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LA PENULTIMA VERDAD

Wakefield y los aplausos

Wakefield y los aplausos

Nathaniel Hawthorne, el gran escritor norteamericano que pensaba por imágenes, cuenta que leyó en un periódico que un señor inglés, con el pretexto de emprender un viaje, se despidió con una sonrisa y se separó de su mujer asegurándole que vendría a cenar el viernes por la noche; se instaló en una casa muy cercana y allí pasó, desaparecido y desterrado, veinte años. Estamos en 1837.

Wakefield, así fue llamado el protagonista de este cuento que tanto entusiasmó a Borges, atisbaba a su esposa y a su casa desde lejos. Espiaba lo cotidiano, lo familiar, heimlich, en alemán. Su antónimo, unheimlich, denota lo inhóspito, lo que perturba y para Freud, lo siniestro, es decir, lo que causa espanto porque no es conocido, porque no es familiar.

¿Confinados como Wakefield, o, como Wakefield ocupados y preocupados por tomar distancia, hoy calificada como distancia social? Curioso oxímoron, tomar distancia, digno de Wakefield. Tomar implica acercamiento cuanto distancia supone alejamiento. Como nuestro atrabiliario personaje estamos fuera de lugar. Desde fuera ve lo mismo, su casa, que deviene un escaparate, ese invento del siglo XVIII que permite al sujeto estar sólo ante el objeto; o una pantalla que podría fundirse con el ojo como querrá, futuro, la cosa digital. ¿O un espejo con el que, mágicamente, entrever el futuro?

Wakefield, se puede leer, "está aterrado ante la idea de que su mujer pueda haberlo distinguido entre los distintos átomos de mortalidad que llenan la calle". Debe, piensa, convertirse en otro hombre, con otras ropas, "con peluca nueva de pelo rojizo". O, por qué no, si en definitiva se trata de disimular, con máscara o mascarilla que esconden el misterio. Basta pensar que la propia palabra máscara, que en griego significa rostro y por tanto vinculado a la mirada, equivale, en latín, a persona, de donde personaje y personalidad. Como en el teatro, como en el espectáculo donde presentar, estar presente y representar se confunden.

Veinte años después, Wakefield, un día de lluvia, pasando por su casa, por la misma casa donde habitaba con su mujer, sube las escaleras y abre la puerta. Como tantos turistas, en tránsito (Perniola), va de lo mismo a lo mismo, sin origen ni meta que definen al viaje.

Nosotros, confinados, hemos aplaudido todas las tardes como signo de agradecimiento y de confianza. Hogaño espectadores de un espectáculo de nosotros mismos distinto de antaño, cuando los espectadores estaban en su sitio fuera del espectáculo. Aplaudimos lo plausible (Fabbri). Sorprendente étimo que relaciona íntimamente el aplauso y lo plausible.

Lo plausible aplaudido mira al futuro. A un futuro anterior.

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