En estos momentos de pandemia, consecuencia de un minúsculo organismo, quizás es momento de comprender que los humanos somos tan solo una de las millones de especies que coexisten en La Tierra. Sin embargo, desde que surgió el género Homo en el corazón del continente africano, hace unos 2.4 millones de años, y más concretamente, desde que apareció nuestra especie, Homo sapiens, hace tan solo unos 200000 años, hemos sometido a nuestro planeta a una revolución sin precedentes.

Nuestro avance inexorable a lo largo y ancho del mundo, y el desarrollo evolutivo que hemos experimentado, ha tenido consecuencias para el entorno y las demás especies, en gran medida derivadas del aumento exponencial de nuestras poblaciones. El incremento demográfico sufrido en los últimos 500 años y las presiones que hemos sometido a los ecosistemas, han incrementado el ritmo de pérdida de biodiversidad hasta niveles sólo comparables con los grandes eventos de extinción masiva. No en vano, el ser humano está considerado el principal motor de la sexta extinción masiva de la historia.

El tamaño importa

Si bien los grandes impactos ambientales generados por nuestra actividad (destrucción de hábitat, pérdida de biodiversidad, cambio climático, etcétera) han afectado a un sinfín de especies de todos los grupos taxonómicos, entre los animales que se han ido extinguiendo a nuestro paso por el planeta, se ha detectado un rasgo común influyente, el tamaño.

La denominada defaunación del Antropoceno, un fenómeno equiparable a la deforestación, es un proceso críptico y diferencial, pero? ¿qué quieren decir estos dos términos? El término críptico implica que no es perceptible a simple vista, pasa desapercibido, y sólo estudios detallados a gran escala son capaces de sacarlo a la luz.

Por otro lado, el término diferencial indica que no ha afectado igual a todos los taxones. Diversos estudios realizados hasta la fecha han determinado que un mayor tamaño corporal hace más vulnerable a las especies, aumentando las probabilidades de verse involucradas en un proceso de extinción, y teniendo como consecuencia directa una disminución de las tallas de los organismos a largo plazo. Estas especies de mayor tamaño suelen tener roles que no son cubiertos por ninguna otra especie, por lo que su desaparición desencadena alteraciones en cascada que afectan a la estructura, la composición y la dinámica de los ecosistemas.

La huella humana en el mapa las extinciones

Aunque con toda seguridad, no hemos sido el único factor implicado en la extinción de muchas especies durante el Cuaternario, la larga sombra del ser humano planea sobre muchos de los casos registrados. Si cruzamos los datos relativos a las edades estimadas de llegada de los integrantes del género Homo a las diferentes regiones del planeta, con la fecha estimada de desaparición de grandes especies en cada región, encontramos una preocupante coincidencia que nos hace sospechar de nuestro papel en muchos de dichos procesos.

Por ejemplo, el género Homo llegó a la región australiana hace unos 50.000 años, coincidiendo con la desaparición progresiva de la megafauna del lugar, que contaba con joyas como el canguro gigante de cara corta (Procoptodon goliah), o el pájaro del trueno de Stirton (Dromornis stirtoni). Hace poco más de 10.000 años, llegamos al continente americano, y allí comenzaron a desaparecer integrantes de la megafauna local como el mamut lanudo (Mammuthus primigenius) o los Megatherium, parientes gigantes de los actuales perezosos. Tras nuestra llegada a Madagascar, hace unos 2.000 años, comenzó el declive de las aves elefante (género Aepyornithidae), los lemures-perezoso o las tortugas gigantes, proceso similar al que ocurrió en Nueva Zelanda tras la llegada de los polinesios, con el declive y extinción de las moas (género Dinornis) y el águila gigante de Haast (Harpagornis moorei). Muchas otras extinciones nos resultarán más comunes por su cercanía temporal, como el dodo (Raphus cucullatus) o el tilacino (Thylacinus cynocephalus). Estas extinciones pueden haberse debido a la caza, a la constricción de su rango geográfico, o al pernicioso uso que los humanos hemos hecho de los hábitats. Otro ejemplo reciente de ello es la extinción oficial registrada por la UICN en 2011 del rinoceronte negro de África occidental (Diceros bicornis longipes).

Canarias, islas "no tan" afortunadas

Nuestro archipiélago no es en absoluto una excepción. La llegada del ser humano, sus actividades, especies acompañantes y la degradación del hábitat, ha propiciado la desaparición de numerosas especies, proporcionándonos ejemplos de la defaunación antrópica y la disminución del tamaño faunístico a través de los lagartos endémicos del género Gallotia.

En el pasado, nuestras islas estuvieron pobladas por lacértidos de mucho mayor tamaño, como el extinto Gallotia goliath. Pero lo que sin duda es más preocupante es que, tal y como revelan estudios recientes, los lagartos canarios han disminuido en talla con el paso del tiempo, trayendo aparejados cambios severos en las comunidades donde actúan, por ejemplo, como dispersores de semillas de las plantas de las que se alimentan. Una disminución drástica de la talla de los dispersores conlleva, como en el caso de la orijama (Cneorum pulverulentum), que depende exclusivamente de estos dispersores, a la disminución de la variabilidad genética en las poblaciones y una mayor susceptibilidad a eventos de extinción, que pueden derivar en la pérdida de poblaciones y, a la larga, en la desaparición de esta especie.

Un rayo de luz

No obstante, si asumimos que el ser humano es una de las causas de la pérdida acelerada de la biodiversidad, también hemos de reconocer que tenemos en nuestras manos herramientas para frenar e incluso revertir en muchos casos este proceso. Resulta imposible revertir las extinciones que han tenido lugar, sin embargo, podemos paliar nuestro impacto sobre el entorno en la actualidad. Desde la Asociación para la Conservación de la Biodiversidad Canaria (www.acbcanaria.org) luchamos a diario desde múltiples ámbitos para que, a través de la educación ambiental, nuestra sociedad sea consciente de su impacto y ponga los medios necesarios para garantizar que, tanto la generación actual como las futuras, podamos disfrutar de un entorno que haga posible seguir ganándonos el apelativo de "islas afortunadas".