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Arte

Humboldt y Millares en el Orinoco

Subyugado por la lectura del naturalista y explorador, el artista creó diecinueve pinturas que, como conjunto, se encuentran entre lo mejor de su producción

'Humboldt en el Orinoco, 1969, técnica mixta sobre arpillera, 81 x 100 centímetros, colección Banco de España, Madrid. LP

En la historia de Alexander von Humboldt existen un par de puntos de contacto con Canarias: uno, muy directo: la escala que hizo el naturalista en Tenerife (después de haberla hecho, más brevemente, en La Graciosa) durante su viaje a Sudamérica; otro, indirecto, digamos sobrevenido por efectos de una seducción admirativa y de ejemplo vital: la serie de pinturas que Manolo Millares elaboró en 1968 teniéndolo en mente: Humboldt en el Orinoco. Humboldt, durante sus pocos días tinerfeños (entre el 19 y el 25 de junio de 1799) tuvo ocasión de admirar a la humilde violeta del Teide; y también de advertir (y criticar ferozmente) la composición feudal de la sociedad insular; ahí se explotaba sin tregua al campesino, empujándolo a la emigración (a los hombres) y a la prostitución (a las mujeres). Subrayó el estado decrépito de las ciudades (Santa Cruz, La Laguna, La Orotava), y la belleza benigna de la naturaleza. "Por desgracia -escribe- la prosperidad de los habitantes no guarda correspondencia con la naturaleza (...) el fruto de su trabajo pertenece a la nobleza, y el sistema feudal, que durante tanto tiempo hizo la desgracia de Europa, no deja aquí todavía que el pueblo prospere."

Millares, subyugado por la lectura del libro de Humboldt Del Orinoco al Amazonas creó diecinueve pinturas que, como conjunto, está entre lo mejor de su producción. Las piezas tienen todas un formato horizontal (más anchas que altas) y tamaños medianos, 81 x 100 cm., y menores, excepto la catalogada con el número 1: ésta mide 97 x 130 cm. (1) Se trata de un conjunto que puede calificarse de íntimo, en el sentido que, a diferencia de otras construcciones de Millares, no impacta por sus dimensiones ni por su apariencia abrupta. Ocho de tales pinturas fueron reproducidas por la revista Humboldt, en 1969, en un número especial consagrado a conmemorar el bicentenario del nacimiento del científico alemán. Millares escribió en tal ocasión un texto en el que proporciona algunas de las claves de su obra. En él equipara el riesgo de la exploración (de Humboldt o de cualquier otro científico de sus condiciones) con "la aventura creadora del arte". "La aventura -escribe- se une a la ciencia seriamente en su labor investigadora. Pero el arte pone imaginación a la aventura. Alejandro de Humboldt, en su Von Orinoko zum Amazonas me pone en el camino de una nueva imagen, cual si fuera mi viaje personal, en una continuada línea horizontal del río americano, en cuya raya tensa discurren las aguas corrientes y los extraños animales ecuatoriales. Y de esa geografía botánica de su viaje (... ) [es] de donde nace mi geografía pictórica a él dedicada; que cuando habla de 'las aguas blancas' y 'las aguas negras' del Orinoco, veo, limpiamente, las aguas del rio tirante de mis cuadros, el rostro insoslayable de mis blancos y de mis negros."

En la historia personal de Millares hay también algunos viajes, reales unos, imaginaros otros, que pueden haber influido en su admiración por el viajero osado que es Humboldt. En un relato suyo, Viaje a la Guayana escrito sin duda con la emoción cercana de la lectura del libro de Humboldt, anota: "Anoche leí algo sobre Humboldt en su viaje por la América Central. La balsa del mencionado y de Bonplant discurre por la horizontal, entre los ríos Negro y Orinoco." Sugestionado por la idea del viaje, el protagonista del relato se acerca a la ventanilla de una consignataria donde expenden billetes para la travesía a la Guayana; intenta una y otra vez que lo atiendan; pero el funcionario que regenta ese negociado ni parece advertirlo; como el señor K. a las puertas del Castillo, el protagonista del relato de Millares ve repetidamente frustrados sus propósitos. Quiere un pasaje (para él, para su mujer y su hija); pero no hay manera de obtenerlo. Después de haber conseguido un billete colectivo, y tras un embarque frustrado, vuelve de nuevo a la cola, frente a la ventanilla. Finalmente, el hombre se ve corriendo por la calle de León y Castillo (calle que pasa junto al muelle de Santa Catalina); y llega al puerto justo para contemplar cómo parte el barco para la Guayana; en el muelle le entregan una carta de su mujer. En ella se despide de él. La mujer y su hija se van a la Guayana en el barco que acabada de partir; y le pide que no las siga.

Unos años antes de ocurrir este periplo imaginario, con rasgos de literatura del absurdo, que sólo transcurre en la mente y en el papel, el pintor, como su protagonista de Viaje a la Guayana, caminó por la calle de León y Castillo, en Las Palmas de Gran Canaria, hasta el muelle de Santa Catalina; allí sacó un billete para viajar en el Ciudad de Alicante; el barco lo llevaría, no a la Guayana, sino a otro lugar más cercano, pero igualmente arriesgado: Cádiz -y de allí a Madrid. Cuando se vio a bordo, ya instalado en el camarote de tercera, Millares se miró al espejo; vio allí un rostro desolado, y se preguntó: "A dónde diablos vas tú, Manolo?" Presa de un ataque de pánico, -"la angustia de verme allí solo"„ renunció a la aventura, bajó del barco y tras permanecer un rato escondido bajo una "lona que cubría un cargamento de plátanos" regresó a su casa, con su familia y con su novia.

