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Memorias de Las Palmas de Gran Canaria

Las procesiones del Domingo de Ramos

La Semana Santa que se inicia hoy sin fieles en los templos y en las calles dan pie al memorialista Miguel Rodríguez Díaz de Quintana a revivir la historia de las procesiones de la capital con la imagen de la Burrita

El trono dirigido por el patrón el notario Ignacio Díaz de Aguilar.

La Iglesia canaria siempre había celebrado el Domingo de Ramos con el boato litúrgico de la gran efeméride. Sin embargo, al llegar el Padre Cueto a regir nuestra Diócesos, echaba en falta que no existiese la tradicional procesión de la entrada de Jesús en Jerusalén y la vistosidad emotiva del cortejo que formaban los niños agitando las palmas tradicionales. De las cuatro parroquias existentes, San Bernardo era la única que no organizaba ninguna procesión de Semana Santa. Las demás no podían incrementar el costo de sus empobrecidos cortejos.

Regía el curato de San Bernardo el presbítero Miguel Domínguez Suárez (1877-1917), quien por sus numerosas responsabilidades en el Obispado y en las aulas del Seminario Pontificio dejaba la dirección de la parroquia en manos del celoso teniente cura, Eladio Suárez Estévez. El sacerdote suplente se entusiasmó con la idea del obispo y comenzó a organizar la procesión de la Burrita de manera tosca y popular. Se vestía una imagen de Jesucristo y lo emparapetaban de manera que pareciera que entraban triunfalmente en Jerusalén. Poco a poco se fue tratando el asunto con más seriedad, aunándose criterios entre la pudiente feligresía y el concurso de la confraternidad de Mareantes de San Telmo. El propio don Eladio se comprometió intervenir económicamente con objeto de adquirir una buena talla de Jesús montado en la borriquita.

En aquellos años de la década final del siglo XIX tenían fama las esculturas de Levante. Parece que jugó papel fundamental en los contactos que se iniciaron el laureado artista, Mariano Benlliure Gil (1862-1947), emparentado con la familia Lleó de Canarias. Debió el escultor de indicar el procedimiento, porque fueron varias iglesias isleñas las que encargaron en aquellos años a Valencia imágenes procesionales. El tallista Juan Dorado Brisa fue muy estimado de aquel escultor, y junto con otro estatuario valenciano, como Domingo Pastor, trabajaba muy competitivamente por esa época, en la que también abundaban numerosos imagineros produciendo para los templos españoles.

Según indagaciones que hemos realizado, la Burrita de San Telmo se confeccionó en los talleres de la academia de San Carlos de Valencia, en el antiguo convento de los Dolores de aquella ciudad. Se llega incluso a acreditar que debieron de ser varios los artífices que intervinieron en su preciosa elaboración.

José Miguel Alzola, en su interesante obra sobre la Semana Santa de Las Palmas, da la fecha de 1905 como la primera salida procesional documentada del Señor de la Burrita de San Telmo. Sin embargo, los sobrinos nietos del cura don Eladio, entre ellos el veterano cronista, Pedro González Sosa, guardan entre sus papeles noticias referentes a la llegada de la imagen a Gran Canaria, sufragada en gran parte por aquel clérigo natural de Santa María de Guía. Y en efecto, la prensa de la época publica con realce que fue el Domingo de Ramos 11 de abril de 1897 cuando salió por primera vez del templo de San Bernardo la emotiva efigie de Jesús a lomos de la borriquita gris.

Arropada la procesión por la Hermandad de Mareantes de San Telmo durante los últimos años de su histórica existencia, que entonces estaba muy vinculada a la familia Reina Lorenzo, también contó con la colaboración decidida de la comitente Casa Mújica-Lezcano, cuyo palacete en la confluencia de la Plaza de San Bernardo con Pérez Galdós se engalanaba para festejar el tránsito de la carroza. María de Lezcano Mújica de Díaz de Aguilar costeó las primeras vestimentas de la imagen, que al principio guardaba en su domicilio y se encargaba de tener limpias y en buen estado las prendas de uso diario durante el resto del año. También y durante un tiempo, la familia Bueno de Mogán se ocupaba del arreglo del paso de Jesús y de sufragar la música, el sermón y el costo de los cargadores.

