A Tina, Alicia, Nira y Acerina

Cuando la industria cultural de todo el país comenzó a congelarse en el marco de la parálisis preventiva contra la pandemia global del coronavirus, cientos de actos, encuentros, exposiciones, conciertos, ferias y espectáculos previstos estas semanas cayeron como fichas de dominó en esta cuarentena de incertidumbre donde, precisamente, el desconcierto y soledad de nuestro confinamiento ponen de manifiesto la importancia de su abrazo.

Hacia este paréntesis se precipitó también el programa de actos diseñado por el Día Mundial de la Poesía, que el área de cultura del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria estrenaba este año con afán de promover y visibilizar el arte de la "inmensa minoría" en nuestra ciudad durante 10 días de eventos y lecturas en torno a la expresión poética. Pero el calendario no entiende de causas y azares, y este sábado 21 de marzo se conmemora el Día Mundial de la Poesía, que coincide siempre con el cambio de estación a la primavera, aunque esta que comienza se asemeje mucho a esa "primavera con una esquina rota" que poetizaba Benedetti.

El ejercicio de reinvención y reestructuración al que ya se ven abocados los distintos sectores del sistema cultural para paliar el golpe y los efectos de esta crisis sociosanitaria vuelve a poner sobre la mesa la fragilidad de las estructuras del mundo de las artes y la cultura. Y dado que la poesía se funda en un pacto de disconformidad y esperanza, ojalá este paréntesis de silencio motive la reflexión sobre el sentido de que el espacio del pensamiento crítico, la mirada creativa, memoria del pasado y avanzadilla de nuestra sociedad, continúe haciendo equilibrios sobre la cuerda floja; sobre todo, en este tiempo suspendido en que el tejido cultural ha servido de abrigo y refugio contra la incomprensión y el aislamiento.

Por otra parte, el pronóstico de que la primera celebración pública de la poesía a gran escala en la ciudad se sumaba a la cuarentena y aplazaba su horizonte al próximo octubre desenterró de mi memoria literaria una frase de Albert Camus, que dice que "el otoño es una segunda primavera". Y es que la historia sobre la que se fundan nuestras historias, y que se retrotrae a los primeros relatos mitológicos de la antigua Grecia, nos brinda símbolos como el ave Fénix que renace de sus propias cenizas, como metáfora de la esencia creadora del arte, de la poesía, a la que nos une una misma materia: la palabra.

Así, en este estado de espera a que vuelvan a subirse los telones, a oscurecerse las salas y a circular la palabra, en homenaje al ave fénix de la poesía en su efeméride universal, me sumo a la voluntad de compartir la poesía en la pantalla y, en este caso, desplegar los ejes sobre los que pivotaba el acto poético Me busco y no me encuentro, que confeccioné como parte del programa impulsado por el ayuntamiento capitalino en el Castillo de Mata, desde el compromiso de reivindicar la palabra poética en estos malos tiempos para la lírica, que es cuando más urgente se antoja su reencuentro.

En este encuentro poético que no fue pero que, con confianza y esfuerzo, será, en el transcurso de esa segunda primavera de Camus, me acompañaban en una mesa inexistente Tina Suárez, Alicia Llarena, Nira Rodríguez y Acerina Cruz, cuatro poetas canarias excepcionales de nuestro "parnaso ultraperiférico", que se embarcaron con generosidad en este viaje imaginario por los senderos y derroteros actuales de la poesía. Su título Me busco y no me encuentro debe esta paradoja "encontradiza" al verso de la poeta grancanaria Josefina de la Torre, artista polifacética a quien el Gobierno autonómico dedica este año el Día de las Letras Canarias, lo que constituye un hecho relevante, puesto que se trata de una de nuestras grandes poetas del siglo XX, perteneciente a la Generación del 27 y con una importante proyección nacional e internacional, que cultivó con el lenguaje de las vanguardias artísticas.

Sin embargo, hasta la fecha, resultaba casi imposible encontrar un libro suyo en las estanterías o librerías, lo cual nos devuelve a ese verso intrínsecamente revelador de Josefina, que remite, en el eco de las calles tomadas el pasado 8 de marzo por el Día Internacional de la Mujer, a una tradición de desencuentro entre las escritoras y poetas con un canon literario que las excluía. "Cuando te pregunten si existe una literatura femenina habla de aquello que las preguntas cuentan de quienes las formulan: la tradición en que crecieron, los modelos asumidos, las posiciones ocupadas. (?) Si después aún siguen queriendo conocer tu plan, nombra los dos procesos que te has ocupado en subvertir: cómo se lee y cómo se vuelve a la realidad después de haber leído", escribe Belén Gopegui en el ensayo Rompiendo algo, bajo el epígrafe Cuando te pregunten por la poética de tus novelas piensa si te podría incriminar. En este sentido, la apuesta por una alineación de mujeres poetas para este "marzo incompleto" se basaba en el deseo de ahondar, desde sus voces propias, en los entresijos de sus lenguajes e inquietudes poéticas, y acaso desmontar, en palabras de Gopegui, "la literatura femenina con rótulos, las generalizaciones universalizantes y las lecturas tautológicas, inscritas en el espacio social".

