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Complicidades

Estilo cactus

Mi mujer y mi hija me han comprado unos cactus, para que absorban -por así decir-, las energías electromagnéticas

Estilo cactus

Mi mujer y mi hija me han comprado unos cactus, para que absorban -por así decir-, las energías electromagnéticas -por llamarlas de algún modo- que desprende el ordenar con el que escribo. Al parecer vivimos rodeados de ondas destructivas -el microondas, las antenas de los repetidores telefónicos, los televisores, los cables de la luz, y quién sabe cuántos aparatos más- que acabarán por hacer que nos crezca un boniato en el cerebro, si es que no nos ha crecido ya.

Los cactus vienen en dos botellas de cristal, con sus piedrecitas de drenaje, con su tierra y sus raíces al descubierto. El caso es que los cactus, igual que los barquitos de vela que también se montan en el interior de las botellas, son más grandes que el cuello y la boca de sus respectivos recipientes. Como los cactus no se pueden introducir plegados, que yo sepa, imagino que se introdujeron cuando eran pequeños y que han crecido en su interior, para pasmar a los observadores proclives a los pasmos en relación con los fenómenos del mundo natural.

No sé con exactitud cuáles son las propiedades de los cactus para atrapar las energías nocivas que vuelan por el aire de mi despacho, filtrarlas y transformarlas en energía saludable; pero como mi hija y mi mujer están convencidas del poder regenerador de estas plantas tan extravagantes yo también estoy convencido. Me basta la fe de los que quiero para que mi fe despierte a los secretos del universo. Por lo demás, si las plantas pueden llevar a cabo la fotosíntesis, estoy dispuesto a creer que pueden lograr lo que se propongan. No seré yo quién ponga en duda sus virtudes, destrezas y cualidades.

Los tengo ahora encima del escritorio, trabajando a mi servicio con esa paciente indiferencia milenaria que tienen los cactus, por diminutos que sean. La flora me pone meditabundo. No sé lo que opinarán ustedes, pero la verdad es que no me parece de este planeta. Nos hemos acostumbrado a su existencia, pero sólo por la fuerza de la costumbre. Un animal es raro, muy raro -un perro, una libélula, una oruga- pero las plantas son casi inconcebibles, creo que por su quietud. El hecho de estar ahí plantadas, creciendo hacia arriba y hacia abajo, sin decir ni mu, me las hace muy sospechosas.

Como trato de estar en armonía con el planeta, y, en especial, con los planetas exógenos de mi mujer y mi hija, procuro extraer enseñanzas de todas las cosas que me ocurren. De un tiempo a esta parte, considero que la realidad se esfuerza en hablarme a través de sencillas metáforas, mediante ejemplos de apariencia inocente. Me aconsejan las sábanas de la cama, la cristalería doméstica, el gel de la ducha, y, por descontado, los cactus.

Me dice: Marzal, has de volverte como nosotros. El camino es el estilo cactus. Cada vez más seco. Cada vez más inmóvil. Respira y transforma el veneno en agua bendita, o en mezcal. Paciencia, hermano.

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