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El mágico encanto de la Luna

Al igual que otros pueblos, los aborígenes de la isla de Gran Canaria seguirían un calendario probablemente luni-solar | Con sus apariciones cíclicas, mensuales y sus cuatros fases semanales, la Luna era una manera de medir el tiempo en La Tierra

El mágico encanto de la Luna

Los canarios ancestrales observaban la Luna con la misma atención y curiosidad con que lo hacemos hoy y seguro que se asombraban cuando la Luna eclipsaba al Sol o cuando la Tierra se interponía entre los dos astros porque para ellos eran necesariamente fenómenos sin una explicación racional. Pero lo que sí sabían los aborígenes de Gran Canaria, igual que muchos otros pueblos, era seguir un calendario lunar, probablemente luni-solar. Eso es, al menos, lo que nos indican muchos de los cronistas e historiadores de la conquista de las Islas. Por ejemplo, pero hay muchos más autores que lo citan de forma parecida, leemos en la Crónica de Sedeño: Contaban el año por doce meses, el mes por lunas, el día por soles, la semana de siete soles. Llamaban al año Achano.

Y es que la Luna con sus apariciones cíclicas, mensuales, y sus cuatro fases, semanales, se convierte en una magnífica manera de contar el tiempo que ha sido aprovechado por babilonios, judíos, árabes, chinos y muchísimos pueblos más. Construir un calendario luni-solar tampoco es muy complicado ya que basta esperar a algún acontecimiento astronómico, el más utilizado quizá sea el solsticio de verano, para aguardar luego a la próxima luna nueva y recomenzar la cuenta. Algo así hacían, por lo que sabemos, los canarios antes de la conquista castellana.

Sin embargo, Stonehenge aparte, hace falta un mayor grado de civilización para relacionar la rutina de la Luna y el Sol con los eclipses y otras efemérides cósmicas. Por lo pronto, para hacerlo hay que esperar diecinueve años y contar y anotar las muchas veces que ha aparecido la Luna en ese tiempo.

Tales de Mileto, que probablemente lo aprendió en Babilonia, sabía hacerlo y predijo el eclipse de Sol que se produjo el 28 de mayo del 565 a.C., lo que según Heródoto le hizo ganar una batalla (de los lidios frente a los medos). Después, el llamado ciclo de Metón, conocido alrededor del 430 a.C., estableció que 19 años trópicos (de 365,2422 días aproximadamente) equivalen a 235 meses sinódicos (de 29,53 también aproximadamente de media) y eso permitió predecir los movimientos lunares más por rutina que por ciencia.

Algunas religiones siguen dependiendo de la Luna para señalar sus efemérides. El muacín vigila el horizonte para avistar la Luna Nueva que da origen al Ramadán. Los cristianos esperan la Luna después del equinoccio de primavera para celebrar la Semana Santa. Y no son los únicos.

Por el contrario, los egipcios no eran seguidores de la Luna. Su calendario fue solar desde el año 4242, a.C., o quizá 1460 años después que es el tiempo que tarda el ciclo sotíaco en repetirse (hablamos del orto helíaco de Sotis, para los egipcios o de Sirio para nosotros). Pero aunque no se la adorase como una divinidad eso no les hizo dejar de lado el encanto de la Luna. Para ellos era uno "de los dos compañeros que cruzaban el cielo". El otro era, claro, el Sol, Ra o Atón, y no es mal papel ser el compañero del dios principal.

La Luna estaba asociada con varios dioses del pobladísimo escenario de deidades egipcias, pero principalmente con Thoth, dios de la escritura y del conocimiento, que adoptaba la forma de un hombre con cabeza de ibis, también de un ibis, o de un babuino. Este último se representa a veces con una Luna llena o creciente sobre la cabeza y la gran cantidad de ibis y babuinos momificados que se han encontrado nos hace pensar que era un dios muy apreciado.

Por su parte, griegos y romanos sí la tuvieron en su Olimpo. Para los griegos era Selene, que es como llamaban a la Luna, hija de los titanes Hiperión y Tea y con el paso del tiempo se convirtió en Artemisa, una de sus diosas más aclamadas. Selene tuvo un romance con un mortal, el pastor Endimión, con el que tuvo cincuenta hijos (¡vaya luna de miel!).

Los romanos siguieron la misma estela y pasaron de la diosa Luna a Diana aunque no fue tan prolífica. Nosotros de todo esto aprendimos a dedicar un día de la semana, los lunes claro, a esa deidad, a llamar 'selenitas' a los supuestos habitante de la Luna y 'lunático' a los locos que solo lo están a ratos (por aquello de las 'fases' de la Luna).

Es un romano, Luciano de Samósata, el primero del que tenemos noticias de que haya escrito un libro sobre los selenitas.

Pero fueron los hallazgos de Galileo, cuando en 1609 enfoca su telescopio al espacio y descubre las montañas y los cráteres de la Luna, echando abajo las teorías sobre la 'quintaesencia', y explica (hasta cierto punto) cómo se producen las mareas por la acción de su influjo, cuando se retoma el interés por nuestro magnífico satélite (es el más grande, y 'el mejor', de todos los satélites del sistema solar).

Así, en 1634, Kepler publica Somnium sive Astronomia lunaris ( El sueño o La astronomía de la Luna) en el que un joven islandés, gracias a su madre bruja (no es un insulto, era su profesión) que prepara un conjuro mágico, harán, los dos, mientras duermen un viaje a la Luna, durante un eclipse solar para desde allí hacer una descripción del universo (los americanos quieren ahora establecer allí una base permanente; le han copiado la idea). Aquí hay que recordar que la madre de Johanes Kepler fue juzgada por brujería y que si no es por su afamado hijo hubiera acabado en la hoguera.

Más de cerca nos coge el libro, de 1638, escrito por Francis Godwin, un obispo inglés, Aventuras de Domingo Gonzáles en su extraño viaje al mundo lunar. En él, el joven Domingo va a la Luna sobre un carruaje tirado por gansos que previamente para coger impulso hace escala en el Teide (por entonces uno de los picos con fama de ser uno de los más altos del mundo). Y es que Canarias está en todos los 'fregaos'.

A estos les seguirían otros muchos escritores siendo quizá el más conocido Cyrano de Bergerac (1619-1655), narigudo personaje que escribió dos relatos con viajes a la Luna, el primero, y al Sol, el segundo. También lo hicieron, entre otros, Jonathan Swift, Julio Verne o Edgar Allan Poe. Ya en el siglo XX son miles los autores de ciencia ficción que han escrito sobre la Luna.

De todos estos a quien se sigue leyendo es al autor francés. Julio Verne no pasa de moda, y su viaje, que sitúa en 1865, tiene extrañas similitudes con el del Apolo XI: en una cápsula, tres americanos se dirigen a la Luna y tardan cuatro días (en 97 horas y 20 minutos, reza el subtítulo), en llegar, igual que Armstrong y compañía. Claro que los de Verne van impulsados, disparados, por un cañón y no fueron televisados en directo entre otras 'pequeñas' diferencias.

Es una historia larga la de nuestra relación con la Luna pero aún está inacabada. Queremos volver a ir. En ello están empeñados ahora chinos y americanos. Me encantará verles pisar de nuevo la superficie lunar porque me devolverá a cincuenta años atrás cuando vi al Apolo XI, desde el cuartel en el que hacia el servicio militar, dar otro salto más para la humanidad a la mágica luz de la Luna.

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