El viaje real y el viaje imaginario están de alguna manera simbiótica introduciéndose en el viaje plástico que emprende Millares con Humboldt en el Orinoco. La cobardía inicial, la frustración siguiente, se conjuran con el éxito del tercer intento. Ahí, en el único terreno donde el pintor puede mostrar su fuerza, el poder de su imaginación, correr todos los riesgos imaginables, y aun los que, sin imaginar, aparezcan en el curso de la navegación, él los arrostra y los vence. Y lo hace con calma, con mesura, con inteligencia; como alguien que domina los recursos de su oficio, y los emplea a fondo con profesionalidad y eficiencia.

En la etapa madura de Millares -desde que la arpillera dejó de ser un objeto estético para transformarse en un sujeto ético- su obra asume una actitud crítica frente a la realidad, crítica que con frecuencia lleva implícita una reprobación. En la serie sobre Humboldt no ocurre así. Esas protuberancias que aparecen en todos los cuadros, ubicadas en el centro de los mismos, y siempre en posición horizontal, no es un personaje caído, ni un hombre deshecho, ni un homúnculo, ni un sarcófago; no es sujeto que excite una sublevación, ni pronuncie un comentario acervo acerca de su situación: es una lancha, una balsa, una piragua, algo que flota río arriba sobre las aguas blancas y las aguas negras del Orinoco (de ahí la pertinencia del formato horizontal, extendiendo fuera del cuadro la continuidad del río, "la continuada línea horizontal del rio americano";) y los signos que surgen como ubicando esa nave en el lugar exacto de su funcionalidad, son también rastros de escritura -las que traza el explorador en su cuaderno de campo, o siluetas de aves, de plantas o animales -"los más extraños animales ecuatoriales" a que se refiere el pintor. La reserva que en algunos de ellos aparece del color natural de la arpillera -el ocre- proporciona la posibilidad de vislumbrar a trechos la orilla del río. Los materiales están utilizados sin violencia; y ellos, desde luego, no transmiten violencia alguna. No son, como otras veces, "trapos desgarrados", sino trapos ordenados.

Por lo general, Millares es un pintor clásico en el aspecto compositivo; todos -o casi todos- sus cuadros tienen esa fuerza inmanente del orden. Pero aquí eso ocurre sin que se advierta la presencia de ningún aspecto forzado; los diversos elementos de la estructura están bien definidos y se muestran sin truco alguno. Zóbel, a propósito de Sarcófago para Felipe II, una pintura no especialmente amable de Millares, la califica como de una "elegancia impresionante." Yo sustituiría el término "elegancia" -que suena a aliño indumentario- por el de "equilibrio", que es el que predomina en el trabajo de Millares, y muy señaladamente en esta serie donde la alegría creadora se materializa sin esfuerzo aparente.

Al mismo tiempo que trabajaba en los cuadros de Humboldt, según le escribe a Eduardo Westerdahl, lo hacía en otros que él equiparaba a los de La Mina (una serie larga en el tiempo, pues hay piezas de 1964, 65,66,67, 68, etc.): "Yo me he pegado este mes de enero anegado en pintura, sacos y cuerdas. Resultado de ello son los cuadros de una nueva serie con el título genérico de Humboldt cruzando el Orinoco y unos cuadros de enormes relieves, negros, inmensamente negros que continúan la línea de La Mina." (Carta del 28 de enero de 1968.) Como esos cuadros "inmensamente negros" Millares se refiere a dos trípticos catalogados genéricamente como Objeto negro, uno de 100 x 244, y otro de 154 x 245 cm., que en el catálogo razonado de sus pinturas aparecen fechados en 1968. Comparados el dramatismo agresivo que está presente en estas composiciones, se advertirá mejor la tranquilidad aventurera que asume los de la serie sobre Humboldt. Millares, mientras trabaja felizmente en su viaje al Orinoco, no olvidó la rabia que solía poner en sus creaciones: simplemente las canalizó en otras pinturas, y dejó exentas de ella las piezas del homenaje Humboldt.

Millares da imagen aquí a su epifanía personal; y también a la del joven Alexander: éste no sólo culminó con éxito y felicidad su viaje por el Orinoco (y por toda la América española que exploró y estudió); también tuvo amores satisfactorios con varios jóvenes criollos (Humboldt, aunque antiesclavista era un racista convencido: nunca se habría acostado con un indio o con un negro), y a uno de ellos, Carlos de Aguirre (descrito como un Adonis por el astrónomo Francisco José de Caldas) se lo trajo consigo cuando regresó a Europa (2). Además, dejó en poder de los insurrectos americanos mapas precisos que contribuyeron, y de qué manera eficaz, a que las desarrapadas tropas independentistas comandadas por Simón Bolívar y otros caudillos se movieran con seguridad por un territorio incognito, y lograran sorprender al ejército español -sorprender y derrotar. Humboldt pagó de esta manera alevosa la confianza y las concesiones otorgadas por el rey de España autorizándole a circular libremente por todo el territorio de las colonias; pero contribuyó a la causa de la libertad de los pueblos; y parece que una cosa puede justificar la otra. Humboldt da cuenta de casi todo ello en sus escritos (no habla de sus amores, por supuesto, pero sí de lo demás.) En Del Orinoco al Amazonas su prosa ágil y directa, complaciente en la descripción, pintoresca en ocasiones, salpicada de mosquitos y golondrinas, de crepúsculos y largas singladuras, y siempre eficazmente comunicativa, resume claramente el placer del viaje y de su escritura (3).

En adoptar con fervor esa actitud de gozo por la obra bien hecha se muestran iguales el naturalista y el pintor. Aquél, en su escritura por culminar el viaje de su vida; y éste por hacer realidad a través de los cuadros el viaje frustrado de su juventud en Canarias.

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