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'Medea' y destejer la culpa femenina

La poeta Chantal Maillard revive la voz herida del mito de Eurípides en un monólogo poético que explora sus abismos desde la compasión

'Medea' y destejer la culpa femenina

El mito de Medea proyecta su sombra en la historia del pensamiento y la cultura occidental como un legado de fantasmas que mutan, que se resisten a morir y que regresan de los abismos de la naturaleza humana para desarmar las certezas que nunca existieron. Desde la tragedia griega de Eurípides o la crepidata fabula de Séneca, las lecturas y reinterpretaciones de la herida de Medea son tan múltiples como sus versiones en teatro, literatura y cine, acaso porque la atrocidad del crimen de la mujer traicionada que asesina a sus propios hijos aún nos estremece e interpela. Una de sus revisiones más recientes y contemporáneas se inscribe en la poética doliente de Chantal Maillard (Bruselas, 1951), poeta nacionalizada en España y residente en Málaga desde 1963, que hoy se erige en unas de las voces más brillantes y radicales de la poesía española, distinguida con el Premio Nacional de Poesía en 2004 y el Premio de la Crítica en 2007.

Su último poemario, titulado sencillamente Medea y publicado por la editorial Tusquets en su colección Nuevos textos sagrados, vio la luz en la antesala de la cuarentena decretada contra el coronavirus el pasado marzo y, aunque no pasó desapercibido a ojos de la crítica literaria, la autora rehusó las invitaciones a desglosar la poética de Medea a través de la frialdad de una pantalla, por lo que pareciera que esta nueva travesía a las entrañas de su crimen se diluyera en las mismas aguas del mar de Alborán donde se inicia este largo monólogo poético de una anciana Medea, que, "de espaldas al mar y a todo lo que fue una vez su destino, las manos ya inútiles", abre su corazón atravesado por la culpa de haber matado lo que más ama.

Pero Medea siempre vuelve, inmortal e inagotable, como les ha sucedido incluso a muchas grandes actrices de la escena española que han regresado a este personaje en distintos estadios de su trayectoria. Entre ellas, Núria Espert, la gran dama del teatro, que ha vuelto a encarnar el misterio de Medea cada 20 años desde que debutara en su piel con solo 19 en el Teatre Grec de Barcelona, o Aitana Sánchez-Gijón, una de cuyas versiones a las órdenes de Andrés Lima se representó en el Teatro Cuyás el pasado 2016. "Medea es un personaje que no se acaba jamás, y por eso ha pervivido a través de las eras, civilización tras civilización", manifestó Espert en el Teatro Romano de Mérida.

Precisamente, Maillard revive a una Medea "ya de vueltas" en el crepúsculo de su vida e inaugura su soliloquio poético con un verso que dice: Je suis un revenant (Soy un fantasma), mientras mastica las tormentas del pasado en una barca frágil donde carga con el lastre de su sombra y de las piedras que le arrojan. "Las recojo una a una. Estimo / su peso. Su acierto. / Y las dejo caer / No cabe ya ninguna en mis bolsillos", recoge el Fragmento 14.

Este poemario tira del ovillo de las Conversaciones con Medea que cierran su complejo ensayo La compasión difícil (Galaxia Gutenberg, 2019), que entreteje un tratado de pensamiento en torno a nociones como la violencia, el suicidio, la culpa, el dolor, los dioses, la maternidad, el cuerpo o el miedo. Y como un nuevo filamento poético, Medea, dividido en tres libros dentro de uno, se compone de 48 poemas o fragmentos en los que Maillard desteje el relato unívoco de la culpa de Medea y vuelve a coserlo con el hilo de la redención, convencida de que "muchas historias pueden ser contadas / a partir de una sola" y que, si las leyes y el crimen más atroz son universales, también lo es la compasión. Su periplo poético por los túneles de la rebeldía, la desesperación, la oscuridad, la impiedad y, por último, la derrota de Medea golpea a su vez la piedra endurecida de las galerías que sostienen su relato para abrir un agujero y observarlo desde otro lado. "¿Como comprenderéis al que comete el crimen / si no os sentís capaz de cometerlo? / Si os prohibís la entrada a las regiones más oscuras / y os creéis inmunes a sus extravíos. Desde / el territorio iluminado en el que os acomodáis, / ¿cómo comprenderéis al que habita las tinieblas?".