Por otra parte, la literatura y, por ende, la poesía, remiten siempre a sí mismas, como un entramado invisible de voces y corrientes que afluyen y convergen. Y en este sentido, Josefina de la Torre me condujo como un río subterráneo a la filósofa María Zambrano, una de sus contemporáneas de la Generación del 27 y adscritas ambas a la nómina de las denominadas 'sinsombrero', que se refiere al espíritu de aquel gesto revolucionario capitaneado en los años 20 por Salvador Dalí, Maruja Mallo, Federico García Lorca y Margarita Manso en la Puerta del Sol, donde se quitaron el sombrero como metáfora de la liberación de sus ideas e inquietudes en una España anquilosada.

Precisamente, María Zambrano desarrolló un importante corpus teórico que relacionaba "poesía" y ciudad", y que viene a colación del programa impulsado por el ayuntamiento capitalino, ya que el pensamiento zambraniano defendía "la poesía como un acto eminentemente político, que construye la polis", de tal manera que, en palabras de la pensadora, "una ciudad que parece derrotada ante la desaparición del pensamiento creativo, no instrumental, exige el reencuentro con la poesía en el espacio público". Un espacio público que, por cierto, fue negado a la propia escritura de Zambrano durante su largo exilio.

Esta consideración en torno al lugar que ocupa o ha de ocupar la poesía abre paso a la segunda cuestión que abordaría este encuentro: junto a la visibilización de las mujeres poetas -aunque habría que cuestionar si tiene o no sentido establecer la existencia de una "poesía femenina"-, también urge reflexionar sobre qué es la poesía y cuál puede ser su papel transformador en la sociedad actual. El poeta uruguayo Humberto Megget manifestó en el pasado medio siglo que "la poesía existe en el orden creado, está en el mecanismo de un tiempo" y quizás esta máxima anticipaba, en cierta manera, las nuevas formas de expresión e intersección fugaces derivadas de la sociedad del espectáculo, el consumo y la (sobre)información. También en esta línea, Juan Gelman declaró que "nuestra sociedad es cada vez más antipoética" y, por tanto, debemos volver a por qué este arte de buena reputación y pocos lectores sigue atravesando el ruido de la historia si, como dijo el poeta bonaerense, "el capitalismo es lo más antipoético que ha conocido la Humanidad".

Sin embargo, o por esto mismo, debemos reivindicar la poesía desde su esencia como palabra creadora, descubridora, inaugural, cuestionadora: la poesía enriquece y revela la vida precisamente porque la pone en duda, incluso -o sobre todo- a sí misma. En este contexto de estímulos inmediatos, la poesía no puede reducirse a ser palabra dada, confesión o testimonio de la existencia, porque se acabaría en sí misma, ya que su naturaleza es la rebeldía verbal contra las formas establecidas y es abrir esa existencia al juego y al misterio de la vida, no por necesidades literarias, sino por la necesidad que la vida tiene de expresarse en libertad. "El poeta, contradicción permanente, teje el poema con las arañas pero a la vez quisiera las cosas fuera de la tela, las cosas moscas en su libre vuelo. Sabe que de alguna manera mata las cosas al mostrarlas (Rilke dixit) y por eso ya no puede no tejer la tela, multiplica las oportunidades de la distracción, mezcla las barajas del presente, cambia los sentidos, enloquece las agujas de marear, confunde entrar y salir, cara y cruz, arriba y abajo", escribe Cortázar en su libro Alto el Perú.

Este compromiso con la palabra, con ir más allá de las palabras, que es a un tiempo celebración de la vida y el lenguaje, también centra el texto Por qué se escribe, que incluyó Zambrano en su ensayo Hacia un saber sobre el alma: "escribir es defender la soledad en que se está, pero también salvar a las palabras de su vanidad, de su vacuidad, endureciéndolas, forjándolas perdurablemente. Y en última instancia, quiere decir el secreto; lo que no puede decirse con la voz (...) La verdad de lo que pasa en el secreto seno del tiempo, en el silencio de las vidas, y que no puede decirse". Por todas estas razones, la poesía es una revolución en sí misma que urge recuperar en la ciudad como "espacio donde el pensamiento, la palabra, existe por primera vez"; como espacio contra el pensamiento monolítico y totalitario, y sobre todo, contra el silenciamiento, que no es lo mismo que el silencio, al que también urge volver, como sinónimo de escuchar, de reflexionar y de leer.

Y así inauguraba el diálogo este manifiesto poético, que debía restallar en un castillo con público, pero que quizás propicie la búsqueda y el encuentro en este silencio involuntario de ciudades vacías, donde la comunidad se atrinchera y se saluda en el espacio virtual. Esta red de solidaridad entretejida entre todos, donde se comparten cafés y palabras, vuelve a evocar a Zambrano, que definía la poesía como "un acto de fe". Y sin embargo, con la mirada puesta a un tiempo en la primavera que comienza y en la que un día traeremos de vuelta, este avance poético se toma esta vez la licencia de regresar a Camus -tan en demanda estos días por el reclamo de La Peste- y a un mantra digno de la poesía y los cambios de estación: y es que quizás, a pesar de todo, en lo más profundo del invierno, aprendamos que habitaba en nuestro interior un verano invencible.