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Los descendientes canarios de la estirpe de la Mona Lisa

Un hermano de la famosa Gioconda se estableció en las Islas con descendientes en las familias Machado de La Orotava y de Jaques de Mesa de Gran Canaria, a la que pertenecía la esposa del doctor Gregorio Chil

Para los que no estén duchos en las atractivas artes genealógicas les parecerá imposible que se pueda llegar a encontrar estos hallazgos, pero para los que dominan esta ciencia auxiliar de la Historia pueden sin dificultad trepar por las ramas de los árboles genealógicos y llegar hasta la dinastía del faraón Tutankamón. No exageramos. La exageración fue de aquel historiador genealogista del siglo XIX que dijo que había compuesto su árbol familiar hasta entroncar con Adán y Eva.

Sin embargo, es bastante conocida en la historia de Canarias la gran influencia que tienen las Islas con las colonias genovesas y florentinas que poblaron el Archipiélago a raíz de la conquista. Incluso, habría que añadir, que la propia contienda fue financiada por banqueros genoveses con la intención de establecer luego en nuestra tierra aquella fecunda industria azucarera para poder seguir negociando el producto en los puertos europeos. Con anterioridad, aquellos ingenios, establecidos en Madeira y en el sur peninsular, se habían quedado estériles y se tenía que buscar nuevo suelo para no abandonar el abastecimiento en los mercados del continente.

Relacionar los antecedentes de todas aquellas familias italianas que sembraron popularmente sus apellidos en las Islas, como Calderín, Valerón, Canino, de la Nuez, Cairasco, Azuaje, Casañas, Cigala, Riverol, Franchy, Luzardo y un largo etcétera, no sería el caso, porque el motivo que llama la atención es saber que en Canarias hay descendientes de un hermano de la famosa Gioconda, la moza inmortalizada por el pintor renacentista Leonardo da Vinci, y que al adquirirlo luego el rey Francisco I de Francia, y estar depositado en el museo del Louvre de París, se ha convertido, al paso de los años, en la 'joya' del arte de la Humanidad. Desde entonces, los variados misterios e interrogantes en torno a esta obra, entre los que destaca la enigmática sonrisa, genera la curiosidad de sus millones de admiradores.

La Dama

Lisa Camila Gerardini, una mona (señora en italiano antiguo) de la burquesía florentina, había casado con el acaudalado comerciante Francesco Bartolomeo del Giocondo, de ahí viene que se la conociera por la Gioconda. Aparte de ser vecina del pintor Leonardo, al retratista debió de impresionarle su físico, pues cuando aceptó ser modelo del artista, Lisa parece que estaba embarazada, como se puede advertir en el retrato al esconder sus brazos sobre la cintura. No parece que fue un encargo familiar, aunque se dice que sí, que fue en origen un regalo de su esposo, pues en aquella época los pintores vivían exclusivamente de su arte y comercializaban sus producciones. La clientela era por lo general la clase alta europea, entre la que sobresalía los Médicis, y el cuadro lo adquirió poco después el monarca francés, pues ya en 1550 lo tenía expuesto en su palacio de Fontainebleau.

El robo que sufrió la pintura en 1911 por parte del carpintero italiano Vicenzo Peruggia (ex empleado del museo del Louvre) lo ha convertido en el cuadro más protegido de todas las colecciones del mundo, al aplicarle un sistema de seguridad único y la protección de un ambiente de temperatura estable que es revisado constantemente para verificar y prevenir su deterioro. Fue pintado al óleo sobre una tabla de madera de álamo a comienzo de 1503. Y a pesar de dedicarle el pintor los esfuerzos de cuatro años, lo dejó inacabado. Hoy se conserva en una gruesa urna de cristal a prueba de balas.

Durante siglos, los estudiosos han pretendido descifrar todos esos misterios e interrogantes que tiene la pintura. Unos expertos aseguran que la incógnita sonrisa es debida a unos bufones que cantaban y bailaban en el momento que da Vince la pintaba para tratar de no tropezarse con la melancolía que solía encontrar en la elaboración de sus retratos. La sospecha de que se encontraba embarazada la acreditan los críticos al velo de gasa fina y transparente enganchado al cuello de la dama, porque dicen que esta prenda la solían llevar las mujeres encinta o que habían parido recientemente. En el afán de conocerse todos los pormenores que encierra esta famosa obra, hay conclusiones que acreditan que la modelo era de 63 kilos y su estatura de 1,68 metros, así como que llevaba el pelo recogido en un moño cubierto por un bonete. Y tanta ha sido la obsesión por establecer la identidad de la retratada, que un doctor japonés reconstruyó el cráneo de la Gioconda mediante un análisis óseo, asegurando que la voz de la modelo era fiable en un noventa por ciento.

