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El escritor que cegó al mundo

Se cumplen veinte años de la concesión del Premio Nobel de Literatura a José Saramago, gran amigo de Torrente Ballester, Günter Grass y Camilo José Cela

El escritor que cegó al mundo

A buenas horas Fernando Gómez Aguilera llamó a Pilar para contrastar unas fechas de conferencias pronunciadas por su marido. Pilar se encontraba en la casa de Tías y los textos a los que el filólogo quería acceder, Los cuadernos de Lanzarote, descansaban en la Fundación José Saramago en Lisboa. Pero la pertinencia de aquella llamada serviría para el desarrollo de lo que viene a continuación. Esa noche, impulsada por la petición de Gómez Aguilera, Pilar entró en el estudio de José y encendió el ordenador de su marido. Buscó en el fichero, presionó con el ratón sobre la carpeta 'Cuadernos' y empezó a rotar por una sucesión de carpetas que terminaba con el sexto cuaderno. "¿Cuaderno seis?". Pensó que era una copia de algún cuaderno anterior puesto que Los Cuadernos de Lanzarote no están formados más que por cinco libros. Pero cuando comenzó a leer los documentos que integraban la susodicha carpeta, Pilar abandonó enseguida esa idea. Era un libro nuevo.

Pilar del Río esperó a que amaneciera -en la isla todavía era de noche- para ponerse en contacto con la Fundación. En Lisboa, Ricardo Viel se puso al teléfono y le preguntó cuál era el motivo de tanto apremio.

- Ricardo, acabo de dar con un diario que José escribió en el año del Nobel- y emocionada por el desconcierto que le supuso el hallazgo le dijo -: ¿A ti te dice algo?

Ricardo reflexionó por un rato.

-Pilar, creo que se refirió a él en el epílogo de Los cuadernos de Lanzarote -y un tiempo después citó-: "Si el Sexto Cuaderno no llegó a ver la luz del día fue sólo porque se me quebró el ánimo de corregir las doscientas páginas en las que se habían acogido las emociones con que el año 1998 me benefició y alguna vez me agredió".

Ni sus editores, ni su traductora, ni el propio Saramago en vida recordaba la existencia de aquellas memorias. "Estoy viviendo como una estrella de rock", solía decir por aquella época el escritor. ¿Cómo podría haberse acordado? Ahora que se cumplen veinte años de la concesión del Nobel, Alfaguara saca a la luz el diario.

Por las rúas de Azinhaga

Hizo separar a la península ibérica de Europa, retomó a un cura que desafío a la Inquisición y lo puso al mando de la primera máquina voladora, privó de la vista a toda una población y se la extendió a una mujer capaz de ver los intestinos del hombre. Todo en imaginación. En vida, habitó con un perro al que llamó Camoens ("Genio poético absoluto"), se dejó grabar durante dos años junto a su esposa en un memorable documental dirigido por Miguel Gonçalves ( José y Pilar) y siempre se mostró comprometido con la izquierda sin ocultar sus pensamientos. Llamó "vómito" a Berlusconi y publicó un libro especial por las víctimas de Haití. Considerado el García Márquez portugués, a Saramago no le gustaban las comparaciones y cuando se las hacían él no dudaba en darles la vuelta: "Entonces Gabriel, será el Saramago colombiano". Nunca escribía más de dos hojas y se dio a conocer cuando tenía 62 años. Una edad demasiado tardía para escribir. Pero lo cierto es que José ya había escrito antes, en esos sesenta años que a los historiadores se les escapan de sus manos porque de ellos José Saramago pocas pistas dejó. José Saramago recibió el premio Nobel en 1998. En aquel momento, el portugués no había logrado superar la maldición según la cual, la Academia sueca no consideraba de entre sus exponentes literarios un merecedor al premio. Saramago fue un eterno candidato, en especial desde que publicó Ensayo sobre la Ceguera en 1995; la novela sobre la que Harold Bloom dijo "una interesante alegoría antitotalitaria" y que lo proyectó en América.

