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Lazos de ultramar

En su casa de la Ribera del Manzanares, Josefina de la Torre atesoraba desde hacía décadas los recovecos de la intrahistoria de la cultura española del siglo XX

Josefina de la Torre en la Residencia de Estudiantes en 2001. LA PROVINCIA/DLP

Nada más conocerla supe que aquella mujer era un delicado hilván entre siglos. En apariencia frágil, a sus noventa y un años, Josefina de la Torre reflejaba en su rostro rasgos de una belleza infrecuente cincelada con firmeza y envuelta en una sonrisa tímida, inesperada en alguien que ha saboreado el éxito y el rumor de los aplausos sobre los escenarios. Aquella tibia mañana del 23 de abril de 1999, el Día de Cervantes, conocí a Josefina de la Torre en su casa madrileña de la Ribera del Manzanares. La primera sorpresa tuvo lugar unos días antes, al constatar que seguía con vida tras su retiro voluntario de la vida pública luego de algunas apariciones como actriz octogenaria en la serie de Televisión Española Anillos de Oro. Josefina de la Torre había dicho adiós a los escenarios pero no a la vida, y allí estaba, aquel Día de las Letras españolas de final de siglo, ante dos periodistas y dos profesores universitarios guiados por el mismo afán: conocer en persona a la última poeta de la Generación del 27 (Antología), acuñada por Gerardo Diego en 1934.

Levemente maquillada y vestida de gris y malva, lucía un pequeño collar de perlas blancas y un anillo con una piedra de color ámbar voluminosa entre sus largos dedos que movía distraída como única señal de un nerviosismo que ni su voz ni su rostro reflejaban. Era un hogar modesto atravesado por hachones de sol cuyo salón estaba presidido por un retrato al óleo de Josefina medio siglo atrás y algunas fotos que alguien tomó entre bambalinas a ella y a su marido, el actor Ramón Corroto. No había excesos en la decoración y nada anunciaba que aquella era la casa de una dama de la escena teatral española durante varias décadas del siglo XX, o de la actriz, dobladora y guionista de cine en los años treinta y cuarenta. Una biblioteca presidía, eso sí, buena parte de la estancia donde Josefina de la Torre se movía con porte erguido y pausado mientras nos brindaba sonrisas leves que dejaban entrever, a sus noventa y un años, rasgos vivos de una belleza particular, rotunda y cautivadora. No podía sospechar que en pocas semanas la propia Josefina de la Torre me mostraría el resto de las habitaciones y los cofres que llevaba décadas atesorando: Literatura, Cine, Teatro, Música? Un poliedro de vida que me brindaba la oportunidad de adentrarme, como en el País de las Maravillas, hasta escenarios y recovecos de la intrahistoria de la cultura española del siglo XX que aún hoy me siguen sorprendiendo.

Álbumes meticulosamente guardados con vocación de posteridad: libro de autógrafos, fotos, recortes de prensa, programas de mano, carteles de teatro, manuscritos, vestidos vaporosos que lució sobre los escenarios y en fiestas, epístolas de ida y vuelta con los protagonistas de la Cultura del siglo XX en Canarias y en la Península? Amores, y desamores, que daban cuenta de una vida personal que conoció la felicidad solo a ratos.

Con admiración se refería a Pedro Salinas, autor del prólogo de su primer poemario, Versos y estampas (1927) y de Gerardo Diego que la incluyó en la Generación del 27 como una de las dos únicas mujeres, junto a Ernestina de Champourcín, integrantes de este grupo de poetas. Nunca arranqué de Josefina una explicación más allá de la contingencia sobre los porqués de aquella exigua presencia de mujeres en la nómina del 27. "O ellas no se lanzaban o no las conocían", me decía, testimoniando sin pretenderlo, una experiencia vital que rebosaba autonomía. Comenzaba mi larga y fecunda relación con Josefina de la Torre.

Juntas cruzamos el umbral del nuevo siglo y juntas llegamos a la Residencia de Estudiantes de Madrid con la Exposición Los álbumes de Josefina de la Torre: La última voz del 27. Conté con la participación de notables escritores, entre ellos el Premio Canarias de Literatura Manuel Padorno, quien atribuyó a Josefina de la Torre la inauguración de un nuevo espacio simbólico en la poesía: la playa.

Aquella fue la última ocasión en que Josefina de la Torre acudió a un acto público. Su presencia de nuevo en la Residencia de Estudiantes, a los 93 años, concitó la curiosidad de los medios de comunicación nacionales ya que se trataba, en rigor, de la última integrante viva de la mítica Generación del 27. Visiblemente emocionada, Josefina firmaba autógrafos y se dejaba fotografiar sonriente como si aquel acto fuera, de algún modo, una respuesta al interrogante que ella misma lanzó en su último poemario publicado, Medida del tiempo: ?"ignoro en qué ciudad / y si llegará el día / en que vuelva a sentirme descubierta".

La recuerdo con sus pupilas de azul ultramar por donde si te fijabas bien podías ver a la niña Josefina enredada en sus juegos en la arena dándole la mano a la Josefina adulta para juntas ir en busca del balde y el rastrillo olvidados en alguna esquina de la playa y construir con ellos un castillo donde refugiarse de los naufragios de la vida?

Las pupilas de Josefina de la Torre se cerraron en 2002. No han faltado desde entonces los reconocimientos aunque me acuerdo ahora de las palabras de la excelente poeta y periodista Dolores Campos-Herrero en 2007, durante su participación en el Centenario del Nacimiento de Josefina de la Torre, cuando aseguró a quien suscribe que poco importaba si Josefina de la Torre era más o menos Modernista o de la Generación del 27, y que lo realmente trascendente era "dar a conocer su obra, leerla y releerla con ojos del siglo XXI". En ello seguiremos.

Alícia Mederos. Periodista y especialista en la biografía de la escritora y actriz Josefina de la Torre.

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