La Provincia - Diario de Las Palmas

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La casa invita

Desde el doble vínculo decretado, entre la 'hibernación' y 'no bajar la guardia', los signos se vuelven literarios y adquieren doble sentido

'La casa amarilla', de Van Gogh. LA PROVINCIA/DLP

"¿Y la luz, ¿por dónde está?", se preguntaba desconsolada Josefina de la Torre, tras su trastierro de la ribera de Las Canteras a la orilla del Manzanares. ¡Mira que haberle dedicado el año del Día de las Letras Canarias a la autora de Marzo incompleto (sin el del Padre, ni el de la Poesía, ni el del Teatro...)!, te dices, mientras cruzas los dedos, en son de desoír ahora el sempiterno parte de Eliot, April is the cruellest month, aunque aferrándote a su propicio poema "Mezcla adúltera de todo". Transiges, con una mueca de ironía, con la moral de Fray Luis "¡Qué descansada vida la del que huye del mundanal ruido!; pero sólo con tal de apartar la vista y cerrar la página del pronóstico de Robert Lowell: "¿Y si las luces que vemos al final del túnel / son los faros del tren que se nos viene encima?" .

Compruebas que cualquier signo o metáfora que antaño te resultaba estimulante se te vira ahora de una literalidad fangosa y gangosa, como cuando el cerebro de corcho se hace boya en las resacas. Así, desde lo más lírico, como en Espinosa: "El sol salía y se ponía a la misma hora", a lo más épico, como el pronóstico baudrillardiano: "Cualquier dirección posible es igualmente probable". Y es que, empezando por el doble vínculo oficialmente decretado -"hibernación, sin bajar la guardia", alarma y calma-, todo adquiere, en efecto, doble sentido, en el doble sentido de la palabra sentido. Si ves la botella medio llena, eres un puro ingenuo, y si la ves medio vacía, eres un puto insolidario...

Pero lo tuyo ahora es ir sin rechistar del coro al baño y del baño al coro, mientras te consuelas con lo del lezamiano "peregrino inmóvil" como arquetipo del ser insular, y su aserto de que "los mejores viajes son aquellos que transcurren en el corredor de nuestras casas". ¡Qué hórrido cabrón!, que diría Cairasco, a quien sacas a colación (o a colada, que ya te está aguardando) porque lo primigenio se hace ahora pella sincrónica, además de que ya es oficial que son los efectos los que generan las causas. Por fin comprendes qué quería decir el canónigo con que "Y con esto aumentaba mi deseo / de navegar también la jornada", y hasta sacarías de paseo a su diabólico "can trifauce".

Pero, fregona en mano, más bien te sientes como el remero Palinuro atlántico, de Eugenio Padorno, mascullando su profecía de "El inminente apagón general del Universo". Y escondiéndote de ti mismo detrás de la puerta de tu cuarto, te consuelas, al menos, con Manuel Padorno: "¿Usted es real? Ahora no"; y con que era verdad que "el mar es una larga carretera", aunque ahora sea de peaje y te esté vetada, mientras reoyes su profecía: "Cómo aprender a oír de nuevo todo".

Aprovechas las puertas trancadas y Las horas muertas (como se titula el de Antonio Arroyo Silva, premio Juan Ramón Jiménez), para leer -o, en algunos casos, releer ordenadamente- libros esenciales de los últimos tiempos, de autores de tu entorno, a quienes adivinas coenclaustrados en calles próximas. Desde el sesgo del confinamiento, sólo tienes espacio ahora para arrimar sus ascuas a tu 'sordina', espigando algunas premoniciones (también para el futuro) con efecto retroactivo.

Así, bajo el olvido de 'la retórica de las explicaciones por la retórica de las alusiones' -el confinamiento es lo que tiene-, te aprovechas, por ejemplo, del tucán que, a cada rato, te saluda afectivo y huidizo en el pasillo, para ponderar la exégesis definitiva que de Antidio Cabal hace Daniel Barreto en -¡título propicio!- Tiempo al tiempo (Mercurio). La vacuna contra el virus pasa por desactivar la cicuta que mató a Socrates. Poética de la concreción ("La cualidad real precede a la cualidad pensada", y no a "la cordura que me acosa / con toda su irracionalidad"), el pensamiento de Cabal es justamente un formidable "refugio" para salvaguardar a la filosofía -"hasta que despunte un futuro mejor"- del rodillo institucional, que la "ha condenado a muerte, como hicieron con Sócrates". Trabajo 'esencial', pues: "No la pregunta por el ser, sino la salvaguarda socrática del hombre, el "conócete a ti mismo", deslengua su escritura", define Barreto. "Y no la humanidad en abstracto -nueva versión del idealismo- sino los seres humanos con nombre propio".

