluso, es algo que sucede inesperadamente. Ahí es cuando realmente se añade el encuentro turístico.

En principio 'El turista' iba a ser un libro sobre el turismo y la revolución, ¿por qué pensó en poner juntas dos cosas disjuntas?

Empecé a escribir el libro en 1969. Entonces era imposible no pensar en la revolución porque después del 68 estaba por todas partes. De este modo, para ser consecuente con mis intereses intelectuales, tenía que teorizar a la vez sobre el turismo y sobre la revolución, pero comprendí pronto que la revolución no iba a pasar y que el turismo es una fuerza mucho más poderosa.

Decía usted en su conferencia que el capitalismo tendrá que adaptarse al turismo y no al revés. ¿En qué sustenta este punto de vista?

El deseo turístico es universal. No está ligado a la lógica capitalista, es algo panhumano. El capitalismo no puede captarlo todo, solo puede coger un poco pero no puede abarcar todo el deseo humano. Uno, por ejemplo, puede disfrutar contemplando una pequeña piedra con musgo. Quien lo hace puede obtener placer en ello pero ahí el capitalista no tiene en principio nada que decir porque esta es una contemplación que va más allá de su esfuerzo. La mayor parte de las cosas que hacemos cuando hacemos turismo, como observar, se pueden hacer gratis.

¿Existe la pulsión de muerte en el turismo?

La pulsión de muerte es propia de un tipo de turismo, no tiene que ser general. Hay quien hace listas de cosas que quiere hacer antes de morir, pero no necesariamente las hace todo el mundo. Los turistas también pueden estar conectados a una pulsión de vida. Van a ver cosas muertas, como las ruinas, pero a veces van a verlas para de algún modo devolverlas a la vida.

Alguien que fue antropólogo, turista, teorizó sobre el turismo y la pulsión de muerte y ahora está muerto, Fernando Estévez González, escribió varios textos sobre el turismo que José Díaz Cuyás y Pablo Estévez Hernández han compilado en el libro, 'Souvenir, souvenir'. Este libro lleva un prólogo suyo. ¿Qué valoración hace de la figura de Fernando Estévez?

Al final del prólogo justamente digo que desearía mucho que Fernando estuviera vivo para poder argumentarle que no todo es pulsión de muerte respecto al souvenir, que también hay conexión con la vida. Pero, claro, como Fernando ya no está aquí solo me queda el souvenir de la exposición Souvenir, souvenir, que me regaló después de muerto a través de Mayte Henríquez y José Díaz Cuyás.

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