La Provincia - Diario de Las Palmas

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Ciudadano Domingo López Torres

Una plaza de Santa Cruz incorporó el jueves el nombre del poeta surrealista y concejal republicano, arrojado vivo a la marea en la Guerra Civil

López Torres en el embarcadero, cartel del documental 'Los mares petrificados', de Miguel M. Morales.

Siento debilidad por este verso suyo, casi una greguería dadaísta, que vuelve a reactivarse a cada resaca de los comicios municipales: "La isla es árbitro federado de equipos multicolores". Y cómo no ponderar, sobre todo, el vértigo y la infalible asfixia de esta premonitoria imagen: "Pez en el aire, pájaro en el agua". Poeta surrealista y concejal republicano de Santa Cruz de Tenerife, lo mandaron literalmente a tomar por saco; método infalible para la extinción sin huellas, lo metieron en uno (por fortuna no de plástico, que contamina, además de que se retarda en desaparecer), y, cargado de piedras, lo arrojaron vivo a la marea, en la costa municipal. Desde este jueves, su memoria ha sido restituida, bautizando con su nombre una plaza del barrio santacrucero de Los Gladiolos, gracias a la iniciativa de la concejala en funciones de Sí Se Puede Yaiza Afonso, tras casi un decenio de gestiones y parálisis. Sólido dique en tierra firme, al fin, en la ceremonia del descubrimiento de la placa de la plaza, participaron el hispanista Brian C. Morris, catedrático de la Universidad de California y cooeditor de sus obras completas, y Andrés Sánchez Robayna, poeta, ensayista y catedrático de la Universidad de La Laguna.

Emerge, así, la memoria intrashistórica de aquel tiznado muchacho color cetrino, flaco y pobre, devenido para siempre en icono lacónico de lo interinsular-siniestro -o, sencillamente, "pasto de los peces", sito en "la fosa abisal que ha dado a su calavera corona de algas", como lo llama Ángel Sánchez, uno de sus más sentidos exégetas-. Domingo López Torres apenas sumaba 26 años, aquella mañana aciaga de febrero 1937, en plena escalada del horror de la Guerra Incivil, cuando lo sacaron en volandas (o lo metieron en volandas, de una ahogadura, en la posteridad literaria) del campo de concentración de Fyffes. Lo imprevisto se titula, chocantemente, uno de sus cuadernos emblemáticos, no publicado como libro, al igual que casi toda su obra, hasta casi medio siglo después, y cuyo inicio sobrecoge de pura premonición de ahogo sin ahogos: "¡qué profundo correr por mares de silencio!".

Claustrofobia oceánica ante el nicho inminente: "Los cielos deshabitados y los mares sin ventana". Versos que son, muchas veces, adelantos de epitafios de las aguas abisales que le aguardan: "yo, por un mar sin cristales / sin dónde ni cuándo, nada"... ¿A cuento de qué barruntos visionarios toda su poesía gravita sobre mares de cartulina, enrollados y catapultados desde la orilla, tierra afuera, agua adentro? "Y aquel cielo de espejo submarino", dijo en Diario de un sol de verano. "Cuando la ola se marcha, / ay que me arrastra y me lleva", dijo también ahí. Y, acto seguido, ponderó de este modo lo exiguo del aguaje: "Las distancias congeladas. / Los mares petrificados". Y hasta tiempo tuvo, D.L.T. (que significa DeLeTreando) de darle así el agüita a la orilla, para que no corriera tu misma fatalidad: "Vete, marea salada, vete, / que te quieren los niños para juguete". Y, cuando ya se han deshecho los ismos de colores, mientras persiste el secular ismo blanquinegro de sus verdugos, cómo nos choca que detallara, en un poema titulado "Primer día": "Salté muy alto (...) Y mi cuerpo cayó perpendicular en las aguas"... ¿Cómo fue que alcanzó a describir de una plumada.: "espejos que se hacen trizas / en verticales de piedra"?...

Porque hubo piedras verticales en ese saco, decíamos, espejos que se hicieron trizas, en "los mares encristalados", para impedir el retorno y no dejar rastro alguno ("¡qué profundo correr por mares de silencio!"). Bajo su cuerpo ingrávido, un pedestal pesadísimo, como un rumbiento noray que clamara en todas las direcciones, dando vueltas de carnero en el descenso, para enaltecerlo. En un saco-arpillera de Millares, piedras devenidas en un monolito en espiral, como la osamentas de viento ferraginoso con mucha fe en la memoria, de Chirino; o piedras de lava recicladas en espacios habitables, en la imaginería de Manrique; o de donde nacen las pétreas peceras para el lecho inmarcesible de los amantes, de Néstor, devenidos en samborondónicos monstruos marinos de Dámaso...

Versos coloristas convertidos, de pronto, en blancos y taciturnos, como de espuma descarriada en los fondos abisales. Versos para decir, sólo ahora, en la plaza pública. Cuentan sus retratistas que D. L. T. (1910 - 1937) era un muchacho "lúdico, pero melancólico y reconcentrado, moreno y enjuto"; amén de pobre de solemnidad, que se malganaba la vida haciendo orfebrería de materiales baratos y acarreando fruta en el muelle.

Autodidacto y reflexivo de por libre (esa perdición de "vagos y maleantes", según el yugo franquista), era, además, hijo bastardo, y un bocado propicio, por tanto, para la gran causa de las anticausas. "El mar no mira sino lo que tiene ausente", escribió. Y, luego, entre recortes de cartulina, como para conjurarlo, pintarrajeó -desde la orilla- los lívidos colores del mar-adentro. Su "luz mercurio" y sus tonos "verdes como naranjas sombrías"; su "agua morena" o "de color chocolate"; un mar cuajado de "espejos de azul narciso y un verde de contrabando"....

D. L. T. (¿significa también DeLaTado?), como parcas y anónimas iniciales en el cementerio marino. Y una precaria cruz que es una esquirla alquitranada, por entre los "encristalados brillos sudorosos" de la altamar, o "las lenguas de los mármoles más blancos", en tumbada metáfora... Agua violeta y violenta de la altamar -desde la orilla-, ¿cómo fue que se anticipó, D. L. T., a señalar: "carámbanos de luz en los costados, / clavaban en el aire los cuchillos / ardiendo en lento acelerado hielo"? O ¿bajo "el cielo amenazante", "multiplicada lluvia de alfileres / acribilló tus luces ateridas"... "guillotinaba un mar de espesas frentes"?

"El farolito encendido / no es nada en la noche negra", describió también, como si se tratara de las inmediaciones de su futuro nicho. En ocasiones, recoge las velas de su naviera juguetería surreal, y, con qué gracia, muestra una caracola modernista con sorna de vanguardia; dice, por ejemplo: "Helios, impúdico, se baña en el Atlántico".

Junto a su mar de cartulina -desde la orilla- el mar de tinta china de Agustín Espinosa -tierra adentro-. Pues Helios es tan intempestivo en su baño impúdico en el Atlántico que, según el parte de Espinosa, "(En aquella isla) moría y nacía el sol a una misma hora". Emersión, al fin, en la plaza de su municipio santacrucero. Música de banda municipal sobre "¡qué profundo correr por mares de silencio!". Una justa restitución para el ciudadano Domingo López Torres. Al fin el pez en el agua y el pájaro en el aire. Un pizco de tierra firme, en las baldosas de una plaza sobre los fondos abisales...

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