El autor, nacido en 1922 en Azinhaga, uno de esos lugares pobres y devotos de Portugal, pasó su infancia en la casa de los abuelos maternos. Era una hacienda con cerdas y presidida por una higuera bajo la cual, José nutrió su imaginario de los recuerdos de su abuelo. Allí pasó los veranos, descalzo y con el mal olor que persigue a los personajes de Memorial del Convento. Pero fue también en esas estampas rurales donde Saramago comenzó a titubear con la melancolía hasta adquirirla como propia.

A los trece años, casi a la vez que empezaba a utilizar zapatos, las penurias económicas lo forzaron a abandonar sus estudios en la escuela secundaria para ejercer de cerrajero mecánico en Lisboa. Lo que sucede hasta 1944, fecha en que contrae matrimonio con la grabadora Ilda Reis, es desconocido. Fue un lector asiduo en la Biblioteca Central de la Ciudad y a los 25 años publicó Tierra de Pecado (1947), novela sin aparente éxito. El matrimonio con Ilda Reis, del que tuvo una hija, se extendió hasta los setenta, y al poco de separarse, trabajó por unos meses como subdirector en el Diario de Noticias. Desde entonces y hasta 1986, hubo por el medio una breve relación con una escritora lisboeta y dos novelas esenciales: Memorial del convento y La muerte de Ricardo Reis. Estas dos llevaron a una periodista española de TVE a conocer a Saramago, quien se convertiría en su marido en 1988.

Una historia de amor

"Antes de que me hagas la entrevista, no me digas que me vas a entrevistar para hablar de mí porque eso me daría muchísimo corte", me dice Pilar, rotunda, en su casa de Lanzarote. José y Pilar dejaron Lisboa en 1992 para irse a vivir a un lugar que, "simbólicamente hablando, estuviera entre América, África y Europa".

"Tú sabes que los periodistas no comemos periodistas. Para hablar de mí no, pero si tú quieres, yo te hablo de cosas de aquí, de Lanzarote, de los dos grupos de turistas que están visitando la casa en este momento. Pero de mí no. Primero, porque no tiene interés y, segundo, porque me moriría de vergüenza."

Pilar conoció a Saramago luego de leer Memorial del Convento : "Me asombró tanto que hubiera un escritor tan sensible y a la vez tan intelectual que, nada más leer la novela, fui a la librería y dije: 'Todo lo que haya de este hombre, dénmelo'". En ese mismo año, en 1986, Pilar leyó El año de la muerte de Ricardo Reis (heterónimo del gran poeta portugués Fernando Pessoa) y quiso seguir el itinerario del protagonista de la mano del autor. Así que se citaron en el Hotel Mundial de Lisboa un día a las cuatro de la tarde. En la recepción del hotel, una joven periodista recibió a Saramago y juntos recorrieron las calles de Lisboa. Cruzaron el centro de la ciudad, entraron en el cementerio de los Prazeres y leyeron los poemas de Fernando Pessoa frente a su tumba.

A partir de Ensayo sobre la ceguera, Pilar se convirtió en la única persona en conocer los escritos y traducirlos al español de manera simultánea. Era un trabajo a dos manos que tuvo como resultado la publicación de los libros en los dos idiomas a la vez.

"A Pilar, que no dejó que yo muriera", "A pilar que todavía no había nacido, y tanto tardó en llegar", "Este libro no necesita ser dedicado a Pilar porque ya le pertenecía"? Las dedicatorias hacia su mujer se repiten, y, sin embargo, Pilar evitaba leerlas. "¿Por qué?" le pregunto. "Ay, me daba mucha vergüenza. Claro que lo agradecía, pero sentía vergüenza. Las dos cosas pasan, ¿no? Yo creo que eso nos ocurre a todo el mundo. Nos puede gustar una cosa y darnos pudor."

Pilar fue piedra insoslayable en Saramago y lo acompañó incluso en su intimidad más absoluta. El último libro que estaba leyendo era un regalo suyo: Las confesiones del estafador Felix Krull, una obra inacabada de Thomas Mann. Pilar aun hoy se arrepiente porque José estaba muy enfermo de leucemia y pudo haber pensado, mientras leía la novela, que él tampoco acabaría lo que estaba escribiendo.

"El último recuerdo que tengo de José, precisamente, es ese", me dirá Alfredo Conde, "José, en un restaurante de Madrid, desatendido totalmente de sus amigos, con el canto de la muñeca sobre el hombro de Pilar y la mano bajo su escote. Concentrado en los senos de su mujer que los iba acariciando como si, palpando la juventud, la vida, distrajera a la muerte".

