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El tercer ojo para la poesía de Mario Martín Gijón

'Des en canto' corrobora la decidida senda del autor con un tipo de literatura que puede resultar a primera vista entremezclada de dificultad y juego

El tercer ojo para la poesía de Mario Martín Gijón

Hace menos de un año escribíamos en Vallejo & Co., plataforma de poesía hispánica hecha desde Perú, un ensayo relativamente amplio titulado "Ausencias y a-dicciones en la poética de Mario Martín Gijón" (4 de mayo de 2019). En él quisimos llamar la atención sobre los originales procederes poéticos de este autor extremeño (Villanueva de la Serena, Badajoz, 1979), sin lugar a dudas de los más despertadores y llamativos en el panorama lírico actual en lengua española. Y en estos días, concretamente el próximo viernes 28 de febrero, a las 20:00 horas, en la Librería Canaima de la capital grancanaria, tendremos el privilegio de poder escuchar a este tan interesante escritor en la presentación de su último libro de poemas, titulado Des en canto (Ril Editores, 2019).

Sus tres poemarios primeros ( Latidos y desplantes, 2011; Rendicción, 2013; y Tratado de entrañeza, 2014) mostraban ya a sus anchas unas sinuosidades verbales ciertamente dignas de subrayado; y este nuevo, Des en canto, viene a corroborar la decidida senda comprometida del autor con un tipo de escritura que puede resultar a primera vista entremezclada de dificultad y juego, de baches sonoros e hipos visuales. Sin embargo, cuando las manos penetran con denodada paciencia en las ranuras de su cuerpo silábico, logran ir extrayendo, poco a poco, múltiples regalos y cimientos para el sentido de la vida, para la rabia de la muerte, para los golpes de la separación, para los abrazos con las propias y otras entrañas; entre el vértigo y el amor, hacia la ética y los deseos. O lo que viene a ser similar: una escritura insustituible a la que su vida le va y le viene en sus propios peligros, existencia poética que no es más que nuestro mayúsculo riesgo (el del poeta y el de los lectores) apostando por conocer, profundizar y salir a flote de los rebencazos de todas las realidades y de todas nuestras irrealidades, íntimas y/o colectivas.

La escritura de Martín Gijón, soliviantada por los tortazos vitales, comienza a llenarse de desplantes casi desde sus inicios, una suerte de crisis verbal que promoverá continuados engranajes fónicos con polisemias, paronomasias o aliteraciones, tres ejemplos de sus actitudes auditivas; las palabras se destrozan y fragmentan entre verso y verso con-formando vocablos otros al unísono, ilegibles desde una oralidad exenta de los ojos; el signo se modifica y los prefijos a veces llegan a convertirse en raíces o en puntas de precipicios a final de verso; idiomas diferentes que se dan la mano en un no-lugar entre las lenguas para rarificar el español; paréntesis, cursivas, corchetes y tantos estigmas más que le surgen al discurso para hacer nacer otra razón de ser.

Pero, evidentemente, estas astucias y maniobras para enfrentar y afrontar nuestros itinerarios no pueden obtenerse, como algunos pretenden en nuestra actualidad rala, por una gandula y echada magia del arte. Se trata, por contra, de un trabajo perseverante e incesante, que en Martín Gijón deriva -hasta ahora- en una escritura en la que el resultado percibido en la lectura no nos lleva en principio a una serena meditación. Más bien todo lo contrario: en la recepción de estos poemas a cachos el incómodo y desinquieto cuerpo se nos polimorfea literalmente, y a los dos ojos que siguen las letras se les atraviesa entre ceja y ceja un tercer ojo que -a su vez- se transforma en oreja para amoldar el sonido de lo que está viendo, casi ya tocando. Hay en los escritos del extremeño un camino directo, sobre una línea corporalmente paradójica, entre la audición y la vista, como si el esqueleto del poema vacilara gelatinosamente en la mirada a través de las misteriosas acciones conjuntas del sonido y del sentido.

Soy consciente de que la anterior idea puede parecer absurda y disparatada. Pero, si decididos nos aventuráramos en esta inusual y motivadora forma de escribir, se irán percibiendo sensaciones como la descrita en el momento en que -¡oh, atrevidos humanos!- nos surgiera la lógica pero imposible inclinación de querer exprimir toda la significación textual en una única y sucesiva lectura de arriba a abajo. Si ya en toda buena poesía las maravillas se acercan tras el trato apaciguado de dar y echarle tiempo, en el caso de la de Martín Gijón hay que sumar la resignación -positiva- de que los discursos que cabalga son explícitamente múltiples, varios y sin radical solución cuadriculada. Me atrevo a decir incluso que, para obtener una foto estática del significado de cualquiera de sus mejores poemas, el lector habría de acercarse a los filos de la desarticulación mental.

¿Suena un tanto a locura? Pudiera ser, pero no confundamos los fondos y los pesos de nuestra pretensión reflexiva: la infrecuente capacidad que posee esta escritura poética hace expandir sus posibilidades a la lengua que manejamos; y así, por tanto, intentar conseguir con ella lo que nunca hubieran pensado nuestras mentes estrechas, ni las academias, ni las correctas legalidades; ni las didácticas ni los literatos de pose y confeti; tampoco los dictadores del lenguaje unidireccional.

Esto es lo que nos aporta la escritura que más valoramos: hacer la lengua extraña a sí misma para poder entender otras realidades, para poder zajarnos la cabeza y procurar tocar desde otro lado y otra perspectiva; para poder ampliar la existencia, ser más tolerantes y flexibles, y de este modo encontrar sentidos en la misma cepa de todo aquello a lo que ya creíamos le habían cortado la savia, para lograr vivir y supervivir.

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