Aparte de toda una extensa descripción del famoso cuadro, también han especulado los detractores del artista que el personaje de la enigmática pintura es el propio Leonardo da Vinci vestido de mujer, alegando que los rasgos del autor coinciden con los de Mona Lisa, por lo que aseguran los que han realizado esta prueba que es un autorretrato del famoso artista caracterizado de señora.

La familia

La Mona Lisa nació en Florencia el 15 de junio de 1479 y murió el 15 de julio de 1542, a los 63 años de edad. Fue sepultada en el convento florentino de Santa Ursula. Según sus biógrafos, la Gioconda ingresó en aquel monasterio cuatro años después de quedarse viuda, donde ya era monja su hija Marietta. Genealogistas italianos aseguran que existen otros descendientes de la señora Gerardini, como Natalia e Irina Strozzi, hijas del príncipe Girolamo de Toscana.

La dama era hermana de Giovanni Albertos Noldo Geraldini, unos años más viejo que la modelo, ambos hijos de Antón Galeotto Geraldini y de Mona Lucrezia del Caccia, vecinos de Florencia, patricios de aquel gran ducado de Toscana y patronos de varias iglesias de la ciudad. Dedicado al comercio de altura como era vieja costumbre familiar, el florentino, relacionado hasta entonces con Sevilla, decidió establecerse en Canarias poco después de la conquista atraído por el auge que estaban experimentando las Islas en el contexto europeo debido, principalmente, a la comercialización del azúcar.

Destacado como uno de los mercaderes más importantes de la colonia ligur, el negocio lo desarrolla entre las islas de Madeira, Tenerife y La Palma, incluyendo también en sus transacciones mercantiles los paños, el aceite, la cera, la miel, el trigo y cebada. Fijó luego su residencia en Tenerife, en donde arrendó en las localidades de Güímar y Adeje los dos vastos ingenios de la floreciente industria cañamelera.

En la vecina isla el florentino contrajo matrimonio con una compatriota, Leonor Viña Gallegos, que era hija del comerciante genovés establecido en el Archipiélago, Mateo Viña Negrón, quien incluso, encontrándose residiendo en el Puerto de Santa María, participó en la financiación para la conquista de Tenerife. Este gesto económico le situaron entre la élite social y mercantil de la burguesía tinerfeña.

La privilegiada situación de las colonias genovesa y florentina de Canarias en aquellos inicios les aseguraba regentar cargos de importancia en la administración y en los regimientos de sus cabildos, sobresaliendo las regidurías perpetuas que luego pasaban de padres a hijos.

El mercader florentino, que fue hombre de confianza del tercer Adelantado Alonso Luis Fernández de Lugo, tuvo de su legítimo matrimonio varios hijos, cuya descendencia se encuentra hoy muy repartida por las islas, sobresaliendo entre ellas la familia Machado de La Orotava y la de Jaques de Mesa en Gran Canaria. De esta última rama procedió doña Alejandra, la primera mujer del doctor Gregorio Chil y Naranjo, el benemérito fundador de El Museo Canario.

Otra descendencia destacada del mercader cañamelero que ha llegado hasta nuestros días procede de un hijo natural que tuvo el florentino en Madeira hacia 1500 con una mujer portuguesa de nombre desconocido. El fruto de aquel devaneo fue Antón Albertos Geraldini, que luego se estableció con su padre en los ingenios del sur de Tenerife, en donde se unió en matrimonio con la nativa chicharrera, Francisca Pérez González, hija de los guanches bautizados Pedro González y María Hernández. Antón llegó a ser alcalde pedáneo de Candelaria, en cuyo recinto vivía muy relacionado con la colonia indígena del sector. Durante una trifulca le arrojaron a la cabeza un arma de defensa isleña llamado banot y de las graves heridas murió en el verano de 1554. El autor de la disputa, Alonso González, que además era su consuegro y del que se decia era nieto del legendario mencey Pelinor, huyó luego a la Gomera para evitar el castigo de la severa Justicia.

El apellido que esta segunda rama transmitió a sus descendientes fue el de Albertos, que al ir entroncando con otras familias hoy son muchos los Rodríguez, Cartaya, González, Díaz-Flores y Gómez que se extienden por las Islas, y que se enorgullecen de traer genes de aquella histórica familia florentina inmortalizada por el genio de la pintura renacentista llamado Leonardo da Vinci.

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