Mientras vives ahora en propia carne la literalidad del cerco decretado por Ventura Doreste, "El insular es una isla dentro de una isla", o del reiterado fastidio, jornada tras jornada, que señalara Emeterio Gutiérrez Albelo, "El invitado sin venir, ay, y la mesa puesta", o la soledad inmensa en los muy largamente confinados años de Luis Feria: "(A la mecedora) Ruñidera, tú no me desahucies en las noches de insomnio", cotejas por la casa lamparones y espectros. Así, mirando de soslayo las cifras en aumento, ponderas el tamaño de la convalecencia en La boca de las alucinaciones (El sastre de Apollinaire), de José Miguel Perera. Desde un sugerente expresionismo surreal, que, a cada paso, se recompone y descompone, constatas ahí el sentido de tanta metáfora clínico-bélica como echan por la tele: "La asfixia fue declarada enfermedad non grata en el lugar donde se preparaban para las guerras, y yo tan solo me dediqué a recordarles el agujero líquido que marca los pulmones de las personas mudas". Para darle al virus con su propia medicina, compartes el vaticinio: "El año III después de la violencia, me dedicaré a sustituir los brazos por las manos acusadoras de cualquier especie inexistente, para acabar con las lenguas violetas de tanta pulida manifestación en mis paludismos". Y haces tuya también la exacta noticia del masivo entorno vacío: "No hay figuras del deseo, sino el miedo. // Hay figuras del deseo de miedo cuando la indistinción".

Pero como, por suerte, no hay yin sin yang, ni diástole sin sístole, celebras, como una salitrosa bocanada de aire fresco, el vitalismo de la cosecha libresca de Miguel Pérez Alvarado. El hombre es un ser 'memorizo', dijo el clásico, y, desde ese prisma, hay tanto movimiento en tu quietud corporal y hogareña como el que emprende la orilla insular en su casa del mar y del orbe. Desde esta herética lectura empijamado de poesía aplicada, te reconfortan los lúcidos aforismos del sustancioso volumen 'Para el salto la palabra -abordajes / despliegues' (Tamaimos). Celebras, por ejemplo, esta abrupta mitigación de la encerrona: "('Desiderata') Si no puedes entrar por la puerta, hazlo por la ventana. Solo no olvides que al exterior nunca se sale, solo se entra". En su esquema, se abolen los aranceles del 'adentro' y el 'afuera', y del reposo y el viaje, toda vez que ni la identidad ni el origen se dan de una vez por todas. "'Yo ya no sé donde estás: sólo busco dónde sigues abierto'", escuchas reconfortado en este trance; y es que, en movimiento análogo al despliegue de la orilla playera, el origen se renueva en cada recomenzar corpóreo, a tenor de su poemario Abra (Mercurio). Y en su ensayo El regreso a la isla (Mercurio), queda explicado que "viaje y hogar no son ni formas aisladas, ni enfrentadas, ni tampoco opciones que podamos elegir alternativamente. Movimiento y quietud, viaje y hogar, no son los bandos enfrentados de una contienda, sino la expresión del latir con que la memoria y el cuerpo, en expansión y en contracción, fundan su propio ritmo constitutivo".

El aserto de Octavio Paz "Sé cuánto me sobra, pero no cuánto me falta", podría ilustrar el poemario Si existe el árbol. Cuaderno iraní (El sastre de Apollinaire), de Oswaldo Guerra. Lees: "Las palabras volverán al aire tras su largo descanso en el papel", o que "los niños que fui están aprendiendo a hablar ahora, dicen lo que todavía no está escrito", y la alegoría sobre el adánico proceso escritural te lleva a ponderar el descentramiento y la intemperie de tu propia casa, ya casi sin muros. Y "Entonces da igual si la planicie por donde se mueve el islote es el gran desierto iraní o el atlántico inabarcable. En ese virado la despedida es solo una y siempre la misma".

En el mentado poemario de Arroyo Silva ves el espejo de tu confinamiento, y adviertes un idóneo manual de instrucciones para volver a desandar lo andado por la casa. "El agua de mis horas muertas / no fluye en río alguno", se te advierte. "No es la misma / de Heráclito, se va por la tangente / y no responde a peso o magnitud. // El agua de mis ríos verticales, / la lluvia de mis días, de mis vidas / al caer me levantan como a Lázaro". ¿De nuevo en el pasillo? "Según se acerca al centro / de la baldosa, el pie espera / la llegada del otro. La manía del equilibrio", hasta hacerse irrelevante dónde se encuentra ya "la plaza misma casi / despoblada de gente menos alguien / que danza entre la lluvia".

"Comida casera" llama propiciatoriamente a la poesía Aquiles García Brito, en su 'Isla y vuelta' (Nace), donde lees este presagio: "También está la calle, sí, / Pero como si no", mientras te apropias de este haikú para, a la entrada, señalizar así el arresto domiciliario: "Puertas cerradas, / no se ve la belleza / fuera ni dentro".

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