En este descenso a sus infiernos íntimos, la mirada de Maillard revienta las lecturas binarias que codifican la narrativa arquetípica del mito de Medea para cuestionar, más allá del mito, la línea entre lo bueno y lo malo, la víctima y el verdugo, lo masculino y lo femenino, la culpa y la inocencia. "Par es la lengua de los hombres / Par es el juicio / que absuelve y que condena / Par es el ritmo que acelera el pulso de las multitudes / ante quien osa hacerse cargo / de una libertad más alta / más íntegra, más fiera". Y al mismo tiempo, la poeta despliega de punta a punta la manifestación de nuestra dualidad como animal y pensamiento, razón y pasión, luz y oscuridad, amor y hambre, donde las acciones de cada ser humano son resultado de esta fragmentariedad, como el de este conjunto poético, de emociones e instintos primarios. "Todo aquello que vive se sostiene / sobre el hambre", afirma. "Todos nuestros actos tienen / el mismo origen".

Lejos del afán de victimizar o de justificar a Medea, sino acaso comprender la naturaleza de sus acciones terribles, Maillard recurre en muchas ocasiones a la metáfora de la telaraña, de la araña replegada en el centro de la tela y del arte del tejido como símil del tiempo y el relato -el "tejido-tiempo", dice en una ocasión, como si Medea hubiese quedado atrapada en la misma telaraña que hilvanó con su propio cuerpo. En cierta manera, esa telaraña es la imagen simbólica del crimen, la condena y la culpa femenina impresa e inmovilizada en el imaginario colectivo. "¿Qué acciones y qué culpas precedieron las nuestras?", escribe la poeta.

Lo interesante es que cada metáfora o palabra -la maga, la araña, Ariadna, la culpa- es femenina porque la tragedia de Medea lo es: la hechicera extranjera que renuncia a su patria por amor a Jasón y que, humillada y expulsada de su reino cuando, a instancias de Creonte, este la abandona para casarse con su hija Glauce, decide vengarse asesinando a sus dos hijos en común. "No hay mayor dolor que el amor", clama una de las líneas capitales del mito griego. "Por ti he matado y he parido. Yo tu perra, tu prostituta yo. Yo peldaño de la escalera de tu gloria ungida con tus excrementos, sangre de tus enemigos. (...) Y ningún crimen lo cometí por odio, sino por amor hacia ti". Así, la historia de Medea es la historia de la mujer despojada de todo, vaciada por el amor a un hombre y la renuncia a su propia vida, que en el espejo del crimen más aterrador de todos los crímenes dibuja otro delito imperdonable: la mujer como fuerza de la naturaleza creadora y destructora, que Medea extrema hasta lo inasumible, que es la destrucción de la vida que ella misma ha creado. "Cuentan bien los poetas: yo amaba a Jasón / pero en eso acaba lo que saben".

En esta línea, la autora de Matar a Platón (Tusquets. 2004) sigue deshilando la tela de araña del relato de Medea, con el verso acerado y hermoso que conforma el conjunto de su obra, para contemplar "el gran telar de errores y daños" que es la vida. Su búsqueda horada hasta el fondo de nuestra condición depredadora en la voz de Medea para confrontar "el animal que fuimos / el animal en mí / fuera del mí" y explora la herencia de la culpa femenina que sigue emponzoñando la libertad de las mujeres en todos sus espacios. "Compasión: la parte que heredamos de los ángeles caídos / Culpa: la parte que heredamos de los dioses", cifra Maillard.

Si el mito de Medea sigue vivo a través de los siglos porque confronta en el espejo a nuestro yo más primitivo, Chantal Maillard, la poeta que mató a Platón, alquimista del lenguaje poético y herida por la muerte de un hijo, evoca su desgarro ancestral con la belleza del verso preciso que intuye, en lo más hondo de la noche, que en todo viaje amanece. Eso sí, "el hilo ha de perderse en el descenso".

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