A lo largo de las décadas, la popular procesión de la Burrita salía de la ermita de San Telmo y llegaba hasta la plaza de Cairasco. Entonces no tenía autorización diocesana para traspasar los límites del Guiniguada. Por los años cincuenta, el obispo Pildaín la incorporó al ritual catedralicio. La imagen se llevaba en un camión la víspera del Domingo de Ramos a la basílica para la celebración del día siguiente. Una vez acabada la ceremonia, se iniciaba el regreso procesional hacia la parroquia de San Bernardo. Este ritual acabó en 1969, cuando el celoso pastor consideró de nuevo que las procesiones de Triana no debían de cruzar las fronteras del barranco.

En las cuentas de fábrica de la parroquia aparece el costo de los peones que llevaban el trono. En 1914 se pagaron 25 pesetas; en 1916, 35, más 20 pesetas por el sermón. Después de haber instituido la iglesia de San Bernardo este paso de Jesús, las demás parroquias de la isla comenzaron a organizar sus propios cortejos. La iglesia de La Luz procesionaba la Burrita con gran entusiasmo popular. El desfile comenzó a salir por la tarde: llegaba hasta el Parque Santa Catalina para celebrar la Eucaristía en medio de una gran concentración de niños y feligreses.

El Señor Predicador

Para nuestos tradicionles cortejos procesionales del Domingo de Ramos, la Hermandad del Rosario establecida en el convento de Santo Domingo tomó el acuerdo en 1667 de encargar las imagenes necesarias para la llamada procesión La Conversión de la Magdalena. Para ello se dispuso que cada cofrade entregase cuatro reales. Un año después, las efigies de Jesús Predicador y la de María Magdalena no estaban terminadas. Su costo ascendía a 600 reales y muchos hermanos aún no habían podido entregar lo acordado. Pero una vez solventado el problema económico, comenzó a procesionar este nuevo paso de exclusiva tradición dominica.

El Domingo de Ramos de 1672 fue el primero que la procesión del Señor Predicador comienza a salir por las calles de Vegueta. Así se desprende de los recibos que ajusta el Mayordomo-Secretario, Andrés Estupiñán Cabeza de Vaca, y se asientan en el libro de actas. Por la música se pagaron 80 reales, y por el curato a cuyo cargo estuvo el sermón y los oficios, 21.

La procesión por entonces era más conocida por la Conversión de la Magdalena que por el Predicador, incluso tenía su cofradía propia, con sus faroles y varales de plata que para este fin realizó el platero José Hernández. Parece que fue hacia 1795 cuando comienza a darse el título de la procesión del Señor Predicador. Aquel año los cofrades tenían que dar dos ducados al convento dominico para que los frailes les acompañasen en su recorrido. La pobreza de los hermanos y las exhaustas arcas de la tesorería originaba que cada año al llegar Semana Santa, la junta de gobierno de la hermandad tenía que buscar recursos para pagar predicador, curato y músicos, y frecuentemente suplicaban a los frailes que se "sirvieran acompañarles sin exigirles estipendio alguno".

En 1799 el Cristo tiene un trono y una silla pintada, con su correspondiente peana, y sus viejas vestimentas. Al enfilar el siglo XIX, los enseres de la imagen del Predicador se encontraban indecentes. Así los manifiesta el acta del 1 de abril de 1801, que se queja de que Jesucristo estaba sin su túnica a causa de ser vieja "y los ratones se la habían hecho pedazos". Enterada la hija del Conde, Nieves del Castillo Amoreto, dama benefactora del convento y de otros recintos religiosos de la ciudad, se preocupa por la situación y dona nuevos ropajes cuyas hechuras llegaron hasta nuestros días.

La nueva escultura

Ante el deterioro y mal estado que acusaban las imagenes, y la irrupción en el mundo de la estatuaria de aquel genio escultórico que fue Luján Pérez, su exclusivo taller comienza a sustituir todas las viejas efigies por las de nuevo diseño que promocionaba para introducir en las tallas que elabora el neoclásisismo académico de las actuales tendencias.