El comunista hormonal

Saramago contó que el desengaño con la religión surgió a la edad de los seis años: "Simplemente no me convenció lo que vi, y decidí no volver más a misa". Con El Evangelio según Jesucristo, llevó a Jesús a la ficción y lo postró en la cruz. "Hombres, perdonadle, porque él no sabe lo que hizo", escribió en alusión a Dios. Nada más ser publicada, la Iglesia católica cargó contra la novela al considerarla una nueva forma de herejía mientras que Saramago consideró su respuesta un nuevo tipo de inquisición. Después, el Gobierno de Cavaco Silva se metió a crítico literario y a censor, y se opuso a la candidatura del libro al Concurso Literario Europeo por anticlerical, comunista y de mala calidad.

Lo cierto es que aquella disputa situó a Saramago en una guerra dialéctica que aumentó todavía más su popularidad y las ganancias de la editorial. Aunque, quizás, lo más sorprendente de todo eso era la existencia de un escritor anticlerical que empleaba la religión como materia de sus novelas.

Profundamente intelectual, a José, que partía del supuesto "Dios no existe", le fascinaba todo lo que tuviera que ver con la religión. "Si Jesucristo no es Dios", proseguía, "nuestra civilización está basada en la mentira". A partir de ahí emprendía una revisión de la historia de la civilización occidental.

En un taller de Ourense, situado en la más estricta intimidad, Manuel Buciños, de ochenta años, corrobora esta descripción de José. Su grupo escultórico Encuentro Imaginario en Vigo, integró la primera escultura levantada en honor a José Saramago. "Todo fue a raíz de una conversación con mi amigo Pepe Contreras", recuerda. "Había terminado de construir un gran complejo de viviendas en Bouzas y quería que su proyecto acogiera a cinco escritores, entre ellos a José."

En la plaza de Johan Carballeira, a pocos metros del mar, Valle Inclán, Otero Pedrayo, Cunqueiro y Saramago recrean hoy un dialogo entre intelectuales que necesitó dos años de dedicación. Cada uno tiene una pose distinta, rompen con la monotonía que algunos presuponen a la escultura y se fragmentan. Pero, quizás, lo más curioso de la composición es que el único de los escritores que aparece sentado es José. "Era un hombre clarísimo, sano, directo y muy correcto ante la vida", afirma Buciños en ese lenguaje castizo que caracteriza a los artistas plásticos. La primera vez que lo conoció fue en la tradicional comida que celebraba con sus amigos todos los primeros días de mes y que solía contar con invitados particulares. Buciños recuerda verlo sentado, comiendo y hablando de política con la cara alzada, como orientado hacia el mundo de las ideas. "Cuando hice la escultura me basé en aquel recuerdo y me pareció que funcionaba bien, y así quedó", afirma el escultor que quiere dar por terminada la conversación.

Pero Saramago no solo era un intelectual; se definía a sí mismo como un "comunista hormonal", con "hormonas que le hacían crecer la barba y otras que lo hacían comunista". Fue miembro del Partido Comunista Portugués desde los setenta y medió en diversos conflictos como el de Chiapas (México). Simpatizó con la elección de Barack Obama y nunca le gustó Hugo Chávez, a quien ya le veía tintes autoritarios. Con Manuel Fraga mantuvo encuentros inevitables por protocolo, pero fuera de ellos lo llamaba "cacique" y escribir a sus invitaciones le suponía un enorme esfuerzo, aunque el tiempo mejoró su relación.

Con contradicciones o sin ellas, lo cierto es que fue compañero de Fidel Castro hasta el final. En 2003 publicó un artículo en El País, Hasta aquí he llegado, donde se distanciaba por primera vez del dictador. Era la época de los balseros, en la que cientos de cubanos buscaban el modo de escapar de la represión del régimen hacia Miami. La condena a muerte de tres balseros irritó a Saramago -militante acérrimo contra la pena de muerte-, quien, sin embargo, se volvió a encontrar con Fidel. Saramago, que conocía todas las dificultades que había en isla, creía que frente a eso se estaba avanzando.

Un anticlerical en San Julián

Ya Aristóteles había reflexionado acerca de la amistad entre personas ideológicamente contrarias. Dos mil años más tarde, Saramago probó que era posible. Situado al extremo de Torrente Ballester -católico, de derechas y con un pasado falangista-, ambos fueron grandes amigos.

Precisamente, la primera vez que el escritor Alfredo Conde conoció a José Saramago fue en un debate entre Saramago y Torrente en el Hostal de los Reyes Católicos, en Santiago de Compostela. "José nunca ocultó el fervor literario que sentía por la obra de J.B., la admiraba y la quería", afirma éste. La prueba evidente es que Saramago consideró La saga/ fuga el Quijote del siglo XX y había acudido al entierro de Torrente al poco de recibir el Nobel. Alfredo Conde sabía que iba a venir, pero no imaginaba verlo en pleno funeral. "Saramago apareció de repente, en la parte de atrás de la iglesia, y una vez terminó el funeral, se dio la vuelta y se fue." Entonces, era ya conocido el anticlericalismo del autor por eso que Alfredo Conde define la aparición de José en la iglesia como una "exhalación". Saramago era alto y esbelto, y cuando irrumpió en la ceremonia católica, vestido con un abrigo de piel, los asistentes quedaron desconcertados. Aun antes de abandonar el lugar, con una rosa en la mano, diría a los periodistas que esperaban en las puertas de la concatedral de San Julián: "Se sentarán ahora a llorar. Los amigos lo recordarán y los lectores, que son otros amigos, tendrán que seguir leyendo una obra que es inmensa. Esto es una honra para Galicia y para todos nosotros".

Otros escritores con los que Saramago mantuvo una gran relación fueron Günter Grass, Camilo José Cela y Vasco Graça Moura. De este último, un libro preside hoy la mesa de Saramago, "Fue uno de los últimos libros que José recibió" me contó Pilar. Lo cierto es que cuando se encontraban estos dos amigos de ideologías opuestas, José siempre le decía: "No, de tu perversión no vamos a hablar, Vasco". Literaria y personalmente, Saramago también forjó una gran relación con Mario Vargas Llosa. Un malentendido terminó afianzando su amistad, siendo Mario y Patricia las últimas personas que visitaron a José en su casa de Lanzarote.

Todos parecían dejar a un lado sus posiciones políticas. Todos, menos Cavaco Silva. Quien había vetado El Evangelio según Jesucristo al Premio Literario Europeo por considerar que no era una obra representativa de Portugal, no acudió al homenaje y posterior entierro de José Saramago porque según él: "Nunca había tenido el privilegio de conocer o encontrarse con Saramago". Cavaco Silva era entonces el Jefe de Estado de Portugal y el motivo por el que José y Pilar habían decidido abandonar Portugal en los noventa.

"Colócalo al lado de él"

"Eduardo, te tengo que decir que las dificultades de comunicación telefónica son las dificultades históricas de comunicación entre España y Portugal. La tecnología no ha resuelto el problema histórico. ¡Imposible!", le decía Pilar del Río a Eduardo Lourenço cuando la entrevisté. A sus noventa y cinco años, Eduardo, el mejor amigo de José, aun hoy sigue hablando con Pilar.

Tanto él como ella compartieron la fascinación inicial por Memorial del Convento, hasta el punto de que al morir José, Eduardo se presentó en el funeral y apareció con una bolsa del Corte Inglés de la que sacó un libro con el precio pegado y le dijo a Pilar: "Colócalo al lado de él, porque ahí está todo". Pilar lo animó para que se lo dedicara a José y, antes de cerrarse el féretro, se lo colocó bajo la chaqueta del nobel. "De ese modo incineramos Memorial del convento junto a José", me dijo Pilar. El final de la novela: "Pero no subió hacia las estrellas si a la tierra pertenecía", está hoy escrito junto al olivo de la Fundación. Allí reposan las cenizas del autor bajo una piedra traída de la misma cantera con la que se construyó el monasterio de Mafra. Y enfrente: el Atlántico. "Somos como la espumita del mar que rompe en la playa -decía el escritor que enfrentó al mundo hasta el final-, unos a otros nos vamos sucediendo y lo importante es saber vivir."

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