Encargada por acuerdo capitular de abril 1801, la actual imagen fue estrenada en la Semana Santa del año siguiente. Con la nueva talla la Magdalena vieja dejó de procesionar. Su sustitución surge en la nueva andadura parroquial. Fue esculpida por Silvestre Bello Artiles, escultor natural de Telde, y salió por primera vez a las calles de nuestra ciudad el Domingo de Ramos 28 de marzo de 1858, rigiendo los destinos de la parroquia, Pedro Quevedo Suárez. En esta ocasión el artista se inclinó por realizarla de medio cuerpo con objeto de reunir en un solo paso las dos imágenes y parapetarla arrodillada a los pies del Maestro

Sebastián Jiménez Sánchez al definir la nueva imagen del Predicador, dice que es una escultura delicadamente acabada y de expresividad extraordinaria en rostro y manos. Añade que esta figura de Jesús bendice y adoctrina y que al mirar a las multitudes subyuga, porque es un Cristo auténticamente doctor, predicador y maestro. Su cara se muestra como iluminada y con una expresión de dulzura inefable. De la influencia dominica en las islas el paso del Predicador se instituyó en otros pueblos y ciudades.

En Tenerife salía de la Concepción de La Laguna y de Santa Cruz sentado en un sillón de plata. Telde contaba con una imagen de aires bizantinos y su procesión era más antigua que la de Las Palmas capital. También Teror y Santa María de Guía cuentan con esta tradicional efigie en su Semana Santa.

Los Patronos

No debemos concluir esta reseña sin incluir la figura de Antonio Jorge García (1878-1959), porque su filantropía, empujado por su buena disponibilidad económica, le convirtió en mecenas de artistas, colaborador y patrocinador de inalcansables proyectos, como lo refleja, entre otros tantos obsequios, el pago integró del trono de cedro tallado del Señor Predicador, las campanas que repican en el templo dominico, y su participación en la construcción de la parroquia de Tamaraceite, que para tal proyecto regaló asimismo las campanas.

Su entusiasmo participativo con la parroquia de Santo Domingo logrará que a partir de 1947 su colaboración fuese constante. El párroco don Mariano Hernández le otorgaría la patente de patrono del Señor Predicador.

Con este paso el comitente organizó la salida procesional de la Virgen del Rosario en la jornada del Domingo de Ramos, al mismo tiempo que se adhiere a la conmemoración las fuerzas armadas.

La Marina Española

La vinculación de las fuerzas armadas en la procesión grancanaria del Domingo de Ramos comenzó a materializarse el 25 de marzo de 1958, cuando el citado párroco, don Mariano Hernández Romero, le otorgó al Comandante General de la Base Naval de Canarias la credencial de patrono mayor. Desde entonces, y durante catorce años, los vicealmirantes de la provincia ostentaron con orgullo la distinción parroquial. Presidían los desfiles y proporcionaban a la junta organizadora una inestimable colaboración, autorizando la asistencia de escoltas, fuerzas de infantería y de marinería. El Comandante siempre iba acompañado de jefes y oficiales de la Armada, y si la Semana Santa coincidía con fragatas y corbetas ancladas en el Puerto, acudía al desfile procesional toda la tripulación.

A partir de aquella honrosa credencial parroquial iniciará los cortejos procesionales del Domingo de Ramos el Comandante General, Pascual Cervera y Cervera, el ilustre marino que sintió no poder seguir acudiendo por haber ascendido al almirantazgo y ser destinado al Ferrol, inicialmente, y posteriormente a la provincia de Cádiz.

Los Nazarenos

A partir del año 1983, las procesiones de nuestra capital se incrementaron en la jornada del Domingo de Ramos con los pasos instituidos por la popular Hermandad y Cofradía de Nazarenos de Vegueta. Con el nuevo desfile, manifestaba el docto académico, José Miguel Alzola, "que se imprímia a la manifestaciones de nuestra Cuaresma nueva savia".

Recordamos con amabilidad y agradecimiento las estampas de nuestra reciente historia que, desgraciadamente, sus vivencias y su historia poco a poco van desapareciendo. Y en especial en esta semana Santa para la historia sin fieles, ni en los templos ni en las calles.

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